Dolor

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NARRA ADAM

Después de haber dado vueltas y vueltas recorriendo prácticamente todo el barrio me di cuenta de que, aunque era por su seguridad, era algo psicópata estar rastreandola por las calles así que decidí quedarme en donde ella me había dejado: frente a la escuela y esperar a que si ella quería, sola viniera hasta el auto.

Esperé y esperé. Tuve todas mis llamadas telefónicas de trabajo en el auto pero no me importaba, mi prioridad era Leslie.

Llegó casi a las tres de la tarde, la vi caminar hacia el auto con indecisión y el corazón se me partió pero esperé mirándola por el espejo retrovisor para no agobiarla: ella decidiría si entrar o no.

Bajé la mirada al teléfono durante un momento, el pesado de la editorial otra vez. Cuando levanté la vista, mi corazón casi se desprende de mi pecho. Tropezó consigo mismo para luego dispararse en una corrida a toda velocidad.

Dos hombres encapuchados corrían hacia Leslie y ella aún no los había notado.

Dejé todo y bajé del auto lo más rápido que pude, ya afuera vi que ella se volteaba temerosa. Aquellos hombres tenían una pistola en la mano. Sabía qué querrían robarle.

Corrí y me puse por delante de ella mientras que la empujaba hacia el auto instintivamente. Había que actuar rápido porque, si veían el auto, muy detrás quedaría su proyecto de robar el celular de Leslie, pero había que escapar, lo necesitábamos, ellos estaban armados y había muchos casos de ladrones que disparaban aún ya teniendo su botín.

Así que supe qué hacer: abrí mi baúl y saqué una pistola mucho más grande que la de ellos, algo que los impulsó-pues tenían sentido común-a correr en la dirección contraria, huyendo de nosotros.

Volví la mirada a Leslie que se aguantaba el susto como una campeona, una reina, una diosa.

Intentaba ocultar los temblores y yo le sonreí abrazándola.

—Por Dios—soltó y, aún apoyada contra mi pecho, la observé.

—¿Estás bien?—le pregunté preocupado.

Ella asintió.

Su piel y sus labios estaban total y completamente blancos. La sangre había abandonado toda su piel.

La guíe con delicadeza al auto. Le abrí y le cerré la puerta. Dejé el arma en el baúl y subí.

Luego de un rato andando, cuando recuperó la voz, preguntó:

—¿Por...por qué tienes un arma?

—Por cosas como estas ,por el auto. Pero es falsa.

—¿De verdad?

—Completamente. No apoyo las armas.

Ella liberó una risita antes de mirar por la ventana. Yo aún debía seguir tanteando el terreno.

—¿Qué estuviste haciendo?—pregunté calmo.

—No tengo por qué darte explicaciones.

Tragué grueso. Si, seguía enojada.

—Leslie, yo...Siento mucho lo que dije. Quiero que sepas que de verdad no lo pienso.

—Bueno—Una respuesta seca y fría, distante. Tan diferente de la Leslie que últimamente se abría conmigo.

Pero me lo merecía, había estado fatal. Debía hacer algo que lo compensara, algo que la hiciera, genuinamente, perdonarme.

Necesitaba que lo hiciera por mi, sí, también; pero lo principal era por ella. Porque había dicho algo muy grave sobre Leslie como persona y además sabiendo algunas cosas, aunque nunca me contaba mucho, de su familia, su pasada y sus ideales. Había sido un idiota. Un imbécil y un hijo de puta. Esperaba estar a tiempo de remediarlo. Debía hacer algo que le mostrara la verdad, y esa era que yo nunca había pensado algo así en serio. Los celos habían actuado por mi, se habían materializado dentro de mi boca como una bola de fuego fuerte y poderosa que salió para dejar todo hecho cenizas, mierda.

Yo era un puto dragón y ella una hermosa princesa.

Una Reina pero fuerte y decidida, una guerrera.

Una maldita reina guerrera, bellísima, hermosa. Única.

Pensé y pensé y pensé, manejaba en silencio y en piloto automático retorciéndome la cabeza a la par que se me estrujaba el corazón pensando en cómo podía mostrarle la verdad. La verdad de lo que pensaba, lo que sí pensaba sobre ella.

¿Que podía hacer yo para demostrarle que no lo había hecho en serio? Debía abrirle mi corazón,demostrárselo ¿Cómo? Pues abriéndome, mostrándole lo que había adentro mío. Mi verdad, mi secreto más profundo e íntimo. Más doloroso. Desnudar mi alma ante ella y luego la dejaría ir. Mi última palabra, mi última verdad.

Se lo diría en la cena, le contaría todo y luego, si ella accedía, podría mostrárselo.

Tenía que hacer eso y esperaba, de todo corazón, que funcionase.

—Necesito que me escuches—dije y me puteé por qué sonó mucho más duro de lo que quería—Soy mejor que eso. Necesito que me dejes demostrártelo. No pienso lo que dije, de veras que no lo hago y...

—No me interesa.

—Por favor, Les. Por lo nuestro.

—¿Qué cosa?—dijo enarcando una ceja y yo tragué saliva.

—Sé que nos llevábamos bien antes de esto.

Ella rodó los ojos y esa vez no lo hacía bromeando conmigo. Y saberlo sin titubear dolió.—No te entretendré mucho tiempo.

NARRA LESLIE

Suspiré.

—Después de todo estoy atrapada en tu casa, no tengo mucha más opción, ¿no?

Vi como su ceño se fruncía de dolor y sentí satisfacción. Así me había dolido a mi. Aunque era una satisfacción falsa, una que raspaba y dolía un poco, solo que muy en el fondo. Yo sabía que romper y romper sobre roto nunca iba a arreglar. Pero así me había criado: ¿te hacen daño? Bueno, pues hazte el doble de fuerte. Fíngelo hasta que lo consigas. Esa era la dolorosa realidad de mi vida. Aunque doliera, había que seguir. Y vaya que dolía.

Sentía que jamás sería realmente querida,realmente deseada por lo que era. Al menos no por mucho tiempo. Todo era efímero, impermanente. Pero lo que me dijo Adam en esa cena, me mejoró. Fue como un hungüento refrescante, una caricia cálida. Al menos por un rato porque luego, como todo en mi vida, volvió a doler. Y cada vez la pelota rebotaba con más fuerza contra el frontón. Crecía y dolía más, porque se jugaba más, porque me importaba más.

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora