Los rōnin del río helado

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Algunos meses transcurrieron desde el entrenamiento en el bosque. El equipo 5 se hizo más unido conforme más misiones completamos. Hiroko era realmente una persona muy agradable y muchas veces resultaba adorable el hecho que no conociera muchas cosas del mundo moderno.

Al mismo tiempo que mi relación con el equipo 5 mejoraba cada día, la relación con mi hermana se hacía más distante. Desde que despertó su Sharingan, padre la presionaba aun más con el entrenamiento, en casa ya no pasábamos tiempo juntos. Aquel día en el bosque, cuando la menosprecié, también construí una barrera entre nosotros.

Una vez, cuando tenía día libre, había quedado en salir con el equipo 10, quería que Hiroko conociera a más personas de nuestra generación y ellos eran perfectos para empezar. Cuando me disponía a salir, mi padre me interceptó en la puerta.

—Akio, ¿puedo hablar contigo?

Me preocupaba llegar tarde, pero algo me hizo pensar que esto era importante.

—Sí, padre.

Nos sentamos en el último escalón, él me dirigió una mirada amable y paternal, aunque en sus facciones podía adivinar que estaba preocupado. Mi padre es una persona tranquila y no muy expresivo con los demás. Su cabello negro le cae sobre su ojo izquierdo y le llega hasta los hombros, tiene algunas arrugas por estrés, pero sigue siendo atractivo para su edad.

—Hijo, he notado que estás mucho más frustrado que antes —comenzó—. Cuando entrenamos, mi Sharingan puede notar esas cosas, en tus expresiones, la manera en que se tensan tus músculos y eso.

Hizo una pausa como esperando que lo negara, cosa que no hice.

—Me preocupa que este estrés venga de alguna clase de sentimiento negativo hacia tu hermana —continuó—. Akio, sólo quiero recordarte que esto no es una competencia entre ustedes, Shizu, Taiyō Kaede y tú. No importa qué diga Mai o tu abuela, tú eres mi heredero y confío en ti.

Quería que me convenciera, de verdad. Pero aunque las palabras de mi padre eran sinceras y llenas de amor, no podía evitar escuchar a Mai y la abuela dudando de mis capacidades. Me limité a asentir.

—¿Puedo irme, padre?

No soné muy convencido por sus palabras, creo que lo notó. Aún así me dejó ir sin insistir más con el tema. Salí de la casa y encontré a Shikaro Nara a punto de tocar mi puerta, en cuanto me vio se puso roja de las mejillas.

—Yo... ah... —tartamudeó—. Vine a ver porque tardabas tanto.

—Pero todavía faltan veinte minutos para la hora acordada —respondí—. Iba a verlos en la estación de tren.

—Bueno, ya que estoy aquí, vayamos juntos —dijo.

—Claro, veremos a Haruki en la esquina de su casa, queda de camino.

Me pareció notar que hizo una mueca de disgusto, pero tal vez fue mi imaginación. Shikaro solía tener esa expresión de que todo le daba igual o una sonrisa sarcástica. Sus ojos rasgados con iris de color jade leían todo alrededor y me escaneaban como esos robots de entrenamiento. Mientas caminábamos me empujaba de forma ocasional, dejando salir una carcajada cada vez que lo hacía.

—Lo siento, esperar me pone ansiosa —dijo—. ¿Te gustaría ir a comer ramen?

—Creí que iríamos al festival del té en el pueblo cercano.

—O sea, sí. Me refiero a otro día, bobo.

—Oh, ya entiendo. Pues si todos están de acuerdo, no veo porque no.

Shikaro puso los ojos en blanco y volvió a empujarme, esta vez más fuerte que antes. No entendí la razón, seguro que sólo me estaba molestando y eso me hizo reír, lo que provocó otro empujón.

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