Sin luz

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Mientras cenaba sola en mi habitación me pregunté si estaría siendo demasiado severa...El hecho de estar en esa habitación, lo que implicaba—básicamente que estaba confinada allí por más que él me ofreciera salir y no fuera literal, estaba viviendo en esa casa, con comodidades y todo pero a la fuerza—me decía que no, que lo que yo estaba haciendo estaba bien.

El viernes cuando terminó el trabajo, vino a la biblioteca como el día anterior.

—Menudo imbécil—dijo después de colgar el teléfono. Deduje que hablaba con el autor del libro ya que le decía a todo que sí mientras que intentaba explicarle por qué no podían, antes de ver si el libro vendía, traducirlo a seis idiomas.

Yo me rasqué la barbilla ocultando una pequeña risita.

—A veces me gustaría ser granjero. O pescador. Un trabajo tranquilo.

—Pensé que te gustaba el dinero. Ya sabes, todo el discurso que me dabas.

—Sí, y es la verdad.

—Una cosa no es sin la otra.

—Lo sé, lo sé—dijo frotándose el cabello brilloso—Lamentablemente lo sé—Después me miró—¿Y tú, Les? Nunca me dijiste qué pensabas estudiar.

Demoré en contestar y es que me había quedado algo alelada.

Les...

Jamás me había llamado así. Jamás nunca nadie lo había hecho. Sé que suena tonto, que solo era un apodo pero la gente nunca me decía algo tan...cercano. Cariñoso. Ni siquiera mis padres y él lo había dicho con una naturalidad...

—¿No sabes?—preguntó ante mi silencio.

—Ehhh, no. No—dije sintiendo cómo me acaloraba.

Pasé el fin de semana leyendo un nuevo libro que encontré en Wattpad, el cual tenía más de cien capítulos y cientos de páginas. En los ratos en los que mi cabeza pesaba y mis ojos ya ardían, me dedicaba a caminar un poco observando todos los lomos de los libros que ocupaban las estanterías de la tan inmensa biblioteca y también recorriendo los pasillos de la mansión.

Fue cuando escuché una voz en neutro proveniente de la televisión de...¿millones de pulgadas? que me asomé a ver qué era lo que Adam estaba mirando.

El anuncio de una caminadora aparecía en pantalla junto a un número de teléfono.

—¿Sabías que esos canales solo muestran infomerciales? No acabará nunca—me asomé.

—Lo sé.

—¿Y piensas comprar una caminadora? —Ya había un pequeño gimnasio en la casa.

—No.

—¿Y entonces?

—Me divierte este canal.

—Eres un estúpido—reí negando con la cabeza mientras me mordía el labio.

—Hazme el favor de contratarte un servicio de streaming.

—Me divierte ver las mil y un ventajas de esta caminadora que viene con un libro de recetas saludables incluido.

Su personalidad, tintes de ella que descubría y que resultaban tan...insospechados, me sorprendían y hacían reír. Algunos eran adorables. Faltaba que me lo encontrase tejiendo o algo así.

El domingo por la noche cuando terminé aquel libro quedé con la vista tan quemada que me juré que no podría ver la pantalla por más de diez minutos al día al menos durante un tiempo y siempre con el brillo en mínimo. Dios.

Para matar mi tiempo en la semana—estaba en un receso de dos semanas de vacaciones de la escuela—pedí permiso y me infiltré en la cocina. Preparé galletas, pasteles y muffins que, al cruzarlo por algún pasillo, Adam halagaba; sin embargo, a mí no me interesaba su opinión, solo lo hacía para distraerme.

Por la mañana salía a correr en el bosque que tenía como patio delantero y por la tarde cocinaba. Haciendo eso y todo, me fastidiaba que para la hora en la que él terminaba de trabajar, yo ya había finalizado todas mis actividades y estaba libre. Si no quería verlo debía encerrarme en mi habitación a mirar el techo y yo era muy inquieta y activa para eso.

—No te veo leyendo—me dijo Adam, de espaldas a mí, sentado en el sofá de la biblioteca.

—Acabé con los ojos quemados—dije algo cortante, no me gustaba que se metiera o juzgara mis tiempos de lectura aunque seguramente era yo la que me decía que él estaba haciendo eso—De todos modos, ya lo terminé—Siempre me gustaba terminar victoriosa. Era muy competitiva y me gustaba ganar.

—No me contaste de qué trataba.

—No me preguntaste.

—Apenas me hablaste de nada este tiempo.

—¿Y esto es un pasado de factura? —me crucé de brazos.

—Sólo cuéntame de qué se trataba. Si quieres.

En mi interior, la idea me emocionó. No tenía a nadie con quien hablar de los libros que leía. Mis compañeras de la escuela no leían y mis tweets sobre libros tenían poca repercusión y casi ninguna respuesta. No me había dado cuenta hasta ese momento que, teniendo una editorial y semejante biblioteca, Adam debía ser un buen lector con el que compartir ese gusto.

Así fue que estuvimos hasta el atardecer conversando—en verdad yo hablé todo el tiempo, él solo me miraba pero siempre muy concentrado y, de vez en cuando, hacía preguntas sobre tal o cual personaje—sobre mis lecturas.

—Y todo eso lo leíste en cuanto...¿dos días?

—Sip.

—¿Y desde ese celular mínimo que tienes?

—Sip.

—Debemos ir a la librería a que te compres un libro físico.

Mi mirada se encendió. Aquello me hacía más ilusión que todas las prendas de ropa. Jamás había tenido dinero para comprar un libro en físico. Intenté disimular la emoción mirando hacia un costado y levantándome a cerrar las ventanas abiertas.

—Va a entrar un murciélago—Puse como excusa.

Cuando intenté encender las luces, estas no lo hicieron. Ya no había luz fuera y, al parecer, tampoco adentro.

Toqué varias veces más la tecla sin obtener ningún resultado.

—Ya, ya. La vas a romper—Dijo poniéndose de pie y caminando hacia mí.

—No funciona—me quejé.

—Sí, lo veo. Creo que se cortó la luz.

—¿Y el grupo electrógeno?

—No tengo uno.

—¿Vives en una mansión hiper mega millonaria y no tienes un grupo electrógeno?

—Pues no, ya lo dije.

—¿Y ahora qué hacemos?

—¿Jamás se te cortó la luz?

—Sí, pero...—Mierda, me estaba mal acostumbrando.

—¿Quieres que preparemos la cena? Me estoy muriendo de hambre.

Fue ya en la cocina mientras cocinábamos a la luz de las lámparas de emergencia cuando noté que sería la primera noche desde aquella cena en el restaurante en la que comíamos juntos.

—Cuidado, no te vayas a cortar.

—No, mamá—Rodé los ojos—Veo dónde pongo el cuchillo—Dije rebanando las zanahorias. 

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora