28 "Kairosclerosis"

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Me detuve frente al edificio, y suspiré antes de entrar y subir al tercer piso.

Estaba aquí porque necesitaba contarle a Amanda lo que había pasado con... mi papá. Y, después de todo, fue su idea que le preguntara a Michael, de lo contrario, seguiría sin saber nada.

Eché un vistazo rápido a la sala al entrar, pero no la encontré ahí, por lo que decidí ir a su habitación. Para mi sorpresa, estaba perfectamente ordenada y vacía.

—¿Amanda? —llamé.

Había un silencio sepulcral en este lugar por lo que asumí que no había nadie, me dirigí a la ventana y la abrí para mirar hacia afuera. Recordaba tan bien ese día que la vi por primera vez aquí, o más bien, su silueta.

Una linda pelirroja caminando torpemente por la calle llamó mi atención, reconocí a Amanda, a pesar de la oscuridad de la noche, y la observé caminar, o más bien arrastrar los pies.

Estaba borracha. Se le notaba a kilómetros.

Tenía un pantalón de cuero que se adaptaba perfectamente a su gran trasero, una camisa corta blanca y en su brazo descansaba una chaqueta marrón. Se tambaleaba más y más con cada paso que daba, como si fuera a caer, por lo que bajé por las escaleras de emergencia y me encontré con la pelirroja intentando abrir la puerta del edificio con una hoja.

—¿Amanda, qué haces?

Ella se sobresaltó por la sorpresa y se volteó a verme.

—Oh, Calemcito, no sabía que me esperabas —arrastró las palabras.

Su maquillaje estaba corrido por toda su cara y su cabello parecía un nido de pájaros.

—¿En serio estás borracha?

—¿Qué? Fui al boliche luego de ir a mi cita mental, o lo que sea, y de la nada empezó una fiesta. ¿A caso no tengo derecho a tomar un poquito? —se cruzó de brazos.

—Claro que sí, pero no a emborracharte si estás sola, pueden drogarte o secuestrarte.

—Claro que no. Que aguafiestas eres.

—Bien, no discutiré contigo en ese estado, vamos adentro —me acerqué a ella y la cargué sobre mi hombro como un saco de papas, lo que hizo reír a la chica, para luego entrar y subir al apartamento de nuevo. Llegamos a su cuarto y la acosté en la cama.

—¿Me puedes quitar la ropa? —sus palabras salieron más como una súplica que como una pregunta.

—Uh, no, no creo tener tanto autocontrol —bromeé.

—Por favor, tengo calor.

—Está bien.

Me senté a su lado en la cama y llevé mis manos al borde de su camisa y se la quité, mis ojos no pudieron evitar caer en sus senos, los cuales estaban cubiertos por el brasier. Tragué grueso debido a la tentación que tenía frente a mí en este momento, y decidí distraer mi cerebro hablándole a Amanda.

—¿Y qué tal fue tu día?

—Oh, de maravilla, ¿no me ves? —dijo con los ojos cerrados mientras se señalaba a sí misma.

—¿Fuiste a tu cita con la Psicoterapeuta? —inquirí. Ella abrió los ojos.

Dirigí mis manos al borde de su pantalón y se lo desabroché para seguidamente quitárselo, bajándolo por sus largas y gordas piernas, dejándola solo en ropa interior.

—Si, fue... bueno, la verdad me gustó desahogarme con ella, se sintió muy bien —confesó con su mirada en mis ojos y una sonrisa en sus labios —. Y, te diré un pequeño secretito —me hizo una seña para que acercara mi oído a su boca, cosa que hice riendo por lo bajo —. Lloré mucho —susurró como si fuera un secreto de la NASA.

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