Separados

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NARRA ADAM

Di vueltas mirando como loco a los costados en busca de Leslie pero no había condenada manera de que apareciera. Lo que más me preocupaba era la zona del colegio, que no era muy segura y a esa hora ya no había nadie que circulase. Me aterraba que pudiera pasarle algo y, además, mierda, la quería. La quería conmigo. Me había encariñado con ella, me había enamorado desde el primer segundo y me dolía en el interior ver la verdad que pujaba por salir: si la quería, debía darle lo mejor. Una parte egoísta de mi me decía que lo estaba haciendo, que dándole mi hogar y mis comodidades le estaba dando una mejor vida de la que tenía pero la parte racional, esa que me negaba a dejar salir a la luz, sabía que con mi dinero claramente podría otorgarle una buena suma y dejar que rearmase su casa ella sola con su familia. Yo la estaba reteniendo, poniéndome en el medio y no lo quería ver. Es que era tan dificil...Todo en ella me atraía, me enseñaba, me dejaba admirado. Ella encendía mi curiosidad como no se daba cuenta y rayos, sí que era buena. Descubría facetas en ella que nunca habían sido exploradas: era buenísima en la cama. El recuerdo de su boca lamiendo y succionando mi pene, el de sus perfectas nalgas tan redondas y grandes. El de sus pechos y esos labios carnosos que se mordían con nerviosismo cuando estábamos por empezar a tener algo. Tener algo...¿Teníamos algo? No quería dejarlo, pero sabía que lo estaba generando a la fuerza, a expensas de tenerla cautiva y, si de verdad que la quería, y mierda que lo hacía, debía liberarla. Decidí que eso haría pero primero debía encontrarla, dar con su paradero y disculparme por la tremenda barbaridad que había dicho. Ella podía hacer con su vida lo que quisiese y yo no era nadie para interponerme, para tratarla así. Había sido un completo imbecil.

NARRA LESLIE

Mientras lo observaba traer cosas, lo noté: Tyler era un buen amigo, no podía hacerle eso.

Además, yo tampoco era alguien que fuera a estar con cualquiera solo porque si, no decía que Tyler fuese cualquiera pero sí algo impulsivo y un capricho.

No iba a hacer que lo que había construido toda mi vida se derrumbase. Había mantenido mi castillo en la arena a pesar de que todos intentaran derrumbarlo con sus olas crueles y salvajes. Aún así yo había subsistido en ese océano, en esa barco y no saltaría por la borda.

Tomé uno de los bocadillos intentando serenarme, respiré profundo y tan solo pasamos el rato conversando. La culpa era cada vez mayor en mí, gritaba intentando salir desde mi interior a la luz por mucho que yo tratase de hundirla.

Culpa por Tyler, por mí. Aún seguía muy enfadada con Adam, o al menos de eso me quería convencer.

Por suerte él me comentó que tenía una clase de inglés sin pensarlo; si se hubiera dado cuenta, Tyler era tan bueno que era capaz de ocultarlo para no tener que despedirme, pero yo no podía hacerle eso así que después de conversar un rato más, decidí saludarlo e irme.

Caminé por las calles vacías del barrio: estaba acostumbrada a que los hombres de las obras en construcción o los que pasaban en sus bicicletas me gritasen insinuaciones. Lamentablemente, ya era la normalidad y cuando yo se lo había planteado una vez a mis padres, cuando al fin había reunido el coraje, tomado el valor para ir y decírselos, ellos le habían quitado importancia.

Ese día yo había aprendido que estaba más sola de lo que creía, que debía protegerme; armar un escudo de espinas a mi alrededor y que, el día en el que tuviera niños( si encontraba con quien tenerlos) les enseñaría cómo debía ser el mundo: si eran hombres, les diría que de dirigirse así a una niña les partiría el rostro y, de ser niñas, cielos, haría todo por protegerlas y librarlas de esa vida que me había tocado a mí y que detestaba.

Antes de aprender a amarme, me había odiado. Cada parte de mi. Mis curvas y mis pechos, mi trasero que solo me delataba, me exponía. Había tardado en notar que no era yo la culpable.

Un auto como el de Adam se distinguía fácilmente en mi barrio. Y ahí estaba, frente a la escuela, también lo descubrí ahí a él. Dentro.

Mientras caminaba, me lo había pensado: volver a mi casa. Pero allí siempre me sentía peor, más sola y menos apoyada que en cualquier sitio. Además, si volvía de lo de Adam sería una carga y ellos no me querrían allí, así eran; bastaba y sobraba con mis hermanos pequeños.

En casa de Adam había estado bien aunque, eso que había dicho había roto algo en mi, había tocado mi fibra más sensible y dudaba que ese arañazo algún día se borrase de mi piel.

Había aminorado la marcha mientras decidía qué hacer cuando escuche pasos rápidos a mis espaldas, al voltearme, dos hombres encapuchados corrían a toda velocidad hacia mi. Mierda.

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora