Llamada

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Yo asentí aunque no tenía sentido ya que él iba adelante. No podía hablar, no tenía fuerzas. Mi pecho subía y bajaba y suponía que debía estar blanca como la leche. Pálida, a punto de desmayarme hasta que él se giró y me observó poniéndose en cuclillas; las manos sobre las rodillas y yo sentí cómo de pronto toda la sangre que se me había ido de la cara parecía saltar de mi estómago y acumularse en mis mejillas.

Unos mechones rubios mojados por el sudor contrastaban con el bronceado dorado de su piel y sus ojos tan grises brillaban destacándose.

—¿Muy cansada?

—Corro mucho más cuando estoy sola—Sólo que no a esa velocidad.

—Adelante—me dijo sacando una mano de su rodilla y haciendo un gesto para que siguiera.

Yo no iba a darle el brazo a torcer así que salí por delante de él sintiendo una punzada en el costado que amenazaba con perforarme a cada trote.

—¿Quieres jugar al tenis? —me preguntó apenas llegamos a la casa y eso sí que yo no podía hacerlo. Estaba exhausta y sudada y necesitaba un buen baño.

Él al parecer lo notó porque mientras que mi boca permanecía abierta sin poder decir nada, él se detuvo y negando con una risa, dijo: —Descuida, descuida. Era un chiste—Su voz sonó ronca y, con su risa, pude ver cómo su nuez subía y bajaba en su garganta.

Mi mirada subió un poco a esa barbilla tan masculina, al mentón marcado y a unos labios bien carnosos y rosados.

La piel con una fina capa brillosa de sudor y aún a la distancia, podía sentir ese aroma masculino que tenía: jabón y perfume. Siempre estaba limpio. Aunque no por limpio me refería arreglado y, esos momentos en los que unos botones de su camisa se desabrochaban, unos mechones se caían por delante de su frente o esa risa de costado le marcaba un hoyuelo eran mis favoritos. El Adam desalineado. El Adam real.

El que era conmigo y no cuando atendía a la gente de su empresa; cuando salía por la mañana a trabajar o hablaba en una nota para la televisión. Ese era otro Adam, el que creía conocer, el que había conocido sin verdaderamente hacerlo y el que aún me seguía produciendo un gran rechazo.

Almorzamos juntos y luego él se fue a ultimar unas cosas antes de la entrega de aquel libro que tanto estrés le había generado. Yo sabía todo sobre este, pues él me había compartido todos los detalles.

Yo horneé unas galletas en la cocina y esperé sentada en la banqueta de la mesada leyendo mi libro nuevo hasta que estas se hicieron. Luego las puse en una fiambrera y salí al jardín inmenso para seguir leyendo sobre una manta.

Cuando leía perdía la noción de tiempo y espacio; me transportaba a aquel mundo al que las páginas me llevasen y aunque por eso no sabía cuánto tiempo había pasado, supuse que había sido bastante cuando una sombra alargada y fornida me tapó la luz del sol.

Levanté la mirada. Adam.

Aún tenía la ropa formal del trabajo: camisa y pantalones de vestir, pero estos ya estaban desalineados. Me causaba gracia cómo, parecido a un niño que llega de la escuela y queda hecho un desastre, él podía desarreglarse tanto con solo un rato.

Él se sentó frente a mí. Lo observé primero arrodillarse; las largas piernas doblarse y bajar y luego las manos acomodarse sobre las rodillas mientras que movía el trasero balanceándose de un lado al otro. Después se llevó la mano al pelo y corrió un mechón hacia el otro lado.

Temía haberme quedado mirándolo embobada así que me preocupé por hacer algo y tomé el señalador del libro para al menos marcarlo.

—¿Cómo te fue?

—Creo que al fin las cosas se están encaminando ¿Cómo va ese libro? —lo señaló con un pequeño levantamiento del mentón.

—Bien. La chica vive una vida de excesos. Droga, alcohol y sexo a sus dieciseis años.

—Muy inapropiado—bromeó.

—Por eso se llama "Chica excesos".

—Vaya libros que eliges.

—Tú lo pagaste.

—Había leído "Chica y besos", pensé que sería una novelita rosa.

Yo había registrado muy bien su biblioteca y lo que más había encontrado eran clásicos. Absolutamente todos de todos los autores. Y él me había confesado que se los había leído todos.

Conversamos un poco sobre cine, actores y actrices; teatro, al que yo nunca había ido y me dijo que debía llevarme y por último recitales alocados y pastillas. Él nunca había consumido, el alcohol había sido su límite y me parecía bien, yo tampoco hubiera consumido de tener la oportunidad.

—La semana siguiente comienzas la escuela.

—Ni me lo recuerdes.

—Último tramo antes de comenzar la vida universitaria. Podría pagarte un test vocacional para que eligieras tu carrera.

—Creo que ya sé lo que quiero.

—¿Ah, sí? —Su rostro se torció un poco, la ceja enarcada, los ojos grises estudiándome y los labios cerrados curvados hacia arriba—Siempre tendrás las puertas abiertas en la editorial pero no quiero condicionarte.

—Me fascina leer, lo tengo en cuenta pero...La protagonista del libro que leí al llegar...Era agente de viajes y...Creo que me divertiría mucho planear las vacaciones de la gente.

—Me parece muy bien entonces—asintió y yo sentí un calor interno subiendo por mi pecho.

—Y...Con respecto a la escuela...Sabes que puedes invitar amigas si quieres, ¿verdad?

Lo sabía. Lo había imaginado, pero las chicas de mi escuela eran algo falsas e interesadas y no me habían dado ganas de hacerlo.

—No creo que quiera...

—Ya deberé presentarte a mi grupo de amigos. Iré a buscarte y puedo llevarte a la escuela, si deseas, claro—.Yo asentí guardándome la sonrisa para mis adentros—Y, ya que estamos en el centro, podemos hacer programas a veces cuando no esté tapado de trabajo.

Yo sonreí. El no estar enojada con él hacía que no fuese tan...imperiosa la necesidad de estar en desacuerdo con él. De llevarle la contraria.

Me hallaba leyendo recostada en el sofá de la biblioteca. Adam repasaba algunos manuscritos, últimamente lo veía muy cansado y trabajando fuera de hora pero me gustaba esa parte trabajadora y responsable de él y que a pesar de su cansancio nunca perdiera el humor y la energía cuando estaba conmigo.

De pronto su teléfono sonó. Él se puso de pie y atendió.

—¿Hola? —Hubo silencio durante unos segundos—¡Noel! Vaya, sí que no esperaba tu llamado—Levanté la mirada del libro. Había una gran sonrisa en su rostro, de esas que exponían sus perfectos dientes blancos y alineados. Su mano, apoyada contra el marco de la ventana, sostenía su cuerpo que estaba apoyado de costado—¿Estás en la ciudad?


Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora