Vino del oeste...

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—«Eres débil» —repetía la voz de antes—. «Una vergüenza para los Uchiha. No te comparas con Madara o Sasuke. Inútil. Débil».

—¿Quién está ahí? —pregunté en voz baja—. ¿Por qué estás dentro de mi mente.

—«¡Débil! ¡Cállate! No eres digno de mi poder ni mi herencia».

Desperté en una cama de hospital, me dolía todo el cuerpo, en especial mi brazo derecho. Traté de hablar para pedir ayuda, pero mi boca no respondió tan bien, sólo logré hacer un gruñido débil y extraño. Mi garganta estaba seca, había un vaso de agua en la mesa junto a mi cama, del lado derecho; al estirar el brazo para alcanzarlo, vi que tenía una venda distinta, era médica, no de entrenamiento.

—Oh, ya despertaste —dijo un enfermero al pasar por el umbral—. Le avisaré a la doctora.

—No se vaya —susurré.

La doctora volvió al cabo de unos minutos con un sujetapapeles. Era una mujer de unos treinta años, cabello castaño recogido, gafas de media luna y con una larga bata blanca.

—Señorito Uchiha, soy la doctora Rem. Su cuerpo presenta múltiples hematomas, su brazo derecho sufrió algunas quemaduras. Creo que debe estar agradecido que eso fue todo. Pudo romperse los huesos o desgarrarse los músculos.

Me hice pequeño en la cama, tenía la cara roja de vergüenza.

—Lo siento, doctora.

—En fin, no hay mucho que hacer —dijo la doctora—. ¿Puede levantarse?

Hice el intento. Me dolía el cuerpo, pero logré levantarme sin dificultad.

—Correcto. Lo llevaré con la Hokage, desea hablar contigo y el señorito Uzumaki. Sígame, por favor.

Me llevó por los pasillos del hospital hasta lo que parecía ser la oficina principal. En la puerta tenía una placa que decía: "Médica en jefe; Rem Ukita". Abrió la puerta y dentro había un escritorio donde estaban dos personas, la abuela Sarada y Jurō.

—Qué bueno que te nos unes, Akio —dijo Sarada—. Toma asiento, por favor.

—Mi trabajo aquí ha terminado —comentó la doctora Rem—. Con su permiso, lady Novena.

—Gracias por prestarme tu oficina, Rem.

—Es un placer, mi lady. Hasta luego.

Cerró la puerta detrás de ella y escuché como se alejaba.

—Ya era hora que aparecieras —dijo Jurō—. Creí que te habías muerto...

—Te dije que guardaras silencio, Jurō —reprendió la Hokage—. Estoy muy molesta con ambos.

Me senté y cerré la boca, tenía miedo por hacer enojar a mi abuela.

—El espectáculo que montaron hace rato —empezó Sarada—, mejor dicho el fiasco, no fue visto con bueno ojos por el consejo; incluso Mirai se asustó cuando se atacaron de esa manera.

Su expresión era seria, no de la forma habitual, más bien como nos miraba Kitsuno-sensei cada vez que nos metíamos en problemas serios. Esos momentos eran muy aterradores, ahora que lo hiciera la Hokage lo hacía mil veces peor.

—Cuando terminó su pelea y ambos quedaron inconcientes, hubo un debate sobre si debían continuar los otros combates.

—¿Quién ganó? —preguntó Jurō.

—Te dije que te calles —reprendió la Hokage—. Ninguno ganó, casi se matan. Lo que quiero decir es que los ancianos creen que no debemos continuar con estas pruebas y sólo enviar a los equipos de Shōn y Aya a los exámenes chunnin.

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