Capítulo 32

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OST: Nothing Else Matters (versión atormentada) #FirstTime 

La tarde pasó a velocidad de la luz, cuando Alena pudo escurrirse de la oficina de la directora hacia su antiguo cuarto

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La tarde pasó a velocidad de la luz, cuando Alena pudo escurrirse de la oficina de la directora hacia su antiguo cuarto. Le dolía la cabeza y el pecho estaba bajo una atormentada presión que se sumaba a la debilidad por falta de alimento, ese día prácticamente no había comido y el uniforme le bailaba cada vez más en su esquelético cuerpo, los pasos que podía dar eran desganados y disgustados. No podía creer que debía mudarse. Lo peor de todo, era que su nueva habitación estaba contigua a la de Käthe. El solo pensarlo le revolvió el estómago. «Todo sea por tu protección, Alena», le había anunciado convidándole con masitas que se negó probar, la noticia le dejó un bloqueo en la laringe. Ella no necesitaba de la protección de esa mujer funesta. Lo positivo era que de esa forma estaría más controlada para evitar encontrarse con Elián y que los pillara besándose detrás de algún arbusto o en la penumbra de algún corredor, podría encerrarse lejos de él el tiempo que les quedaba.

Todo lo que quería era darse un baño, y recostarse. Estaba agotada. Bajó el pomo de la puerta de su habitación por inercia y para su sorpresa se encontró en la mira de una pistola apuntándole el pecho desde cierta distancia. El desconcierto puede tener muchas caras, la que se presentó ante Alena le aflojó las extremidades y hundió su estómago, pues casi se desmayó con la pavorosa impresión.

André, sentado en su cama, sostenía con la mano derecha el arma de fuego, con la mirada perdida y el semblante rendido. La bajó y comenzó a balancearla bajo la mirada horrorizada de su compañera.

El corazón de Alena se desbocó como pocas veces en su vida. Cerró dando un portazo, que sobresaltó a André y dejó caer la pistola al piso.

—¿¡Q-qué qué demonios haces con eso!? —chilló histérica.

Su amigo sonrió con tristeza y se alzó de hombros, enigmático. Levantó el aparato y volvió a contemplarlo, entre admirado y temeroso, con respeto al instrumento que era capaz de matar.

—¿Está cargada? —preguntó Alena más espantada todavía. Se había esfumado como el vapor todo vestigio de cansancio y dolor, reemplazado por la adrenalina.

—Sí, tiene un cargador —señaló él, agitándola en su mano.

—¡Basta de jugar con eso, André! —gritó desesperada y se tomó la cabeza—. ¿Por qué la tienes?

—Me la obsequió mi padre hoy, tuvimos un día de «cacería» familiar.

—Tu padre está demente.

—Mi padre quiere un hombre. Desde su perspectiva, un hombre maneja armas y no les tiene miedo. Yo les tengo pavor, por eso me obsequió con una. Un hijo suyo tiene que ser masculino y saber disparar a los animales... o a las personas.

—Guárdala, te lo ruego —murmuró Alena, mientras apretaba sus sienes, parecía que iba a estallar su cerebro de un momento a otro.

—Sabes, cuando me la dio estuve tentado de ponerla en mi cabeza...

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora