Acción

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Yo también me levanté de la silla y caminé hacia él. Adam terminó de levantarse y cubrió mi nuca con su mano pegandome todo el pelo al cuello. Ya cerca de su rostro pude llenarme de fragancia, sentir su respiración en mi pecho antes de que entre los dos termináramos de acortar esa distancia, de que la selláramos con un beso.

Al principio nuestros labios se tocaron con detenimiento aunque con seguridad. Pude sentir el grosor de los suyos al impactar con los míos pero la dulzura del momento duró poco porque yo quise avanzar y, poco después, mis labios escalaban los suyos. Nuestras bocas de movían complementándose, bailando una con la otra, tapando una a la otra. Devorándose. Pronto, su lengua, caliente, ingresó en la mía y cuando esta tocó mi carrillo, sentía oleadas de placer descargarse como burbujeos ardientes por todo mi cuerpo. De arriba hacia abajo. Me sentí vibrar avivada por el calor de su saliva, de su imponente presencia frente a mí.

Tomé su rostro entre mis manos y sentí cómo la barba de unos días hacía cosquillear la palma de mis manos. Él avanzó y sus manos acariciaron mis muslos hasta tomarme por un poco más abajo que el trasero y subirme a la mesa en la que siguió besándome.

A pesar de lo enérgico, de lo desesperado de nuestro encuentro, él siempre se mantenía muy respetuoso y no me había tomado del trasero ni nada. Era como si esperara a que yo coincidiera, a que aceptara cada uno de sus movimientos dándole el okay con uno mío.

Pero yo estaba lista. Y quería más. Jalando de su cuello e impulsándome, abandoné sus labios y pegué su rostro a mi pecho.

Luego de bañarme me había puesto un pijama abotonado y estaba bastante abierto en la zona de mis pechos.

Sentí cómo la punta de su nariz rozaba el espacio entre ellos, cómo su respiración cálida acariciaba mis vellos y cómo los erizaba. Ahogué un gemido de placer cuando su lengua pasó por el centro de estos y luego el frío cuando él se separó un poco dejando ese espacio húmedo.

Sus manos, grandes, tomaron mis senos y se movieron lentamente por ellos, moldeandolos como si de arcilla se tratase. Era tan hábil...Su madurez era lo que me estaba volviendo loca y necesitaba más y más. Volví a enderezarme para pasar mis manos por su cabello rubio y acercarme a él. Despedía una fragancia potente que me endulzaba el alma.

Bajé su rostro hasta mí y me dió un escalofrío cuando sus ojos, antes aún sobre mis pechos, subieron hasta encontrarse con mi mirada. Pude ver la sonrisa en sus labios antes de acercarme a ellos y taparla con mi beso.

—¿Te gusto? —pregunté. El placer, la necesidad por saberlo y el temor a que todo se acabase con esa pregunta me atormentaban a partes iguales.

—Mucho. Déjame....Déjame pintarte, déjame poner todo lo que siento en un lienzo.

—Te dejaré hacerme lo que quieras—dije antes de que sus manos se enterraran entre la mesa y mis muslos y él me levantara. Volví a gemir cuando haciendo fuerza, me pegó más a él y el espacio entre mis piernas abiertas, mi pelvis, se pegó contra algo duro y grande que se levantaba en sus pantalones.

Él me llevó a cuestas hasta la sala de las pinturas y, al dejarme sobre el diván que había frente al atril, se recostó sobre mí. Nuevamente besó mis labios para luego bajar a la apertura entre mis pechos. Yo metí como pude las manos entre nosotros para desabrochar los botones que quedaban abrochados y así dejarle paso para que besase mi estómago, y luego mi entrepierna.

Yo no dejaba de vibrar, de sentir grandes olas de placer bajar por mi cuerpo y comencé a notar el humedecimiento en mi zona baja. Mierda. Mierda. Mierda. Jamás había sentido una cosa así...Nunca lo había hecho pero estaba segura de que él era el mejor, que me estaba ofreciendo con solo unos besos calientes lo que toneladas de sexo no lograrían en mí.

Y sólo haciendo eso. ¿Qué sería de mí si nos acostásemos? Urgía en mí saberlo y deseaba mucho que eso sucediese aunque supiera que era imposible y que él jamás querría; no encajaba con lo que me había dicho antes y, además...No. No quería pensar más, no quería amargar ese momento pero cuando junto con un gemido salió una pequeña lágrima de mi ojo, supe que era por eso.

Él la secó con el pulgar lentamente. Pude sentir el calor y la aspereza de su dedo al acariciar mi mejilla. Su otra mano también subió hasta mi rostro y él comenzó a trazar círculos con las yemas de sus dedos en ambas.

Era todo tan tierno, dulce y pasional al mismo tiempo. Fuego y azúcar. Eso éramos. De eso estaba hecho ese momento, pero...¿lo estaríamos nosotros? Mierda.

Él, que tenía ambos brazos a los lados de mi cuerpo, se irguió quedando por encima de mí, a unos cuantos centímetros, medio metro. Me encantaba cómo me observaba. La sonrisa radiante en su rostro, la contemplación de esos ojos grises tan...gélidos pero cálidos en ese momento. Una pequeña risa, más como un suspiro, salió de esos labios curvados hacia arriba que exponían sus blanquísimos dientes y, acariciando mi mejilla para luego acomodar un mechón de cabello castaño detrás de mi oreja, dijo:

—Cómo me gustaría pintarte. Si quieres, claro—Yo asentí en un ronroneo—No puedo esperar a ese momento—Se mordió el labio.

Yo me retorcí, llena de placer y regocijo frotando mi mentón contra mi hombro y sentí un escalofrío cálido al hacerlo.

—Hazlo ahora—le dije mirándolo a los ojos y gesticulando algo demás con los labios. Deseé haberlos tenido pintados.

—Me costará soltarte—dijo mirándonos y sonriendo.

—A mí también, tendré frío, pero...Creo que para que me pintes bien, hay mucho estorbo—Dije irguiéndome y, al quedar sentada, comencé a sacarme la blusa del pijama—Así podrás retratarme mucho mejor—dije lamiéndome el labio inferior con fiereza.

Él expulsó aire por la nariz y pude notar cómo estaba lleno de placer, cómo lo estaba conteniendo, como se estaba conteniendo. Causar todo aquello, todas esas sensaciones en él, las triplicaba en mí y me volvía loca. Estaba seduciendo a Adam Boston, joder.

Me moví meneando las caderas y levantando los brazos que bailaban juntos por sobre mi cabeza. Me desplacé hacia un costado y luego hacia el otro hasta que cuando estuve con las piernas estiradas y apoyada sobre una mano, él me pidió que me detuviese y me dijo que era justo así como quería pintarme.

Pero yo tenía otros planes. 

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora