Él se miraba de costado en el espejo luciendo una camisa de un celeste claro.
—¿Esta o...?—dijo librándose de ella primero por las mangas y luego sacándosela por completo dejando a la vista un torso marcado. Su piel era bronceada, de un anaranjado que se tocaba con el más claro de los marrones, como el de las hojas del otoño.
Una pelusilla enrulada crecía desde debajo de su ombligo hasta su zona baja y yo noté lo centrada que estaba en observarlo cuando el escenario se fue de mi vista al él ponerse la otra camisa, negra esta vez.
—¿Cuál prefieres?
Me costó salir del ensoñamiento.
—Eh, la negra—me apresuré a decir aunque la que mejor le quedaba era la otra.
—Sí, yo pensé igual—dijo quitándosela para ponerse el polo verde que llevaba antes, el que traía de casa. Pero esta vez yo me aparté y volví a sentarme dejándolo solo mientras se cambiaba. Ya había visto demasiado por esa tarde.
Después de comprarla, salimos y él me invitó a tomar un helado. La heladería quedaba dentro del shopping y todo era de reluciente dorado y blanco mármol.
Yo me pedí chocolate con almendras y maní primero y me fui a sentar a una de las mesillas redondas mientras esperaba a que él viniese con su helado.
Vino a la mesa con una bocha de frutilla y una de pistacho.
—¿Te gusta la ropa?—Él usaba la cuchara para tomar su helado. Yo lo lamía.
—Me fascina—No pude ocultar la emoción—Gracias.
—No hay por qué. Yo adoro la ropa, no lo puedo negar. Creo que tus elecciones de vestuario hablan de tu personalidad.
—Eso es una estupidez, yo siempre compraba en tiendas de segunda mano porque no podía comprar algo mejor y debía conformarme con lo que encontraba a mejor precio.
—Es verdad, pero ahora que tú elegiste tu ropa sin ese impedimento puedo ver tu personalidad reflejada en ella.
—Porque se refleja en nuestras decisiones, en nuestras acciones. Pero van más allá de la ropa.
—Es verdad, lo siento. Me refería...En el ámbito laboral o la gente de alto poder adquisitivo que escoge sus prendas.
—Son la minoría.
—Es verdad, lo siento.
—Pero viviendo en tu castillo no debes de verlo seguido.
—He pasado por momentos muy difíciles, Leslie.
—Sí, pero no aprendiste del todo de ellos. En ese momento en que no tenías dinero tu personalidad era la misma y sin embargo no hubieras podido comprar ropa para representarlo.
—Tal vez tu llegada me haga aprender lo que me faltó.
—Tal vez...Pero deja de insistir en que soy una cosa que solo te servirá de algo, aunque me hayas raptado para eso.
—Yo no te rapé, y...—Se detuvo al ver que yo enarcaba una ceja—Mejor habla tú, que se te da mejor que a mí.
—Por fin dices algo cierto. Pues...—me puse a pensar—Tu...equivocado comentario—dije y él sonrió interesado en lo que tenía para decir a continuación—me hizo recordar que a veces me escabullía en los probadores de las tiendas para probarme prendas que no podía comprar.
Él rió.
—¿Y no te botaban?
—Siempre me escondí y me salí con la mía. Una vez mantuve escondida en casa a una cachorra que encontré en la calle, Camelia, por tres días. Era hermosa, del color de la miel—la recordé.
—¿Y luego qué pasó?
—Tuve que llevarla a un refugio.
Él asintió mordiéndose los labios.
—Yo tuve a un perro policía, Spark. Ladraba como un condenado pero fue siempre mi compañero.
—Siempre quise un perro después de eso...
—Podemos buscar uno—me sugirió él pero no le respondí. ¿Era bien intencionado o solo quería comprarme? No estaba del todo segura.
Terminamos nuestros helados y caminamos un poco más por las galerías mientras conversábamos. La escuela, nuestras estaciones favoritas. La mía el verano; la de él, el invierno y por último, nuestros miedos.
Mi irónico miedo al no control, algo que estaba enfrentando a la cara en esa situación y su complementario miedo a la soledad y también al fracaso.
—Pues a tu empresa le va muy bien.
—Pero el trabajo no lo es todo en la vida.
—Pensaba que para ti lo era.
—He dicho muchas veces que no—dijo negando—Soy sincero contigo.
—Me gusta descubrir la verdad de las cosas por mi propia cuenta.
—¿Y eso cómo será?
—Con tiempo. Con tus acciones.
—¿Y hasta ahora qué percibes en mí?
¿Qué veía en él? Aún no lo sabía pero odiaba no tener respuestas así que señalé un hermoso chihuahua que vimos en el bolso de una mujer.
—¿A donde vamos?—pregunté en el auto cuando, supuestamente volviendo a casa, salimos de la carretera que habíamos tomado a la ida en un giro.
—Vamos a tener una buena cena de cumpleaños. Comer una hamburguesa en la cama no creo que cuente. Quiero llevarte a mi restaurante favorito.
Asentí aunque hubiera preferido ya volver a la casa. La verdad era que estaba cansada.
Llegamos a un lugar iluminado por luces cálidas con mesas de manteles color crema y cubertería de un plateado que brillaba.
Caminamos hasta una mesa del fino acompañados por la música tranquila, el ruido de copas y el aroma a buena comida.
Varios meseros saludaron a Adam y supuse que lo conocían de otras veces. Al parecer frecuentaba su restaurante favorito seguido. Yo tenía algo de no querer utilizar demasiado mis cosas favoritas, se contradecía con mi teoría de que la vida era una sola y una vez pero suponía que todos teníamos nuestras contradicciones y además era tan poco lo que llegaba nuevo a mis manos que siempre quería cuidarlo.
Los meseros nos dieron el menú y Adam fue ordenando un vino. Nos sirvieron panes calientes de todos los colores y distintas pastas para untarlos.
Él pidió para ambos el salmón con puré de patatas y me hizo un favor ya que no hubiera querido pedirlo yo y darle la razón aunque ya quería sentir el sabor de ese plato de nuevo en mi boca.
Retomamos la conversación que veníamos teniendo.
—Cuéntame un poco más de esas travesuras tuyas—dijo mirándome con el mentón apoyado sobre la palma de la mano. Su brazo expuesto gracias a la camisa arremangada exhibía su reloj y bastante vello rizado y rubio.
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Vendida al CEO
RomancePUEDE COMPRAR SU CUERPO, PERO...¿SU CORAZÓN? Leslie Brown no está de acuerdo con la opinión de su familia. Para ella, el empresario Adam Boston es un arrogante, un malcriado caprichoso y un patán. Ella no puede demostrar todas sus teorías excepto un...