Capítulo 5: La gata enojona

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Max

No podía tener tan mala y buena suerte al mismo tiempo. ¿Estaba viendo frente a mí a la misma chica gato que vi aquella vez? No olvidaría sus facciones. Tenía que ser ella. Era ella sin duda.

¿Me reconocería? ¿Me llegó a ver?

Aunque... Diablos, estaba loca.

Había dejado de llorar de pronto para levantarse como si nada y decir que venían con nosotros a buscar al roñoso de Sirio.

Aunque, bueno, a él le debía mi vida y la de mis hombres. Fue desesperante cuando los evolucionados comandados por el tal Orión nos acorralaron. Sirio se ofreció a entregarse con tal de que no nos aniquilaran ahí mismo.

Yo no le temía a morir, pero esos jóvenes eran mi responsabilidad. Había chicos de incluso diecinueve años en mi grupo. Eran hijos, hermanos de alguien, como Jorge. Todos éramos como una gran familia, que en realidad no se conocía, pero confiábamos ciegamente en el otro.

Marien había quedado tan afectada por lo que pasó, que no pude decirle que no para ayudarla a buscar a Sirio. Era mi amiga, al final de cuentas, y él también.


—Tranquila, te ves fatal —uno de los gemelos quiso consolar a Marien cuando volvieron luego de ir por algunas cosas a sus casas.

—Debemos ir por mi camioneta —sugerí, ya que se iba el día.

—¿Y perder tiempo en ir hasta la salida sur? —preguntó la gata, molesta.

Fruncí el ceño. ¿Quería apurarse o no?

—Disculpa, pero perderemos más tiempo en ir a pie a partir de ahora.

—Si ustedes pudieran correr como nosotros, no.

—Esa cosa puede llevarnos incluso más rápido, así que no reclames.

—Basta —pidió Marien—. Lo que tardemos en ir hacia el sur, lo recuperaremos.

Las miradas de desconfianza de la gatita no faltaron.

Luego quiso ir ella sola con los gemelos con heterocromía, luego se hizo la difícil para aceptar ir en mi camioneta, hasta que Marien perdió la paciencia y la escuché alzar la voz por primera vez, diciendo que ella tenía que ir. Bien ahí.


Manejaba con la gatita sentada a mi lado, indicando por dónde ir. Estaba bien cruzada de brazos y con las piernas bien juntas, sentada lo más lejos posible de mí en el asiento del copiloto.

Negué con una leve sonrisa al notarlo. Vaya que nos odiaba.

Marien se había ido atrás. Tenía la mirada perdida, casi apoyando la cabeza contra la ventana, y ya se dormía. Estaba agotada y la entendía. Entendía ese sentimiento, ese en el que no querías seguir, que estabas desolado y la constante pesadilla drenaba la vida de tu cerebro.

Dejé de mirarla por el espejo retrovisor, apretando los labios, tratando de no recordar...

—¿Sí comes carne? —preguntó uno de los gemelos de pronto, inclinándose hacia adelante para poner la cabeza entre los asientos como un perrito.

—¿Eh? Eh... Sí...

Me dio un contenedor de madera y noté que le daba otro a Marien. Desaceleré hasta detener la camioneta, ya que era comida. Vaya, el rato en el que desaparecieron para "alistar sus cosas" lo habían aprovechado bien.

La gatita se bajó y mis ojos la recorrieron descaradamente hasta que cerró la puerta, aunque no bien. Felizmente, porque no quería un golpe en mi camioneta. Marien también bajó. La vi acomodarse para comer por la tolva, así que me concentré en lo mío.

Ojos de gato UrsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora