Capitulo 32:

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Aemond.

Un mes, un par de semanas, un año, no lo sabia con exactitud, el tiempo había dejado de ser relevante sin ella, todo trascurría a mi alrededor pero yo seguía estancando.
Estancado en el momento en que llegue a ese puerto con el corazón acelerado, en el ultimo momento donde sentí sus labios sobre los míos, su piel contra la mía, el día en que le prometí le seguiría a cualquier lado y aun así no sirvió de nada.

No acostumbraba a tomar licor pero era la mejor compañía que conseguía estos últimos días, no salía de mis aposentos no entrenaba, su imagen siempre aparecía como una tortura por los rincones del castillo incluso la estancia en mis aposentos se volvía insoportable cuando su olor inundaba el lugar aunque ha no estuviera. Si cerraba un poco mi ojo y hacia el esfuerzo podía verla en Healaena, pero ella no es Daerys.

Tome otro trago amargo del vino dulce, mis nudillos están rotos y las salpicaduras de sangre seca impregna mi ropa, encontraba breves minutos de paz en el lecho de pulgas golpeando a un par de imbéciles de vez en cuando, era lo único que me hacía poder sentirme vivo ya sin ella.

Los planes para el reclamo de Aegon iban a comenzar a ejecutarse pronto, aunque el rey aún no ha muerto y poco me interesaba lo que hicieran ahora, solo aguardaría el momento en que necesitaran de mi para moverme como una pieza en su tablero.
Mientras mi corazón se enfriaba. Y los ojos violeta salían de mi cabeza.

Aegon pocas veces se pasaba por aqui, la ultima vez casi le arroje la jarra de vino a la cabeza furioso, supongo que entendió que debía estar solo, Healaena insistía en verme pero poco me importaba su presencia y me sentía lo suficientemente cansado como para soportarla. En tanto la mano y mi madre solo recordaban el deber que pronto debería asumir.

Cerré el libro en mis manos y lo arroje en la cama dispuesto a servirme otra copa, necesitaba estar lo suficiente mareado y golpeado para no pensar, levante con pesadez mi cuerpo del sillón y me dirigí a la mesa detrás de mi, no había terminado de verter el líquido cuando la puerta de mis aposentos se abrió, alguien seguramente quería que le partiera la cara.

Volví mi cuerpo para ver de quien se trataba y era las persona que menos esperaba ver.

—Hermano.—La voz grave de Daeron me dio una puntada en la cabeza.

—Lárgate.—demande sin mirarlo, terminando de llenar la copa.

—No estas de buen humor eh.—asumió, con media sonrisa.—¿Por Daerys?.

—¿No tienes nada mejor que hacer en antigua que venir a joder?.—inquirí irritado, sino soportaba a Aegon ahora mucho menos a este idiota.

—Entonces si es por Daerys.—Daeron se adentro por completó sentándose en la cama frente a mi.—Y no hermano, ahora los asuntos importantes están aquí.

—Pues ve a buscarlos lejos de mis aposentos.

—Tranquilo no quiero molestarte.—informo levanto sus manos en modo de paz.—Es solo que te entiendo sabes..

Solté una risa amarga.

—Ah, Me entiendes—chasque mi lengua observándolo con desdén.—¿Te invito una copa una taza de te para que hablemos de nuestros infortunios?.—exclame con sarcasmo.—Lárgate.

—Aunque no me creas si lo hago.—admitió encogiéndose de hombros.—No debe ser para nada fácil dejar una belleza como ella.

Mi cuerpo se tenso.

—Un belleza...—Respondí con rigidez.—Cuida tus palabras Daeron, Daerys es mi mujer.

—Te abandono.—me recuerda, últimamente todos me lo recordaban cada cinco minutos, mis manos se volvieron puños.—Pero vaya... ¿Quien no le perdonaría nada a la princesa?—suspiro risueño.— Mira que tener los cojones de irse sola a los peldaños de piedra a enfrentarse en una guerra no es cualquier cosa.

Fuego de Dragones. [Aemond Targaryen].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora