Capítulo 36: Un poco de alivio

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Ursa

Max se había ido, pero yo sabía que no solo iba a hablar, porque pude olfatear mis cuchillos. Había fingido no notarlo porque él no iba a ceder, fuera lo que fuera, solo esperaba que supiera lo que hacía.

Jorge arreglaba algunas cosas en la alacena.

—Hay bastantes platos para calentar, tal y como le gusta a Max —comentó con una sonrisa—. No malinterpretes, si sabemos cocinar, ambos. Es solo que toma tiempo y, la verdad, es más fácil comer lo que dan en la cafetería en los cuarteles.

—Sí entiendo eso. Le dije que puedo cocinar, pero se negó. Sospecho que teme que lo envenene.

El chico rió y negó.

—Él tiene la mala costumbre de minimizar las responsabilidades a otros y cargarlas todas él. —Suspiró y dejó una de las manzanas que acomodaba en la mesada—. Es como si todo el tiempo estuviera intentando redimirse. La culpa nunca lo dejó. —Pensó unos segundos, tal vez arrepentido, y me miró preocupado—. Sí te contó lo de mamá, ¿verdad?

—Sí. Bueno. Que un evolucionado la... —no pude decirlo.

—Y que no estuvimos para cuidarla. Aunque no creo que hubiera servido de algo. Un evolucionado es irremediablemente más fuerte que un chico de dieciocho, que era su edad en ese entonces. —Sonrió levemente—. Ah, pero trata de convencerlo. No funciona.

—O quizá lo sabe, solo que no lo acepta.

—Sí, tal vez.

Escuché a alguien en la puerta y la observé. Jorge enseguida entendió y sacó su arma apenas dieron unos toques. No había notado que tenía una. El aroma a armas ya había estado en el ambiente y mi preocupación me había hecho olvidar eso.

Levanté la mano.

—Es Tania.

Jorge dio un suspiro corto y bajó el arma, pero seguía atento. Fue, vio por el ojo de la puerta y abrió.

La chica entró contenta como si no pasara nada.

—Voy a llevarla a que se divierta un poco.

—No sé si sea... —Jorge comentó, pero ella lo interrumpió.

—No va a estar aquí preocupada. Se va a arrugar.

Le hizo un leve gesto inentendible para mí y él reaccionó, guardando el arma.

—Sí. Vamos.

Los miré a ambos de forma intermitente, y cuando empecé a preguntarme si algo pasaba y no me querían decir, Tania sonrió ampliamente y vino a tomarme de la mano.

—Vamos.


Me llevaron a pedir algo de comida mientras Tania trataba de distraerme con una conversación.

Yo estaba empezando a ponerme tensa. Mi estómago se había cerrado, así que la comida asiática, que ellos decían que era muy buena, no me apetecía. Olía muy bien, pero sin saber de él, de pronto no tenía sentido. Nada lo tenía.


Quise volver pronto, así que ya íbamos de regreso cuando pude ver el edificio de departamentos. Sin embargo, Jorge empezó a frenar al notar que una camioneta doblaba la esquina.

No era la de Max. Jorge maldijo y me preocupé.

—¿Y Max? —quise saber.

La camioneta retrocedió tan de prisa que tuve que sostenerme de los asientos delanteros para no irme hacia adelante. Giró de golpe y aceleró de nuevo, haciéndome regresar contra el asiento trasero.

Ojos de gato UrsaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora