Especial 1: Profundos ojos verdes

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Jorge

Cuando la vi, tan asustada, tan frágil, se me había encogido el corazón. Estaba en una especie de jaula, aunque era evidente que no la habían tenido ahí todo el tiempo, o al menos, no por más de un día. La estaban preparando para algo y habíamos llegado a tiempo.

Me había recordado un poco a mí mismo, cuando estuve perdido...


Luego de lo de mamá, casi dejé la escuela. Las primeras semanas, no fui. No quería que nadie me viera con su cara de lástima, no quería ver a nadie, quería que el mundo se prendiera en fuego. No iba a importarme en lo más mínimo.

—¡¿En dónde mierda estuviste?! —reclamó Max.

Lo hice a un lado y caminé con torpeza, entrando al departamento enano y horrendo.

—No te interesa —arrastré las palabras.

Mi cabeza se sentía por las nubes, con un zumbido que hacía de neblina a mi razonamiento.

—¡Deberías dejarte de tonterías y ponerte bien o...!

—¿Ponerme bien? ¡Como si fuera fácil! ¡Tú estás tan bien porque a ti no te importaba! —reclamé con la voz quebrada.

Estaba ebrio, y Max me miraba con enfado.

—¡¿Crees que no me importaba?! ¡Mírate tú! ¡No puedo descuidarme ni un segundo porque te haces un desastre!

Siguió criticando, pero ya no escuché. No podía. Caí sentado, las lágrimas cayendo por mis mejillas. Mi mente estaba incapaz de pensar.

Me culpé y le eché la culpa a él también, muchas veces, cuando al final, ninguno hubiera podido hacer algo contra un evolucionado, mucho menos sin armas.

Mi madre las odiaba, y con razón, así que no teníamos ninguna en casa.


***

—No puedes seguir así —renegaba Max. Daba un par de pasos a un lado y luego a otro—. Vas a entrar a Seguridad Nacional, te guste o no.

Aunque no parecía, estaba aliviado porque el avanzado escáner no detectó enfermedades o virus en mí. Yo había estado con alguien, ebrio, así que no recordaba bien si me protegí. Tomaba la pastilla anticonceptiva, así que no iba a embarazar a nadie, pero Max casi se había vuelto loco por lo de las enfermedades.

—¡¿Sabes cuántas variantes del papiloma hay?! —había renegado. Iba a hacerse viejo muy joven... Y por mi culpa.

También entendí su frustración luego de un tiempo. Yo no era así. Siempre fui el callado, el estudioso. Solo había estado con una novia que tuve. No podía llegar a más con alguna chica desconocida, pero estaba tocando fondo. Me había vuelto un irresponsable, ya no me importaba lo que me pasara, y por eso había ocurrido esto.


Cuando ingresé a Seguridad nacional, y al estar bajo la vigilancia de Max casi todo el día, fui cambiando de actitud. Primero obligado, luego ya por propia iniciativa. Además de mejorar mi salud, ya que beber no estaba haciéndome nada bien, empecé a enfocarme mejor.

Sí quería hacer algo. Mamá no habría querido que me quedara como estaba. Empecé a apreciar lo que Max hacía y me di cuenta de que él se había esforzado también, quizá demasiado, para ayudarme a salir adelante.

No solo había terminado de pagar la escuela, sino que también pagaba el departamentito enano en el que estábamos, ya que la esposa de nuestro tío no nos había querido en su casa por mucho tiempo. Y era entendible. ¿Quién querría hacerse con dos chicos hechos un desastre en primer lugar? Yo no había ayudado mucho, y ahora me sentía avergonzado.

Ojos de gato UrsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora