—Bueno...—pensé—Estuvo la vez en la que fui a hacerme un tatuaje. Al día de hoy mis padres no lo saben.
—¿Tienes un tatuaje?
Yo asentí. Girándome un poco en el asiento, di vuelta mi cabeza y me aparté el cabello dejando a la vista la nuca.
—Qué bella pluma.
—Gracias—dije volviendo a acomodarme en mi sitio.
—¿Tiene algún significado o fue puro impulso?—sonrió.
—Significa libertad.
—Vaya, bien. Yo también tengo un tatuaje.
—¿Ah, sí?—Enarqué una ceja, sorprendida—¿Dónde?
—Uno debajo de la columna, sobre la cintura y el otro...—Se le escapó una risita que intentó ocultar mirando al costado—En un lugar bastante íntimo.
—¿Y qué significan?
—Sobre la columna un tribal que me hice por impulso, no tengo ni idea.
—Quizá descubras luego que tiene que ver contigo. Seguro que fue por algo.
—¿Crees en las casualidades,Leslie?
—Creo en las causalidades.
—Bien.
—¿Y el otro? No me dijiste qué era el otro.
—Un ojo de Horus. Representa los sentidos. Para mí, vivir consciente, explotar tus facultades y capacidades al máximo.
Asentí.
El mesero nos trajo los platos e hice mi trozo de pan a un costado.
—No pensé que fueras impulsivo. Digo...Además de haberme tomado y encerrado en tu casa, olvidando eso—dije un poco para molestarlo y otro poco por resentimiento.
Él tragó grueso.
—Ese grupo de amigos me hacía hacer cualquier locura—dijo antes de darle un trago a su vino—Ya deberé presentártelos algún día.
No me molesté en contestar. Estaba muy ocupada saboreando el salmón.
—Hay tanto que quiero mostrarte...—Continuó. Aunque yo estaba mayormente enfocada en cortar mi salmón y hundirlo en puré antes de llevármelo a la boca, podía sentir cómo sonreía al mirarme, lo que comenzó a abrumarme.
—Ya quiero pintarte—dijo cuando bajamos del auto y caminamos rumbo a la casa—Debo buscar esos colores fuertes y vividos. Te veo como luz y fuego. Siento que viniste a iluminarme.
—Yo no vine con una función para ti. Puedes haberme traído a la fuerza pero no...—Titubeé mientras entrábamos al vestíbulo. Ni siquiera estaba tan enojada esta vez. Solo que quería poner límites entre nosotros porque de pronto me sentía abrumada. Ya me habían cortado demasiado la libertad—No te aportaré nada, porque no vine a darte nada. No soy tu cosa. No vas a comprarme con vestidos y estupidas cenas. No me interesa—A medida que hablaba notaba cómo su rostro iba tornándose en uno al principio sorprendido, luego dolido y a medida que seguía hablando, enfadado. Pero eso quería yo, ¿no? Que se enfadase, que se apartase de mí.
—¿Sabes qué? ¡Vete a tu habitación! No te mereces nada de lo que te di. ¡Eres solo una niña caprichosa!
—¡Y tú un...un patán y un idiota! ¡Y me voy porque quiero!
Dije antes de ir corriendo a mi habitación.
Agradecí que el fin de semana hubiera terminado. Así, durante los próximos días, no seríamos solo él y yo en la casa y así sería más fácil evitarlo. Podía pedir que me trajeran lo comida o buscarla en otro momento. Mientras que él no estuviera, bien podía cocinarme yo.
El lunes por la mañana me desperté a eso de las diez de la mañana. Me había quedado hasta tarde mirando al techo mientras que en mi mente se reproducían los recuerdos del fin de semana, de nuestras pláticas. No había sido tan malo todo el tiempo, era solo que...De a ratos, cuando todo parecía marchar más o menos bien—lo mejor que podía marchar estando en una situación así—recordaba eso mismo; el tipo de relación que teníamos. Cómo me había arrancado de mi hogar.
Estaba bien, me había explicado algunas cosas que, si bien yo nunca le daría el brazo a torcer, se las había creído. Algunas explicaciones tenían sentido y, cuando había reaccionado por la noche anterior, no había sido por verdadero enojo, sino por...miedo, indecisión; inseguridad, esa era palabra, porque...Todo era, sonaba, muy lindo pero ¿y qué? ¿qué pretendía él? ¿hasta donde llegaríamos? No lo sabía y era eso lo que lograba enfurecerme.
Así que cuando amanecí simplemente ordené un café con leche y un jugo de naranja, el cual me ofrecieron acompañar con tostadas, fruta o croissants.
Suponía que él debía trabajar así que después de vestirme bajé a leer a la biblioteca para cambiar de aire. Apenas escuché su voz en el pasillo por la tarde, me puse de pie y salí a continuar mi libro al jardín. Quedaría con los ojos quemados de tanto leer en digital pero no me importaba; todo fuera para evitarlo.
Lo que me daba incertidumbre era el momento de la cena pero, al llegar, él estaba terminando un trabajo de último momento, me contó la cocinera sin que yo se lo preguntara así que comí rápido y subí a mi habitación.
De la misma manera transcurrieron los siguientes dos días hasta que el jueves di un respingo del susto cuando, mientras leí acurrucada en uno de los sillones de la biblioteca, él se apareció.
Entró como si nada y se dejó caer en el sofá de al lado. Yo pretendía ignorarlo pero lo intenté sin éxito puesto que a los pocos segundos mi mirada se fue hasta él.
Llevaba ropa formal, de trabajo. Pantalón y chaqueta. No la remera y las bermudas deportivas del fin de semana y sí, ya era jueves pero lo había estado evitando.
Dejó caer por sus hombros y brazos la chaqueta gris. Ya tenía unos botones de la camisa blanca desabrochados y su pecho estaba un poco al descubierto. Él suspiró y se revolvió unos mechones rubios que le caían por la frente. Ese aspecto desalineado en la casa era tan distinto al que había visto en la escuela...
—Uf, estoy agotado—comentó como si nada, como si no fueran las primeras palabras que él me dirigía en cuatro días.
Su aspecto, que no estoy diciendo que fuera desagradable, decía lo mismo que sus palabras. Yo enarqué una ceja mirándolo aún de reojo y él continuó hablando:
—Hay una entrega. Un libro nuevo con presentación y todo pero hubo un problema en la imprenta. Me están volviendo loco.
La curiosidad me atacó.
—¿Pero qué tú no eres el dueño? ¿Por qué te encargas de todas las cosas tú?
—Porque soy la cara que representa a la empresa. El autor, este en especial, se contacta conmigo y además quiero asegurarme de que las cosas estén bien hechas.
—O sea que no confías en tus empleados—deduje.
—¡Sí lo hago! Es más como...ayudarlos.
—Eres inseguro. Tienes ansiedad.
—Ya deja de criticarme—me miró mientras negaba con la cabeza, el mentón apoyado en la mano y el codo, en la manga del sofá.
Fingía estar enojado con su tono pero yo sabía que no lo estaba.
—¿Sabes qué me vendría bien?—Yo lo miré esperando a que lo dijera—Una vuelta en auto. Ir a cenar.
—Ve—Me encogí de hombros.
—¿No quieres venir conmigo?—Sus ojos azules brillaron mientras hacía un puchero.
—No—dije seca y fría.
—Entonces no iré.
—¿Y esos amigos a los que me querías presentar? ¿Que nunca te juntas con ellos?
—Están de viaje por negocios pero, igual...—comenzó pero luego se calló y bajó la vista,negando.
—¿Igual, qué?
—Quería algo más tranquilo, más íntimo. Los adoro pero son muy ruidosos y...prefería ir contigo.
No me iba a hacer cambiar de opinión así que no respondí.
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Vendida al CEO
RomancePUEDE COMPRAR SU CUERPO, PERO...¿SU CORAZÓN? Leslie Brown no está de acuerdo con la opinión de su familia. Para ella, el empresario Adam Boston es un arrogante, un malcriado caprichoso y un patán. Ella no puede demostrar todas sus teorías excepto un...