Capítulo 27

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La pregunta repicó como una nota musical, suspendida en el aire, infinita y lánguida, tan  fantasmal como aguda

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La pregunta repicó como una nota musical, suspendida en el aire, infinita y lánguida, tan  fantasmal como aguda.

Hipnotizado de asombro, la yema del índice de Elián juzgó suavidad y palidez cuando dibujó el contorno del torso de la chica. La miraba como si fuese una aparición, una creación inanimada, que hubo cobrado vida ante sus ojos.

Debajo de sus ropas, todo el tiempo, había habido el cuerpo de una mujer. Pero su cabeza desentonaba con el resto pues él seguía contemplando a Alexander, tratando de encontrarlo. Su cabello, era el de él. Sus ojos, tenían la misma forma ovoidal. El agua que escurría de su cabeza, caía sobre su rostro y su cuello, fino y delicado, femenino. La luna lo había transformado en un ánima, bañándolo en blancura de porcelana y modificándolo a su antojo, no le reconocía.

Alena ni siquiera tentó a expresar una palabra. Su imagen, toda, valía por sí misma. A pesar del miedo atroz que experimentó en ese instante de silencio, a la cruel espera silenciosa.

Los instantes se sucedieron torturantes y lentos sin mostrar los signos de la reacción de Elián.

Él entreabrió sus labios secos, aunque no emitió sonido alguno, acallado por el rumor de la corriente y el canto de algunas aves nocturnas. Su silencio era elocuente. Alena reparó en el temblor de sus dedos, que intentaban en vano alcanzarla y a la vez parecía que se alejaba cada vez más. Su mirada pugnaba por ver a alguien que había dejado de existir, como un soplo de humo.

"Ya... condéname de una vez", pensó mortificada la adolescente ante su escrutadora contemplación. Todo su cuerpo tiritaba, de nervios, de frío, de impaciencia. Cuando una ráfaga de viento sopló con fuerza sobre su piel mojada, atinó a cubrirse con un inesperado pudor la simiente de sus pechos. Pero no apartó la mirada, no podía hacerlo, no tenía a dónde huir de la de Elián que la envolvía por completo. Nervioso, y a la vez lleno de cierta oscuridad que nublaba su pensamiento, sintió su piel al tacto.

Después, pareció como si hubieran caído en las sombras de algún abismo negro. El peso del cuerpo de Elián se desmoronó sobre Alena. Ella tardó en comprender que en realidad la intentaba rodear con sus brazos delgados y que su boca pretendía abarcarla en su plenitud, haciendo camino entre el cuello y el pecho, desesperado, transmitiéndole su incomprensible reacción. Aquella oscuridad que la rodeó no era más que la impresión que empañaba sus pensamientos y diseminó todos sus sentidos. Los nervios terminaron por consumirla y reducirla a un manojo de sensaciones físicas contradictorias, excitantes y a la vez amargas. Escuchó que él sollozaba mientras trataba de encontrar sus labios y se alteraba imprimiéndole el aliento caliente sobre la piel desnuda. La joven hizo un esfuerzo por no ceder a aquella atracción.

Era lo que menos esperaba de él.

Intentó dar un paso atrás, pero solo consiguió que quisiera atraerla más a su cuerpo, y en el forcejeo se hundieron dentro del agua helada, Elián no dejó que se fuera, asiéndola por el brazo, la cintura, por la muñeca, por donde pudiera aferrarse y no escapara de él, aunque lo intentara, mientras buscaban el aire de la superficie cuando éste escaseaba. La besaba debajo del agua luchando contra esa persona que en sus pensamientos se había desdibujado de hombre a mujer, y que parecía intentar dejarle. Se tocaban como por accidente, entre las telas del uniforme de Elián y la piel expuesta de la adolescente, todavía adolorida en varias partes de su delgada anatomía.

© La Cima de las Tormentas [COMPLETA✔ ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora