La lección más importante

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Créanme que es la última vez que me dejo llevar por mis prejuicios. No esperaba que Hiroko y Himawari-sensei comieran tantos tazones. El lado bueno es que se limaron asperezas y comenzamos de nuevo.

En casa, mi padre nos recibió afectuosamente.

—Estoy orgulloso de los tres —dijo—. Ya dieron su primer paso.

—Estamos en diferentes equipos —mencionó Kaede—. Akio está con Haruki y una chica que no conocíamos. Taiyō con Ryū y Kiyomi. Yo estoy con Kai y Jurō.

Mi padre se tensó un poco al escuchar el nombre del chico Uzumaki. Existía una rivalidad no amistosa entre el padre de Jurō, Masamune, y el mío. Aunque nunca ha querido contarnos, escuché rumores por la aldea que tiene que ver con la muerte de Boruto, el abuelo de Jurō.

—En fin, les preparé una cena deliciosa para celebrar su graduación —dijo mi padre—. Pasen, por favor.

Dentro de casa había todo un festín. Mi padre preparó nuestras comidas favoritas: filete de res con papas y verdura, pollo ahumado con ensalada y cerdo ahumado con salsa de picante.

—Mai volverá hasta tarde, así que no se preocupen. Coman y descansen por hoy.

Mai era nuestra madrastra. Mi madre Fuyumi falleció al dar a luz a Kaede, así que nunca la conocí realmente, sólo tenía dos años cuando pasó. Mi padre quedó devastado, pero la abuela Sarada insistió en que debía encontrar una nueva esposa. Mai Hitoyama era hija menor del señor feudal de la Tierra del Fuego, la abuela arregló el matrimonio para que la familia recuperara un poco de prestigio y posición social. Era viuda y tenía dos hijos varones que eran tres años mayores que yo, gemelos, pero no eran ninja, sino que vivían en el palacio de su abuelo, por lo que no los conozco.

Mai era muy mala con nosotros tres. Disfrutaba comparando a la gente, señalando sus defectos y haciendo que perdieran su autoestima o confianza. Especialmente, le gustaba recordarme que mi primo Shizu era mejor en todo que yo y que él merecía ser el heredero del clan Uchiha. Al menos mis hermanos no tenían que preocuparse por la sucesión, son menores que nosotros.

—Sólo hay una condición más, ahora que son genin —dijo mi padre mientras comía un bocado—: a partir de mañana entrenarán conmigo antes y después de su trabajo. Las únicas excepciones serán cuando salgan de misión fuera de la Aldea.

—¿Por qué, padre? —preguntó Kaede.

—El Sharingan —dije—. Tenemos que despertarlo.

—Eso es correcto —convino mi padre—. Lo normal es que lo despierten en alguna situación fuera de lo ordinario. Normalmente de peligro extremo, pero no hay mucho de eso estos días.

—Eso es bueno —señaló Kaede.

—Claro, pero la paz siempre es efímera. Necesito que puedan usar este poder y que logren controlarlo. Por su protección y quizá la de la aldea.

—De acuerdo, padre —dije obediente.

—¿Yo también tengo que hacerlo?—preguntó Taiyō—. Yo no...

—Eres mi hijo —afirmó Saizo—. Te amo igual que a ellos dos y por eso te voy a entrenar de la misma forma.

—De acuerdo, padre.

Él parecía satisfecho con nuestras respuestas. Seguimos comiendo y luego entre todos lavamos los trastes, luego de eso nos dio la tarde libre para hacer lo que quisiéramos. Mai llegó al atardecer cargando muchas bolsas de compras, le encanta despilfarrar el dinero, pero como es del señor feudal, no me importa mucho.

—¿Y bien? —nos dijo—. ¿Pasaron?

—¿No ves la banda en mi cabeza? —dije sarcástico.

—Akio —advirtió mi padre.

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