Bomba de tiempo

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—Que eres explosiva. En el buen sentido. Eres dinamita.

—Sí, supongo que sí.

<<Soy una bomba. De deseos sensuales pero también siento que lo nuestro es una bomba de tiempo>>

Desperté por la mañana con una sensación un poco más cálida, como de más tranquilidad; de saber que las cosas marchaban mejor.

Bajé a desayunar y tomé unas tostadas con queso y café.

—¿Qué quieres hacer hoy, señorita "falto-a-clases"?—me preguntó y reí.

—Mmm...No lo sé, supongo que leeré o...

—No quiero abrumarte y te daré todo el espacio que desees, pero me pedí el día para poder...hacer algo juntos si deseas. Para poder enmendar lo nuestro.

Esa respuesta fue una caricia al alma. Un abrazo entre algodones, un rayo de sol picándome con suavidad en la piel.

—Claro—asentí con una sonrisa.

—Haremos lo que tú desees.

—Bueno, ¿quieres salir y ver a donde nos lleva el día?

—Claro—asentí y bebí de mi café.

Conversamos un poco sobre las noticias del periódico mientras yo terminaba lo mío y él su ensalada de frutas y después me fui a cambiar. Opté por un conjunto de musculosa y pollera rosas de tenis y unas zapatillas blancas.

Subimos al auto descapotable y comenzamos a ir, con música, por la costanera. Observando el mar azul y la arena de una playa vacía a esa hora en día de semana. Solo había algunos corriendo o leyendo tumbados. Me sentía en una película.

—¿Qué hacemos?—le pregunté aunque no admití la parte de que con solo hacer eso yo ya la estaba pasando muy bien.

—Podemos ir a almorzar mariscos fritos, puedo llevarte a una librería—Con esa idea sonreí—Podemos...

—Ayer—Aunque no había sido de una gran manera—conociste mi barrio. Enséñame el tuyo. Quiero ver tus lugares antiguos.

—Hecho. Haremos todo eso— me dijo y vi cómo estaba a punto de extender una mano y revolverme el cabello pero esta titubeó en el aire y la volvió a apoyar sobre el volante. Aún había una pequeña tensión entre nosotros que dolía como pequeñas astillas de cristal sobre nuestros hombros.

Fuimos a un centro comercial bellísimo, compramos un set nuevo de pelotas de tenis—yo amaba el aroma de esos locales—y después, en el segundo piso, pasamos por una hermosa librería en la que compré muchos títulos.

Unos locales al costado, en la esquina, quedaba un local de comida rápida de mar llena de gente pero que Adam me aseguró que, si no me molestaba, valía la pena esperar. Así que eso hicimos y sentados en una mesa junto a las barandas vidriadas que daban al océano, comiendo las frituras llamadas "miniaturas" con salsa tártara, descubrí que eran el cielo. O el mar. Sí, eso tenía más sentido.

El sonido del mar, de las gaviotas y de la gente era el fondo perfecto para nuestra conversación de lo más variada:mis autoras favoritas, los libros que había comprado y recuerdos de él comiendo esas mismas frituras con su hermano y sus padres.

Después de comer paseamos por las galerías llenas de negocios. Nuevamente sentí cómo él amagó con acercárseme, cubrir mis hombros con su brazo pero, después de detenerse torpemente a solo unos centímetros de mí, volteó la mirada y llevó ambas manos detrás de la cintura, tomadas entre sí como impidiendo escaparse, sellándolas.

Eso me arrancó algo de amargura. Deseaba ese contacto.

Volvimos al auto y él comenzó a darme una visita guiada por su escuela, su casa antigua y el kiosco en el que, cuando sus padres tenían dinero, le permitían a él y a su hermano comprarse todo tipo de chucherías; el sueño de un niño.

—Recuerdo cuánto más altos me parecían estos árboles de pequeño...

—Son hermosos—dije admirando las grandes Jonás verde oscuro.

—Sí, pensamos igual. Yo siempre me quedaba admirándolas por más que mamá me presionara porque llegábamos tarde. Si habré corrido por estas calles temiendo que me cerraran las puertas... Ella siempre me decía: "los árboles seguirán aquí cuando volvamos sin apuro", pero yo no podía.

Yo reí.

—¿Eras muy impuntual?

—Todo lo contrario a ahora. Además, como iba a la escuela por la tarde, siempre tardaba en almorzar y en cambiarme y en quedarme jugando.

—Yo siempre debía levantarme híper temprano. Envidio al pequeño Adam. Además, en mi barrio, el curso de la tarde estaba mal visto. Aunque supongo que en una escuela de dinero como la tuya eso no debía haber importado. Todo habría sido igual...

—Sí, supongo que sí.

—¿En qué piensas?—Noté algo extraño en su mirada.

—Mi casa—.Habíamos vuelto a pasar por ella—Mamá seguiría aquí de no estar en el psiquiátrico. Es muy bella. Me hubiera gustado que entraras y la conocieras. Las paredes amarillas del interior, los pasillos...Aunque bueno, nada fue igual después de lo de mi hermano, esa habitación vacía era filosa y cuando murió papá, bueno...Mamá tocó fondo. Ya lo había tocado pero papá, él...Él le sostenía la mano. Yo, con el trabajo, no podría haberla mantenido en pie, además de que ella se había negado. Siempre fue muy altruista y nunca quiso molestar, aunque no lo hiciese.

—Lo imagino. Lo siento mucho...—Una idea se me vino a la cabeza—¿Quieres visitarla?

Su sonrisa se encendió. Era radiante.

—Claro...¿A ti no te molesta?

—Para nada—negué.

Imaginaba a esa mujer como alguien bondadoso, cálida y muy fuerte cuya vida había quedado destruída por una desgracia semejante. Además, me daba curiosidad ver si había algún parecido con Adam. Tenía que pedirle fotos de su familia. Anoté eso en mi mente para más tarde.

Él retomó fuertemente el volante y doblamos hacia allí.

Me alegraba verlo mejor.

Después de unas cuantas calles, nos detuvimos en una clínica. Se notaba que era para gente de dinero y claro, Adam le daría lo mejor a su madre. De eso no me cabía la menor duda.

—Aquí es.

Estacionamos y bajamos. Tocamos el timbre. Un enrejado color marrón cercaba la clínica. Sonó un portero y nos permitió ingresar cuando Adam dijo su apellido; Boston.

La mujer que nos atendió era muy amable y después de hablar por un teléfono interno y preguntar por Amanda, nos pidió un momento y luego nos hizo pasar a su habitación.

Amanda estaba encogida, encorvada en su cama jugando con los dedos índice que se revolvían entre sí. Al levantar la mirada y ver a Adam, una gran sonrisa iluminó su rostro arrugado.

—¡Sebastian!

Miré rápidamente a Adam y pude ver cómo su semblante intentaba ocultar el dolor. Supe que era su hermano.

—Soy Adam, ma—dijo apresurándose para llegar y tocarla. Abrazarla y besarla, lo que me conmovió.

De pronto la nariz me escocia y una lagrima pujaba por salir.

—Oh, Adam, cierto. Lo siento. Te ves igual a él. De seguro ya llegará. Deben estar con tu padre, en la empresa.

Sebastián estaba con su padre pero en un lugar del que no podrían regresar.

Ay. Una daga se clavó en mi corazón.

Adam no dijo más nada sobre el tema.

—Traje a una amiga, ma.

Yo sonreí algo nerviosa.

La mujer lo apartó un poco para verme.

—Hola, soy Leslie—saludé dedicándole mi mayor sonrisa. No era forzada, no. La sentía, me salía directa desde el corazón.

—¿Eres la novia de Adam? ¿Es tu novia?—volteó la mirada para preguntarle a él y yo reí.

—Eres rápida y pícara, ma. Y no, es solo una amiga. Una gran amiga—dijo él sonriéndome y yo confirmé lo que había pensado: así me la imaginaba a Amanda, fuerte y vivaz, divertida, pícara y dulce.

Adam me invitó a acercarme y ella también.

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora