Capitulo 39:

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Aemond.

Que es el deber sino es mas que la obligación que tenemos con una causa…

Siempre cumplí con mi deber, siempre hice lo que me demandaron hacer bueno o malo . Mi deber con mi casa siempre fue primero.

Me uní al consejo y le di el trono a Aegon, busque aliados y elegí un bando. Obedecí mi responsabilidad y hoy cumpliría con mi deber nuevamente.

Nunca hubo nada que me hiciera cuestionarme mis decisiones, hace años estuve dispuesto a desposar a Healaena porque fue lo que se me impuso, y aunque sabia cual era mi deber como hijo, como príncipe y como hombre, me negué hacerlo y lo hice por ella. La única capaz de hacerme cuestionar mis elecciones, la única capaz de doblegar mi criterio, la única que fue capaz de meterse bajo mi piel y adueñarse mi corazón oscuro, algo curioso siendo ella misma la única que logro romper algo que otros no pudieron.

Y la odiaba por ello, quería odiarla porque no podía amarla, quería odiarla por hacerme sentir que la necesitaba, por alucinarla y por hacerme lamentar cada una de mis formas de actuar.

Pero ella ya no estaba aqui para juzgar mis acciones, no estaba conmigo para aliviar mi rabia, no estaba aquí para tacharme de repudiable, ella estaba en Essos y yo no seguía siendo el hombre al que amaba.

Los gritos llenos de dolor me traen a la realidad rodeado de las piedra antigua de los calabozos del castillo, mientras observo al hombre suspendido seguir suplicando.

—Piedad mi príncipe.—gimotea frente a mi, mientras la sangre le salpicaba el pecho.—¡Ya basta!.

Sus lamentos no me perturban, ni mucho menos me han hecho sentir compasión hace años no sentía ese sentimiento y la única que podía generarlo era la causante de mi odio creciente.

—Su alteza lo lamento…—exclamo de nuevo desesperado.—Yo solo repetí lo que oí de unas sirvientas, no hice nada.

Casi me hecho a reír por su estúpida defensa, como si me importara una mierda su justificación.

Detengo el filo de la daga trazando un corte que le hace brotar sangre, un grito agonizante sale de garganta buscando ayuda en los hombres que me acompañan, pero ninguno se mueve, están en mi mando y me obedecen a mi.

—Piedad mi príncipe.—súplica de nuevo acabando con mi paciencia y le sujeto la cara para que se calle.

—Sabes muy bien las reglas.— le digo.—Debería cortar tu lengua…

Ejerzo mas presión en su rostro hasta el punto de sentir crujir su mandíbula, mientras la pobre escoria se retuerce.

—Se que actué mal pero... pero...—balbucea perdido en el dolor—Las mujeres, su alteza, dijeron que la reina Daerys...

—¡De ella no se habla!—bramo enfurecido, tomándolo del nacimiento del cabello.—¡Ella no se nombra, no se susurra ni se recuerda!.

—Y-yo-yo creí que al ser una Targaryen…—intenta decir pero mando mi daga su garganta obteniendo lo que quería, silencio y no gritos de cerdo en matadero.

—Es una Targaryen, si.—admití—Merece respeto, y su nombre no debería estar en tu sucia boca.

El hombre abre los ojos de par en par, sabe a lo que me refiero

—Recuérdame que insinuaste.—le pido intrigado y el hombre niega frenéticamente.

—Yo no fui su alteza se lo juro...

Que lo niegue me enfurece mas, al menos debería tener los cojones de admitirlo, y aunque no me importaba las estupidez que había hecho, la había insultado y después de todo aquí los nombres se respetan.

Fuego de Dragones. [Aemond Targaryen].Donde viven las historias. Descúbrelo ahora