Capítulo 11: Hormigueos extraños

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Ursa

—Deberían ya ir haciendo una casa para mí y mi futura unión, porque la habrá —aseguré. Mi mentora Citrina estaba de visita con su compañero, uno de los ancianos líderes, Lázuli. Me miraban confundidos—. ¿Para qué esperar hasta que alguien me acepte para hacer que los constructores la empiecen?

—Discúlpela —dijo mamá—. Ha estado intentando cazar todo el día ayer, quizá el sol le afectó.

—No, madre.

—Está bien —dijo mi mentora—. Podemos hacer eso.

—De todas formas, aunque no se una a nadie, puede tener una vivienda aparte de la de ustedes —aclaró su compañero—. Puede que eso además la incentive a darse prisa.

Fruncí el ceño.

—Los constructores ya han acabado la de Sirio. —Apreté los labios. Iba a vivir aquí con la humana. Lo habían aceptado porque su mentor, Ganímedes, era uno de los líderes y, claro, lo apreciaba mucho—. Creo que, mientras esperan a empezar las de la nueva temporada de uniones, pueden hacerle una a ella, a su gusto —animó Citrina.

Sonreí levemente y asentí en forma de agradecimiento.

—Son nuestros recursos —intervino Lázuli y miró a su compañera—. Esta sería la última opción, así que, si ella puede conseguir a alguien antes, sería mejor. No podemos darle prioridad. Como bien dices, se viene la nueva temporada y hay que guardar madera.

—Las paredes están hechas de barro y paja —dije, ya que eso me había mostrado Sirio.

—Madera para sostener los techos. Agradezca que ha llovido y podemos recuperarnos. La naturaleza agradece que la cuidemos.

Resoplé.

—Llovió gracias a los humanos.

—¿Qué...?

Escuchamos un ruido y me puse de pie, pidiendo permiso para retirarme e ir hacia una de las entradas. La vaca Magda se estaba metiendo por ahí, ya había agarrado costumbre.

—Oye, no, no, no —la retuve.

Sí, les poníamos nombres de humanos.

El animal era grande, pero yo también tenía fuerza. La vaca era joven, y recordé el día anterior, cómo Max nos dio unos jugos hechos con la leche, que era dada por estos animales.

—¿Cómo haces leche? —le pregunté mirando a sus enormes ojos negros, acariciando su cabeza entre sus orejas.

Mis labios se apretaron en una leve sonrisa.


—Para ella, creo que estaría bien un batido de fresas —le había dicho Max al que estaba haciendo los jugos.

—Puedo tomar el café. ¿No crees en mi capacidad de tolerar la amargura? Casi no usamos azúcar en mi pueblo.

Él sonrió, dedicándome esa mirada que era un tanto diferente a cómo miraba a los demás.

—Lo que creo es que puedes no torturarte al menos por hoy, y disfrutar un poco de tu vida.

—Dice que tiene leche —dijo Rigel, muy emocionado.

Ellos ya lo habían probado porque Marien les invitó cuando Sirio la trajo a conocer a su madre. Los traidores la habían llenado de halagos.

Yo no había probado la leche. Aquella vez casi podía saborear mi propia bilis solamente. Ahora me arrepentía, pues era el sabor más extraño y a la vez sublime que existía.

Ojos de gato UrsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora