El sermón de los Cinco Kage. El examen no ha terminado

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Hideki apretó los puños. Vi que deseaba regresar para acabar con Makoto.

—Hey, cálmate —le dije—. No sé de qué habla, pero está fanfarroneando.

—No... Es un maldito, pero hay algo de verdad en sus palabras.

Me sentí confundido. No sabía quién era el ángel del que hablaba Makoto. Hideki estaba furioso, sus músculos tensos y sudaba.

—No quiero hablar de esto —declaró—. Regresemos y ya.

No lo presioné más, no se hablan problemas personales con alguien que conociste el mismo día. Tardamos unas tres horas en volver a la playa, esta empresa nos tomó unas siete horas con todo y el recorrido.

Al llegar, la playa estaba desierta. No había señales de nuestros compañeros.

—¡Yuri! —llamó Hideki—. ¡Hiroshi!

—Oye, no deberías hacer eso —le dije—. Vas a atraer a todos los equipos en la isla. Eso no es muy ninja de tu parte.

—Arte ninja: Jutsu de doblar la luz.

Desde una de las dunas de la playa se hizo visible una especie de manta que usamos los shinobi para camuflaje. ¿En serio se habían ocultado con un truco tan viejo? Los cinco salieron del escondite, se veían mucho mejor, Yuri era una buena médico.

Hideki corrió y abrazó a su amiga como si no la hubiera visto en diez años.

—Oh, también me alegro de verte —dijo Yuri—. ¿A qué debo el bien recibido abrazo?

—Sólo... tenía la necesidad —respondió Hideki—. ¿Están todos bien?

Yuri asintió.

—¿Y qué hay de ustedes? ¿Conseguiste la última moneda, Akio?

Le enseñé la rueda de oro con un cuadrado en el centro.

—Todo fue gracias a ustedes —dije—. Gracias por curar mis heridas y a Hideki por ayudarme. Sin él no habría vencido a Makoto y a su equipo.

—¿Makoto? —preguntó Yuri a Hideki—. ¿Lo vieron?

Hideki asintió.

—No fue una pelea fácil —dijo—. Y sigue insistiendo en ese asunto.

—Oh, no —me miró—. Bueno, hablaremos luego. Lo importante es curar sus heridas. Vengan aquí.

La noche cayó en el quinto día del examen. Luego de que Yuri atendió mis heridas, pude dormir un poco antes de que la bocina del barco me despertara.

—¡Ya está aquí! —exclamó Hiroshi—. ¡Pasamos, pasamos!

Hiroshi echó a correr hacia el mar.

—¡Espera, tonto! —gritó Hideki—. Todavía no es seguro.

Sus compañeros corrieron tras él. Hiroko me tocó el hombro.

—¿Cómo te sientes? —preguntó.

—Mucho mejor —respondí—. Pero Hideki tiene razón. El peligro no ha terminado.

—¿Por qué lo dices, amigo?

Seguido de eso, empezaron a verse explosiones y torrentes de agua cerca del barco.

—Los equipos que no han conseguido sus monedas hacen un último intento desesperado —expliqué—. Por eso hacen ataques furtivos.

—¿Qué hacemos? —preguntó Hiroko—. ¿Rodeamos las islas y lo intentamos por el otro lado?

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