Las palabras de una amiga

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Izuku conducía de vuelta a su departamento, apenas podía ver el camino, tenía los ojos hinchados, y a pesar de que había pasado un buen rato, todavía no conseguía dejar de llorar. Tampoco podía olvidar el rostro herido de Kacchan, ni la forma en que su voz se había roto antes de que saliera por la puerta. Todo su cuerpo le pedía que regresara, era una necesidad que se metía por debajo de su piel y le picaba hasta el punto de querer enterrar sus uñas y arrancarse la carne a pedazos.

Amaba al hombre que acababa de dejar, y el terror de que sus propios pensamientos lo cegaran era lo único que evitaba que diera media vuelta y volviera.

Necesitaba calmarse, todos sus años como abogado tenían que servir para algo. No podía emitir un juicio con su mente y corazón comprometidos. Tenía que dejar sus sentimientos de lado, y analizar todo con cabeza fría. Pero era tan difícil… Sentía como si su corazón se hubiese convertido en pequeños fragmentos de vidrio que se enterraban en su pecho, y no lo dejaban respirar.

¿Cómo Kacchan había podido mentirle? No lo entendía. No tenía sentido. ¿De verdad habían coincidido en la universidad? ¿Y por qué Kacchan lo recordaba después de todo este tiempo? ¿Por qué no se lo había dicho? La cabeza de Izuku era un caos, y si no se concentraba en manejar terminaría por tener otro accidente. Así que respiró hondo, y se concentró en la autopista.

Esperaba al menos que al regresar no tuviera que volver a ver a Shouto, la sola idea de que su esposo estuviera allí lo llenaba de ansiedad. Era la última persona que quería ver en el mundo. Izuku se negaba a darle la razón, incluso aunque al parecer la había tenido todo este tiempo.

«¿Por qué crees que un hombre como él, se interesaría en alguien como tú?».

—No, no, no —gimoteó y las lágrimas salieron con más fuerza. Se esforzó por mantener su vista en el camino. Las luces de los autos lo aturdían, y había comenzado a llover. Su garganta le quemaba, y la opresión en su pecho era insoportable.

Su teléfono no había parado de sonar, pero no tenía el valor suficiente para tomar la llamada. Si hablaba con Kacchan, si escuchaba una sola palabra de su boca, iría con él. Le creería. Y esa era la razón por la que no podía hacerlo. Necesitaba encontrar la verdad por sí mismo. Necesitaba pensar. Y si estaba con Kacchan, en el momento en que estuviera de nuevo entre sus brazos ya nada importaría.

Ahora que lo pensaba no tenía sentido volver a su departamento, no solo porque Shouto podría estar allí, sino porque estaba seguro de que Kacchan iría a buscarlo. Necesitaba un lugar donde refugiarse, uno en el que nadie lo fuera a encontrar. Necesitaba salir de Tokio cuanto antes. Así que tomó su teléfono y llamó a la única persona que podría ayudarlo.

—¿Izu-kun, eres tú? ¿Alguien ha muerto? ¿Por qué llamas a esta hora?

Izuku intentó encontrar las palabras, pero lo único que consiguió fue romper en llanto. Era una mezcla de hipidos y balbuceos torpes.

—Ese hijo de perra, otra vez… —Uraraka hizo un ruido parecido a un gruñido—. Te juro que ahora sí le voy a arrancar los huevos y se los pondré de corbata.

—No, no, no fue Shouto… —le aseguró Izuku, aunque esa no era toda la verdad, su esposo sí había jugado un papel en todo esto, pero no era el motivo de sus lágrimas. Toda la angustia que sentía en su pecho se debía a otro hombre.

Se escuchó un silencio en la línea, hasta que Uraraka volvió a hablar.

—¿No fue Shouto? ¿Entonces a quién debo dejar sin huevos?

—¿Podemos hablar en persona?

—¿Quieres venir a mi casa? —Ella pareció sorprendida. Izuku no podía culparla, Uraraka hacía un buen tiempo que se había mudado a las afueras de la ciudad, y como madre de un par de gemelos, las constantes visitas a su mejor amiga se habían reducido muchísimo en los últimos años.

Dulce Tentación [KatsuDeku]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora