El inicio de todo

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—Espérame aquí —le ordenó a su chófer.

Bakugou le dio un vistazo a la imagen de Deku desde su teléfono. Había pocas personas capaces de rastrear una llamada, pero la señorita Yaoyorozu era una empleada eficiente; ubicó a Deku en tiempo récord y además le envió el enlace de las cámaras de seguridad. Sin duda la mujer había sido un gran hallazgo de su temporada en Moscú.

Abrió la puerta del bar y fue imposible no sonreír ante la ironía de la situación. Izuku era la única persona que había sido capaz de derrumbar sin un mínimo de esfuerzo cada uno de los pilares que había considerado inamovibles, pero la verdadera ironía estaba en el hecho de que Izuku no lo recordaba. En realidad era mucho mejor de esta manera. Deku no necesitaba comprender la fuerza aplastante de su deseo, ni todos los años que habían transcurrido desde esa mañana en el cafetín de la facultad, tampoco necesitaba saber lo amarga que se había vuelto su resignación, y como de alguna manera lo que antes creyó perdido había sido colocado entre sus manos producto de una simple casualidad.

***

Bakugou caminaba enfurruñado hacia el cafetín de la facultad, había tenido una mañana de mierda, la vieja bruja estuvo a punto de provocarle un aneurisma, y para empeorar las cosas había pasado la noche en vela por culpa de un maldito ensayo sobre política de comercio exterior. Estaba cansado, soñoliento y de un humor peligroso. Lo único que quería hacer era llegar a su cafetería favorita, pedir un espresso extra grande y ahogarse en cafeína hasta que su cerebro volviera a funcionar.

Estaba estudiando negocios internacionales, su escuela se encontraba al otro extremo de la universidad, pero la cafetería de su facultad era un maldito asco, el café parecía sacado de algún pozo petrolero mientras que los malditos de la facultad de derecho tenían una jodida máquina de espresso. ¡Esos putos snobs de mierda la tenían tan fácil! Aunque tenía sentido, todo el que estudiara derecho necesitaba más que sangre en su sistema, así que allí se encontraba, en el maldito cafetín haciendo una fila kilométrica para obtener como buen adicto su dosis diaria.

Se encontraba en la fila cuando una cabellera verdosa llamó su atención, el chico que estaba delante de él parecía un maldito rayo de sol con patas. Bakugou ignoró su risa cálida y cómo esta solo contrastaba con su mal humor. ¿Qué clase de maldito psicópata se reía de esa manera un lunes por la mañana? Al menos estaba de espaldas y así no tenía que ver su estúpida cara, ni la del par de imbéciles que lo acompañaban; una gorda castaña y un idiota con el cabello más pretencioso que había visto en toda su vida.

Bakugou bufó y se cruzó de brazos.

Cuando por fin fue su turno la vena que saltaba en su frente se empezó a calmar. El aroma del grano tostado llenó sus fosas nasales relajándolo como si fuera una especie de efecto placebo.

—Un espresso extra grande, por…

—¡Carajos! —gritó un sujeto al otro lado de la barra. Bakugou alzó una ceja y volteó para ver al barista luchando por apagar la humeante máquina de dónde se suponía que saldría su café.

Mierda. No podía tener tan mala suerte, ¿verdad? El barista le dio una mirada al cajero y negó con la cabeza. Bakugou apretó sus puños. Maldita sea, hoy no, de todos los días, hoy no.

—Oh amigo, lo siento mucho, pero parece que la máquina acaba de morir.

—Tiene que ser una maldita broma —bufó entre dientes.

El chico negó, parecía que estaba entrando en pánico, fue entonces cuando Bakugou se dio cuenta de que tenía los puños muy apretados y que el hombre lo veía como debatiéndose entre correr o morir. Mierda. Dio un resoplido y peinó su cabello hacia atrás.

Dulce Tentación [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora