Capítulo 12: Mucha coincidencia

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Max

Tenía el recuerdo de cuando era pequeño, uno de los pocos que no los había borrado el tiempo. Mi mamá. Recordaba cuando me asomaba por su puerta y ella me sonreía, dejando su libro, o lo que estuviera haciendo.

Había querido tanto un peluche de oso, que ella me tejió uno. No era el que estaba de moda, el que vendían en las tiendas y todos tenían, pero ella había puesto su mejor esfuerzo porque fuese igual, porque yo lo tuviera también.

Me había asomado y la vi tejiendo. Me sonrió y trató de esconderlo. En ese momento no supe qué hacía hasta después, cuando regresé de la escuela y vi al oso a mi cama.

Así, de igual forma, cuando aquel día me asomé y la vi tocando su rostro, quitándose un poco de maquillaje y revelando una extraña mancha púrpura en su pómulo... Tampoco supe qué era, hasta después...


—Sobre lo que dijiste, creo que tienes razón. En parte —comenté.

Estaba con Ursa en mi camioneta, mirábamos el cielo estrellado por la ventana superior, ya que en la ciudad no podía verlas, solo en el pueblo, en el bosque.

—¿Qué cosa?

—Que del amor no se saca nada útil. He visto personas permanecer al lado de un maltratador, solo por la excusa del amor. Así que no. A veces no es bueno. —Suspiré, sonreí y la miré—. Pero tú no deberías tener problemas con eso. Si ni sentimientos tienes —jugué.

Por cada cosa ligeramente profunda que decía, soltaba diez estupideces. Si no hacía eso, se me iba a formar una anomalía espacio temporal.

Aunque ella pareció orgullosa.

—Así es. Yo estoy bien. No es lo que busco. Lo que busco es... —Frunció el ceño y se enderezó para cambiar la música.

Habíamos terminado ahí porque Jorge estaba sacando algunas decoraciones, ya todos los otros se habían ido, y solo quedaban Tania, los gemelos y mi hermano en el lugar. Vinimos trayendo algunas cosas y al final nos terminamos quedando.

—Puedes ir armando tu propia lista. —Me enderecé también y toqué el ícono en la pantalla—. Hola, Patricia.

Una línea de luz se paseó por todo el tablero y la pantalla cambió.

—Buenas noches, Max —habló.

Ursa quedó con los labios entreabiertos un segundo. Reaccionó y recobró su neutralidad.

—Vaya. Debí suponerlo. Tecnología.

—Bah, es una nada —me jacté—. Y siéntete honrada, muñeca, porque solo Jorge conoce su modalidad "Smart". —Arqueé las cejas con diversión—. Patricia, agrega nuevo usuario. —Apreté los labios, pensando—. La gatita.

—Añadiendo nuevo usuario: La gatita.

—¿Qué? ¡Oye! —reclamó ella mientras yo reía entre dientes.

—¿Entonces? ¿Muñeca? O tal vez... —pensé más, cerrando los ojos un par de segundos—. ¿Mi estrella?

—Ursa. Solo Ursa.

—¿No hay apellido, hermosa dama?

Se cruzó de brazos. Me era hilarante cómo no negaba ninguno de mis halagos.

—Nosotros nos identificamos por el aroma, por eso no usamos apellidos como ustedes.

—Me suena a que puedo darte uno.

—Por favor, escoja su música —interrumpió Patricia.

Ursa, con un brillo de curiosidad en los ojos, a pesar de estar manteniendo su rostro neutro, empezó a tocar algunas. Sonreí apenas, observándola, y me recosté de nuevo contra el asiento sin dejar de mirarla.

Ojos de gato UrsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora