Amanecí desanimada. Desde que había tenido edad, había pasado todos mis cumpleaños saliendo con amigas a discotecas y conversando con grupos de chicos en bares pero claramente ese año; ese, en el que me convertía en mayor de edad, en legal, sería distinto.
Había leído en Wattpad hasta quedarme dormida por la noche y cuando me levanté eran las nueve de la mañana del sábado.
Estaba acostumbrada a desayunar bien. Comía abundante así que mi estómago comenzó a rugir. Al parecer ya había digerido aquel pastel tan delicioso de la noche anterior. Recordar el bizcochuelo suave y húmedo, la mousse de chocolate y la crema de maní terminó por abrirme el apetito así que decidí levantarme de la cama pero...¿Qué hacía?
Mamá nunca me había dejado tomar el desayuno arriba, en mi cuarto aunque esta mansión era algo muy distinto. Aun así, no sabía a quién pedírselo.
No es que fuera tan holgazana; podría bajar, lo haría de hecho sin ningún problema de no ser porque había grandes posibilidades de toparme con Adam y había decidido evitarlo durante la mayor cantidad de tiempo posible. Me conformaba al menos con mi cumpleaños. Y tres días más.
Pero como siempre el apetito me ganó y terminé bajando a desayunar con el teléfono en mano porque 1) ¿quien lo soltaba alguna vez?, 2)quería sacarle una foto a aquel bellísimo pastel que pensaba desayunar y 3)iba a leer mientras lo hiciera. La historia me tenía atrapadísima.
Pero todos mis planes se fueron al garete cuando al llegar al comedor lo vi a él. Leyendo el diario y comiendo una estupida tostada con palta ¿Tan snob se podía ser? ¿Tanto había que fingir aún estando solo con tus empleados en tu propia casa?
Me planté frente a la puerta y lo miré con desagrado hasta que él me notó.
Subió la vista del diario y luego lo replegó mientras me saludaba.
—Buenos días, cumpleañera ¿Cómo pasaste la noche?
—¿Puedo desayunar?
—Claro—dijo poniéndose en pie—¿Te traigo unos huevos revueltos o unas tostadas...?
Su pregunta me extrañó.¿Qué todos sus empleados no trabajan para servir ese absurdo desayuno que estaba aún a medias en su plato? Se lo pregunté.
—Prefiero que descansen durante el fin de semana. No soy un explotador así que yo me encargo de la cocina.
—Y eso...—dije señalando la tostada con un levantamiento de cejas—¿Lo preparaste tú?
—También me agrada cocinar ¿Qué deseas que te prepare?
—¿Quedó pastel?
—¿Chocolate y maní o fresas?
—Chocolate y maní—. Me avergoncé de la lujuria en mi voz por un puto pastel. Es que era tan cremoso y perfecto...
Caminé y me senté en la otra punta de la alargada mesa a un costado, en la derecha, para no quedar de cara a él.
Pronto volvió con mi porción de tarta en un plato.
—¿Para tomar?
—Café—dije y se volvió a retirar tras la puerta que, supuse, daba a la cocina.
Me causaba gracia que él hiciese todo eso. A ver, era lo natural en cualquier persona con más de ocho años pero en él, alguien al que a todo le quedaba tan extravagante...
Me incomodó un poco que volviera y se sentase pero al menos traía la comida y me centré en mi desayuno. Por suerte, conservó el asiento en el que estaba antes así que quedamos distanciados como yo lo había planeado al escoger mi silla.
—¿Cómo sueles pasar tus cumpleaños?
Iba a bufar ya que solo quería saborear mi pastel en silencio pero me aguanté el bufido porque él me había traído el desayuno. Me debatí porque, en verdad, estando prisionera de él alimentarme era lo mínimo y más básico que debía hacer pero, por otro lado, habría podido hacer que yo misma me preparara mi comida en vez de traérmela así que cedí.
—Salía con mis amigas—Respondí seca. Tampoco iba a ser un destile de efusividad.
—Qué bien. Cuando yo era pequeño...
—Yo no soy pequeña—enarqué una ceja—Cumplo dieciocho.
—Lo siento—dijo con una sonrisa en la boca—Cuando yo era pequeño, mamá siempre me llevaba el pastel con velas para que lo soplase en la cama—Su rostro se iluminó con los recuerdos de su mente.
—Qué bien.
—Sí...—Su mirada estaba más allá como si sus ojos revivieran lo que su mente rememoraba—A Esteban, mi hermano, le encantaba el papel de envoltorio de los regalos. Él... siempre me pedía permiso para guardárselo. Con él construía grullas o piezas de Origami. Intentó enseñarme pero nunca aprendí del todo aunque puedo intentar hacerte una de regalo—dijo tomando una servilleta y poniéndose a doblarla.
Lo observé darle forma a algo que, al tenderme, descubrí que era un pequeño corazón.
Yo asentí sin saber bien qué decirle.
—Eh...No está mal.
—No es nada comparada a las que él hacía...—De pronto había pena en su mirada. Añoranza. Pero sacudió la cabeza como desquitándose de esa nube de pensamientos que la rodeaban y, cambiando un poco de tema, me preguntó:—¿Qué te gustaría hacer hoy?
Me alegró notar, por su pregunta, que al parecer no haríamos aquella fiesta que él había mencionado el día anterior. Y la verdad es que fue un alivio.
Yo miré a mi alrededor y me encogí de hombros.
—No sé qué se pueda hacer aquí—dije sonando despectiva.
—No lo propongo como festejo, pero cuando gustes debo enseñarte la casa. Para que te muevas cómoda en ella.
El enojo y la angustia volvieron a crecer en mi. La angustia, porque dudaba sentirme algún día cómoda allí y el enojo porque...¿cómo se atrevía? ¿Cómo fingía ser bueno y atento cuando él me había arrastrado a esa mansión en primer lugar?
Así que asentí mordiéndome los labios para reprimir las emociones.
—No sé qué pueda hacer. Qué quieres que haga.¿No se trata de eso? ¿De lo que tú quieres? Estoy aquí por ti...—No pude contenerlo más.
—Es...Lo siento. Pero quería darte la posibilidad de elegir lo que más quieras.
—Pues no lo sé.
—Bien. Te prepararé una sorpresa entonces. Puedes darte un baño en el spa y luego del almuerzo tendremos nuestro festejo.
Me levanté y me fui
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Vendida al CEO
RomancePUEDE COMPRAR SU CUERPO, PERO...¿SU CORAZÓN? Leslie Brown no está de acuerdo con la opinión de su familia. Para ella, el empresario Adam Boston es un arrogante, un malcriado caprichoso y un patán. Ella no puede demostrar todas sus teorías excepto un...