No lo puedo creer

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Leslie no lo podía creer. Toda su vida estaba por dar un giro de ciento ochenta grados y no eran ni pasada la una del mediodía.

Todo había comenzado esa mañana cuando al entrar al colegio, la profesora les había anunciado que tendrían una charla dada por Adam Boston, el CEO de una empresa mega multi millonaria de la que Leslie había escuchado hablar a sus padres mucho en su casa.

Leslie nunca había sido callada ni sumisa y apenas el tema había llegado por primera vez de la boca de sus padres, ella había querido averiguar por su cuenta. Leslie nunca se quedaba con lo primero que escuchaba. Era testaruda y le gustaba tener su propia opinión de las cosas. Así que había investigado lo suficiente—en un futuro no muy lejano puesto que ese año acababa la escuela, quería ser periodista—a ese tal Adam y la conclusión que había sacado era la siguiente: era sólo un arrogante, engreído, caprichoso y malcriado adulto que no sabía qué quería. En resumen, era un patán con dinero.

Sus amigas estaban emocionadas cuando él llegó a la escuela. Lucinda, que había estado en el patio comprando un trozo de pastel durante el recreo, lo había visto llegar y dialogar con la directora. Había comentado que era apuestísimo. Leslie había suspirado aburrida.

El hombre tardó en llegar al aula. Habían pasado veinte minutos desde que el timbre había sonado. "Nuevamente confirmo que este tipo es un idiota" pensó Leslie.

Como seguía tardando, desenfundó un caramelo de cereza y se puso a masticarlo mientras dibujaba flores en el margen de su carpeta de matemáticas, materia que odiaba, hasta que el ruido de la puerta, cuyas bisagras estaban oxidadas, la sorprendió.

Al levantar la mirada se halló con un hombre alto de hombros anchos. Era rubio y algunos mechones le caían por delante de la frente. Vestía una camisa blanca sobre un traje gris y pantalones del mismo color. Sus ojos, cuando él levantó la mirada, descubrió que eran de un gris penetrante. Nunca había visto unos iguales. Esos ojos estaban fuera de lo normal. Y estaban posados en ella.

Tragó grueso de forma inconsciente y volvió la vista a la hoja cuando sintió que su mano estaba mojada de un líquido aceitoso. Al bajar la mirada, maldijo. Había apretado tanto su lapicera que la tinta había explotado manchándola.

—Les presento al Señor Adam Boston. Dueño de la prestigiosa empresa Boston S.A

"Qué nombre original", pensó Leslie pero lo que hizo, en vez de decirlo, fue ponerse de pie y levantó la mano.

—¿Sí, señorita Brown?—le preguntó la profesora claramente molesta y luego miró al magnate para reír con una risa estupida y antinatural.

"Estás coqueteando con él", pensó Leslie.

—¿Puedo ir al baño? Manché mis manos—dijo levantándolas y mostrándole sus palmas manchadas.

—Ve antes de que ensucies algo más.

Leslie comenzó a caminar pero, cuando estaba por pasar delante de Adam, la profesora volvió a hablar:

—Y discúlpate con el señor Boston por interrumpir su presentación y retirarte en el medio.

Leslie, que se mordió el labio y revoleó los ojos, obedeció de mala gana. No podía darse el lujo de no hacerlo: estaba muy cerca de reprobar matemáticas y desautorizar a la profesora delante de un hombre al que claramente intentaba —de forma patética—seducir, no era la mejor opción.

—Lo siento, señor Boston—recitó en tono cansino como cuando de más pequeña debía, todas las mañanas, saludar a los profesores en lo que ya parecía un cántico monótono y automático.

—Disculpas aceptadas. ¿Cómo te llamas? Para que pueda disculparte.

—Leslie, señor. Leslie Brown.

Ella notó cómo el hombre asentía al mismo tiempo que la observaba de arriba hacia abajo. Ella también lo hizo.

Estando más cerca, descubrió cómo la nuez de Adán se elevaba y bajaba cuando el hombre hablaba. Cómo una barba de pocos días, también rubia, cubría sus mejillas y mentón y hasta pudo sentir un aroma masculino: mezcla de algo cítrico, algo amaderado y menta.

El hombre masticó antes de decir.

—Un placer,Leslie Brown. Siento no poder contar contigo para mi charla.

Ella lo miró de arriba abajo y solo asintió antes de salir. Mientras caminaba hacia la puerta, pudo ver en el reflejo del vidrio de la misma, cómo el hombre liberaba una sonrisa cínica mientras ella se alejaba.

—Muy bien, retomemos, señor Boston. Y discúlpeme—dijo la última parte en tono cómplice la profesora.

Leslie salió y se demoró más tiempo del necesario enjuagándose las manos manchadas de tinta.

El resto del día en la escuela transcurrió normal. La sorpresa fue apenas llegó a su casa cuando lo primero que le llamó la atención fue ver el coche estacionado frente a su puerta.

Era un lujosísimo auto color negro mate. Un modelo que ella jamás se encontraba frente a su casa, una vivienda precaria en un barrio bastante humilde. Si bien nunca le había faltado la comida gracias al arduo trabajo de sus padres, su situación económica no era para nada holgada.

Al entrar en la casa, sus padres la recibieron con rostros alegres y expectantes. Sus hermanos pequeños comían el almuerzo mirando dibujos animados sin inmutarse.

¿Qué hacían sus padres allí a esa hora? Siempre trabajan...Se los preguntó.

—Vinimos a despedirte, hija—dijo Casandra, su madre.

—¡Qué alegria más inmensa!—exclamó Víctor, su padre.

—¿Qué inmensa alegría y despedirme de qué?—preguntó Leslie confundida, cerrando la puerta.

—De tus padres. Y la alegria es que arreglamos con tus padres que vendrás a vivir conmigo y ellos aceptaron.

—Será una gran oportunidad para ti, hija.

—¿Qué? ¿Por qué?—Leslie estaba descolocada. No sabía qué preguntar primero.

—El qué es lo que oíste y, el por qué...Me interesa conocerte y sé que ayudaría mucho a tus padres. Me contaron lo mucho que te preocupas por todo lo que trabajan y la economía del hogar. Tal vez hasta me ayudes en la empresa—rió el hombre.

Leslie no lo podía creer ¿Cómo sus padres podían permitir aquello?

—¿Cómo me ubicaste?—fue lo primero que le salió preguntar.

—Tus profesores me dieron tus datos.

Los padres de Leslie se fueron a buscar sus maletas y, cuando ambos quedaron solos—sus hermanos pequeños mirando la televisión con el tenedor a medio camino de la boca no contaban—, Adam le dijo con una sonrisa macabra:

—Soy poderoso, Leslie.

—¿Por...por qué?

—No tolero que no se me preste atención.

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora