47 "Asesinos"

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Me encontraba en el sillón de la sala, sin embargo, no me sentía allí, mi mente aún estaba en aquel vecindario, con mi mejor amigo, sentía que habían pasado minutos cuando en realidad habían pasado horas. Las nueve y cuarenta y siete de la mañana marcaba el reloj de la pared.

Me levanté para dirigirme a la habitación, en donde creía que estaba Amanda, pero solo me encontré a Mia en el suelo jugando, quien me miró y me dio una sonrisa, yo le devolví una que más bien me salió como una mueca. Escuché que el agua de la regadera corría en el baño, por lo que asumí que estaba ahí, y cuando me acerqué a la puerta para tocar, oí su llanto, lo que me estrujó el pecho, cerré los ojos con fuerza cuando sentí que las lágrimas se comenzaban a acumular, y tras aclararme la garganta, toqué.

—Maddy, iré a hablar con Erica para... lo del funeral.

La regadera dejó de sonar, pero no recibí respuesta de la pelirroja, hasta que esta abrió la puerta envuelta en una toalla. Tenía los ojos rojos, al igual que su boca y nariz.

—Te acompañaré. Solo déjame vestirme —dijo apresurada, buscando ropa en el clóset.

—No, está bien. Iré yo solo —dije mirando sus movimientos.

—Me vestiré rápido, no te preocupes —insistió ella mientras se colocaba las bragas por debajo de la toalla.

—Amanda —la tomé por los hombros para que me mirara —, tranquila, yo iré solo. Quédate aquí con Mia y come algo, ¿bien?

Ella se me quedó mirando y noté las lágrimas que se comenzaban a acumular en sus ojos, por lo que la abracé, descansando mi mejilla sobre su cabeza.

—Es que... si yo me siento tan mal, no puedo ni imaginar cómo te sientes tú —explicó ella entre lágrimas. Mi ceño se frunció cuando mis ojos ardieron por el llanto que comenzaba a salir de ellos —. No quiero dejarte solo —susurró al tiempo que me daba suaves caricias en la espalda con la yema de sus dedos.

—No, no te lo puedes ni imaginar —murmuré con la voz temblorosa, era difícil hablar por el dolor en mi garganta —. Pero quiero ir solo, tal vez el aire fresco me tranquilice un poco.

—Está bien. Pero llámame por cualquier cosa, ¿si? —dijo rompiendo el abrazo. Se limpió las mejillas y yo hice lo mismo para luego asentir.

Ella me dio un beso en el cachete, por lo que le di una sonrisa triste como respuesta. Me agaché para darle un beso a Mia y luego me fui para casa de William.

Dios, como dolía el tan solo pensar en su nombre, en que iría a su casa y él no estaría para recibirme.

Caminé hasta allá, no quedaba precisamente cerca, pero no me molestaba, quería caminar, lo necesitaba, era como una terapia para mí.

Cuando llegué, me di cuenta de que había una moto estacionada afuera, y delante de ella, estaba un Ferrari azul, el cual reconocí de inmediato.

Era el auto de Jack.

¿Por qué estaba aquí?

Inmediatamente, un mal presentimiento se plantó en mi pecho, por lo que, con el mayor sigilo del mundo, me fui acercando a la casa, agradecí que la ventana al lado de la puerta principal estaba abierta, así que me asomé con cuidado y vi a Jack, y un hombre que no conocía sentados en el sillón de la sala, mientras que Erica estaba parada frente a ellos muy molesta caminando de lado a lado reclamándoles algo.

—¡Son unos inútiles! Tenían un solo maldito trabajo —hablaba con furia.

—Pero, hicimos lo que nos ordenó, Señora —dijo el hombre desconocido.

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