Especial 6: Mi orgullo

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Max

El recién iniciado llanto de mi bebé me despertó. Gruñí a mi modo humano. Ursa, entre mis brazos, se acurrucó contra mí.

—Tu gatito está maullando —susurré.

—Ese es tu gatito. —Y se giró, dándome la espalda y saliendo de mi abrazo.

Reí en silencio y me salí de la cama. No tenía problema en atenderlo, después de todo, mi Ursa madrugaba. Iba a hacerlo porque estábamos en su pueblo e iba a cazar.

Tomé al bebé que, al apenas olerme y escucharme, se calló. Lo limpié y luego de darle un poco de leche, que ya tenía lista en su botella que Ursa dejaba, me senté en el sillón y lo acomodé sobre mi pecho.

Lo sentí olfatearme por el cuello y sonreí, acariciando su cabecita. Eran rápidas respiraciones que se sentían muy suaves, como las respiraciones de un gatito. A veces Ursa había hecho algo así, pero no me había detenido a preguntar si era consciente o inconsciente. Mi bebé lo hacía bastante, así que asumí que podía ser un instinto.

Me olía, reconociendo su "hogar" o a sus personas, a su mamá, a su papá. Hizo un ruidito de bebé y se acomodó, quedando con la cabecita de costado y dando un hondo respiro.

—¿Y tú de qué estás cansado, cariño? —murmuré en tono de burla.

Respondió con otro sonido de bebé. Empezaba a dormirse sobre mí, y era perfecto. Apoyé la mejilla contra su cabeza y luego besé su coronilla.

Me ilusioné con la idea de que él me olfateaba para que mi aroma se quedara en su subconsciente para el resto de su vida, como uno de sus lugares seguros. Para mí, por muchos años, mi lugar seguro había sido mi madre, no mi padre, él asustaba. Luego perdí el norte, como un tonto, quizá porque estaba resentido.

No iba a dejar que mi hijo me viera con miedo como yo alguna vez miré a mi padre. No había algo más desolador que no tener tus "lugares seguros" bien establecidos y definidos.

Observé a Ursa dormida en la cama. Casi tres años con la gatita pasaron demasiado rápido, y al mismo tiempo, disfrutaba cada instante al máximo. Cada risa, cada beso, hasta incluso cada discusión tonta.

Y es que... ¿Cómo olvidar nuestra primera pelea sin sentido?

Había puesto una película de suspenso y ya estaba llegando a una parte crucial. Ursa estaba muy atenta, ni siquiera parpadeaba. La protagonista en la película se acercaba a una habitación vacía de donde había venido un sonido raro.

Sabía que se venía un gran "jumpscare", de esos momentos en los que algo saltaba y sonaba fuerte para hacer que el espectador diera un gritito.

Sonreí de lado, sin poder evitarlo, mirándola de reojo, esperando a ver qué hacía. Nada la asustaba, para empezar. El solo saber que era falso, que era filmado y que las personas solo actuaban, había hecho que no se tomara nada en serio. A lo mucho había hecho cara de asco cuando había sangre.

—Debo admitir que no lo hacen mal —había dicho una vez.

Claro. A mí tampoco me afectaba mucho, solo no me gustaba ver algunas cosas muy fuertes en las que el guionista creyó que al público le iba a gustar ver el ensañamiento hacia una mujer. Eso casi no lo toleraba, aun sabiendo que era falso.

Cuando algo le desagradaba, cortábamos la película y buscábamos hacer alguna otra cosa. Ella decía que tampoco era muy bueno estar viendo siempre cosas desagradables, y le daba la razón.

Pero el suspenso era algo nuevo para ella y había querido probarlo. La protagonista de la película buscó en la habitación y no parecía haber nada.

—¿Por qué no prende la luz? —renegó Ursa—. Luego busca.

Ojos de gato UrsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora