—Una vez me puse como una cuba en una fiesta. Nos habían mandado allí de la universidad con unos amigos, era para hacer contactos. Y en el momento en el que ya no sentía los pies, viene y aparece nuestro futuro jefe. El que hizo las pasantías y más tarde me ayudó a fundar la editorial.
—Menuda suerte.
—Sí, no entiendo cómo no me rechazó.
Al menos era sincero. A veces. Tomé nota mental de aquello.
—¿Y por qué acabaste así? —no estaba pudiendo aguantar la curiosidad pero, en mi defensa, me aburría y debía hablar de algo así que...No pasaba nada por...ceder un poco.
—La fiesta se había puesto aburridísima. Mis amigos fueron pensando que sería en plan fiesta, como lo indica la palabra. Aún no sabíamos lo que era un encuentro de negocios. Ellos comenzaron a tomar. Yo siempre fui más serio, me negaba, pero...Uno me retó y estaba tan frustrado porque el jefe que se suponía que nos contrataría para las pasantías no aparecía que...
—Te bebiste todo.
—Exacto.
—Pero luego apareció otro jefe.
—Así es. El otro era inmobiliario. Tal vez, de habérmelo encontrado, estaría vendiendo casas ahora o no habría llegado a nada y estaría buscando empleo; quien sabe.
—¿Crees en el destino? ¿En que todo pasa por algo?
—La verdad es que no lo sé. No sé si destino pero si...Dejarse llevar. No negarse a lo que viene.
—¿Y que tú me hayas apartado de mi vida es lo que viene o que me niego a lo que iba a venirme? Porque de pronto estoy desplantada de mi terreno y...
—Mi intención es darte una vida mejor, Leslie.
—Una que nadie te pidió.
—¿Tú crees en el destino?
—Creo que mí misma. En lo que yo me propongo, pero justo cuando iba a cumplir los dieciocho y a hacerme independiente, viene alguien y me arrebata todo.
—Dicho así, suena mal.
—¿Dicho así suena mal? Es lo que es—estaba comenzando a enfadarme. A encolerizarme mucho.
—No discutamos, Leslie.
—¡Discuto cuanto quiero y si pretendes que ignore lo que me hiciste y finja que todo está bien, pues yo...no lo haré! —Salté de la yegua para bajarme—Quiero volver.
—Está bien, volveremos—Había pena en su voz. Me importaba un carajo. ¿Qué había con mi pena? Con mi vida; una que estaba a punto de comenzar y cuyo futuro se había destruido, se había reducido a lo más cercano a la esclavitud porque yo sentía que mi vida ya no me pertenecía.
Volvimos en el auto tal como fuimos: en silencio. Solo que esta vez el ambiente era de tensión y el aire que pasaba por los espacios del auto deportivo se sentía cortante, como una barrera entre ambos.
Apenas llegamos y Adam detuvo el auto, yo me bajé cerrando con fuerza la puerta de mi lado y caminé hasta la casa.
Por suerte para mí—porque sino habría quedado humillada—al haber seguridad fuera, las puertas estaban abiertas o mi enojo y mi huída habrían quedado detenidos por la culpa de una cerradura. No encajaba con mi indignación tener que quedarme cruzada de brazos esperando a que Adam sacase las llaves del bolsillo de su pantalón para abrirme la puerta.
Me pasé lo que quedaba de la tarde hablando por teléfono con mis amigas y mi familia, que me preguntaron cómo venía mi estadía y me desearon feliz cumpleaños. Luego de hablar saludando a todos mis hermanos pequeños, a mamá y a papá, me eché en la cama y cerré los ojos, frustrada ante la vida que veía que me esperaba: una aburrida en la que no tenía vida de adolescente. Una en la que estaba atada a un hombre al que no conocía.
La luz cayó por completo y el sol ya no se veía a través de la ventana. Había perdido la noción del tiempo y el espacio de tal manera que, cuando escuché que tocaban la puerta, me sobresalté muchísimo.
—¿Sí?
—¿Puedo pasar?
—No.
—Me preguntaba si no bajarías a comer. Son las diez de la noche.
—No quiero salir.
—¿Quieres que te traiga aquí la comida?
Lo pensé.
—Bueno—dije y no obtuve respuesta.
Media hora más tarde. La puerta volvió a tocar. Esta vez le permití que pasase y, cuando encendió la luz, quedé tan encandilada que me costó enfocar su silueta.
Lo que percibí con claridad fue el aroma a carne de hamburguesa entre dos panes que, al dejármelos en la cama, noté que tenían semillas y estaban calentitos.
Me había preparado una hamburguesa con chips de batatas.
—¿Puedo quedarme un rato?
Me encogí de hombros y luego asentí.
Internamente valoré que él caminase hasta el escritorio a un costado de la cama y se sentase en la silla de allí, dándome espacio suficiente. En la mano tenía una copa con soda para él, igual a la que me había dejado en mi mesa de luz.
Comí la mayor parte en silencio. La hamburguesa era tan grande que me mantuvo ocupada y, hasta que no iba por la mitad, él no habló. No me había detenido a observarlo mucho antes, ocupada en masticar. Pero, de reojo, había visto que miraba hacia el suelo pensativo.
—Supongo que no vas a decirme si prefieres más eso o el salmón.
—Ni siquiera tengo hambre, pero está delicioso—dije lamiéndome los dedos llenos de sal con un profuso sonido—Voy a necesitar caminar un poco para bajarlo después.
—Si quieres puedo mostrarte la casa.
Yo me encogí de hombros.
—Hm, sí. Está bien.
Íbamos caminando por uno de los pasillos mientras yo me planteaba lo que ese hombre debía gastar en impuestos de luz. No había nadie allí y aún así había luz encendida en cada pasillo, en cada recámara en la que nos metíamos.
—Y ahora llega mi parte favorita—dijo con cierto tono de emoción en su voz y, al entrar, lo entendí.
Él me había dicho que le gustaba la pintura.
Estábamos en una sala gigante con ventanales al fondo y paredes completamente blancas en las que descansaban muchos cuadros, en su mayoría de colores azules, celestes y morados.
—Vaya...
En el centro de la habitación había un sofá azul marino y, frente a él, un banquito de madera frente a una mesa alta y un atril además de un carrito en el que se podían apoyar todo tipo de brochas, pinceles y tubos de pintura.
Yo me dejé caer sobre el sofá. No iba a sentarme. Me hubiera apoyado en una pared pero hacerlo justo en esas era imposible ya que los cuadros las cubrían. ¿Desde cuándo eso me importaba, pero...?
ESTÁS LEYENDO
Vendida al CEO
RomancePUEDE COMPRAR SU CUERPO, PERO...¿SU CORAZÓN? Leslie Brown no está de acuerdo con la opinión de su familia. Para ella, el empresario Adam Boston es un arrogante, un malcriado caprichoso y un patán. Ella no puede demostrar todas sus teorías excepto un...