Lectura

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Quedamos respirando agitados. Nuestros pechos subían y bajaban con excitación cuando yo me hice a un lado y me recosté junto a él.

Adam extendió su mano y tomó la mía en un gesto que me pareció de lo más tierno.

Yo lo miré.

—¿Qué hacemos ahora?

—Nunca te cansas, ¿verdad?—me preguntó él, divertido.

Yo negué con la cabeza.

—Me gustaría leer. Aunque sería mejor si tú lo hicieras por mí—dije haciendo un puchero que me dio risa.

—¿Quieres que te lea?—Él enarcó una ceja.

—Eso dije, Boston.

—Lo siento, Brown. Pásame el libro que estás leyendo y lo haré.

Él comenzó a leerme la novela que yo ya llevaba a medio empezar mientras que con sus grandes manos de dedos ásperos, acariciaba mi cabello provocándome un placer esta vez dulce y soñoliento que me invitaba a viajar al mundo de los sueños aunque no quería perderme de su voz.

La hipnosis del momento de pronto acabó cuando su celular comenzó a llamar.

—¿Quién es?—pregunté mirándolo y temiendome lo peor. Temiendo que fuera la peor.

—El pesado del Jhonsson.

Jhonsson era el cliente que estaba por editar su libro y que siempre exigía cosas extraordinarias fuera del horario de trabajo. Aún así, aunque me apenaba por Adam, me alegró que fuera él.

—Deberás leer un rato sola, Les. No llama hace tres días e imagino que tendrá para rato.

—Pues acumularás tiempo que me debes de caricias y lectura—le dije señalándole con un dedo acusatorio.

—No creo que haya mucho problema con eso—Él me guiñó el ojo asomado por el marco antes de desaparecer por la puerta.

—¡No te olvides ni te hagas el tonto!—le grité para que no lo olvidase.

Preferí darme un baño de espuma antes de seguir leyendo.

Sumergí mi cabeza en el agua fresca y dejé que mi cabello se mojara por completo antes de emerger. Mientras miraba al techo blanco, aún metida en la bañadera, llevé una mano a mi zona baja y masajeé su interior tal como Adam me había enseñado.

Cerré los ojos y lo imaginé durante un buen rato. Imaginé su miembro en un juego con mi boca, imaginé su nuez de Adán, su cabello y sus labios devorándose con los míos. Imaginé mis pechos chocando con su torso marcado y nuestros traseros haciendo lo mismo.

Imaginé su aliento cálido y mentolado. La humedad reconfortante que su lengua dejaba en mi piel cuando la iba intercalando con besos sobre la piel desnuda y esa otra humedad que generaba en mi zona baja, que me preparaba que algún día—que esperaba no fuese muy lejano—él entrase en mí. Que me hiciera suya.

—"Carmilla agitó su abanico de estampado floral para ocultar el rubor de sus mejillas cuando el profesor Hamish la enfrentó"—me leyó Adam esa noche.

El hecho de que ambos estuviésemos metidos en la cama era excitante.

Su mano trazaba círculos en mi cabello y acariciaba mis mejillas con el dorso de sus dedos.

De pronto se volteó y se quedó mirándome con una sonrisa.

—¿Qué tengo?—le pregunté.

—La hermosura pegada a la cara—me dijo.

—Ya, lee—dije rodando los ojos aunque por dentro sentí una ráfaga de calor aplastadoramente reconfortante.

—'Oh, no lo había visto llegar, profesor Hamish', dijo Carmilla bajando un poco su abanico pues el gesto era poco natural. 'Qué sorpresa'—Yo lo observé sonreír aguantando la risa mientras leía.

Ya habíamos intercambiado bastantes opiniones sobre la estupidez y obviedad de Carmilla y todo era muy absurdo y gracioso.

—'Está muy bella hoy, señorita'

—A ver si de una vez pasan a la acción—dije.

—No todos son como nosotros.

—Mal por ellos—dije y, tomando su mano, la bajé hasta mi pecho.

Él continuó su camino hasta mis senos, que envolvió cálidamente con delicadeza.

—"Carmilla se ruborizó. En tantos años de internado femenino, jamás había visto una figura de un hombre tan apuesto. Tan..."—ahogó una carcajada—Lo siento, "Tan..." Mierda, no puedo.

—Haz algo que te distraiga para que puedas concentrarte en eso—le dije—O ya déjame leer a mi.

—Hagamos ambas. Ya veremos si tú puedes leer con lo que voy a hacerte.

Acepté el reto. Comencé a leer y al principio fue fácil. Mi voz flaqueaba un poco con las caricias en mis senos que me arrancaban suspiros y gemidos pero lo tenia dentro de todo bajo control.

El problema comenzó cuando su mano bajó pícaramente hacia mi estómago, en el que dejó unas caricias que hacían cosquillas excitantes y que me encendían algo húmedo más abajo, en el centro de mi feminidad.

Pero el verdadero problema llegó cuando su mano se deslizó por dentro de mi braga y la humedad cálida lo recibió. Un temblor cálido, de placer, arrasó con mi cuerpo y ya me costó leer mucho más.

—Sigue, no te detengas—me retó pícaramente él.

—No...puedo...ajhhhh.

—¿Ves? Tú provocas lo mismo en mi.

—Pero yo no te estaba tocando nada...

—Me tocas cada fibra. Me tocas el ego. Me toca tu voz, tus chistes, me tocas tú. No necesito el tacto físico para que me llegues, aunque no me niego a él.

—Mierda—dije tirando el libro que cayó al piso y parándome sobre él—Es el momento, quiero que me hagas tuya.

—¿Estás segura?

—Muy. No aguanto más.

En un giro grácil y poderoso, cargado de fuerza y energía, él giró posicionándose con suavidad sobre mí, sin hacerme ningún daño.

—Dime si quieres que pare, si necesitas que vaya más lento.

Yo asentí ansiosa.

Nuestros cuerpos se posicionaron y antes de que nada ocurriera yo estaba segura de que ambos encajarían a la perfección.

Pude sentir su miembro erecto y duro contra mi pelvis, cómo la punta de su pene la rozó haciéndome cosquillas antes de bajar y entrar en mi. Yo lo esperaba húmeda, lista, preparada.

Ingresó despacio. El roce, la fricción...se sentían tan bien...

Hubo algo de ardor, un ligero dolor poco después pero todo era tan satisfactorio...Adam no dejaba de preguntarme cómo me encontraba, si necesitaba que parase o algo.

—Solo...sigue—dije como pude. Sonó a súplica y es lo que era. Estaba ansiosa, deseosa, necesitaba más. Más... más en mi.

Él comenzó a arremeter en movimientos que iban hacia arriba y hacia abajo, un poco hacia adelante y un poco hacia atrás como si galopase sobre mí. El movimiento de su miembro saliendo y entrando de mí era tan satisfactorio, me llenaba de tanta electricidad en toda esa zona que cualquier molestia quedó adormilada, silenciada y olvidada.

No sabía lo mucho que había necesitado ese momento hasta que no lo obtuve. Y qué bien se sentía al fin, por fin tenerlo. A él. A Adam. A su intimidad. A su sexo.

Sí que te presto atención ahora, ¿eh, Adam?

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora