Mensaje

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Su lengua continuó bajando, deslizándose hasta mi sexo. Y se sentía tan bien...

Tensé cada parte de mi cuerpo, recargada de placer, y tuve que morderme los labios para no gritar. Mierda que hacía todo bien. Todo lo que me gustaba.

Él retrocedió sobre sus pasos hasta volver a quedar entero sobre mí y sus manos, a cada lado de mis hombros, me dejaron rodeada antes de que él descendiera.

En su beso probé mi sexo y pude sentir otra nueva descarga de energía. Shocks que me devolvían a la vida.

Mi cuerpo ya había olvidado por completo el frío de afuera. Solo sentía un calor exterior inmenso y llameante que nos envolvía y para cuando él entró en mí, ya todo era un placer calmo como el oleaje burbujeante del mar.

Él siguió escalando y escalando, como un suave galope sobre mí y lo que más me excitó fue cómo mantenía su mirada fija en mí. Cómo me sonreía y cómo yo me mordía los labios y le sonreía a él.

Nos besamos y nos besamos y nos besamos.

De pronto sentí cómo si esa electricidad se tensase en mí durante unos cuantos segundos antes de ceder y dejarme totalmente lánguida. Me había corrido.

Era increíble lo rápido que podías hacerte adicta a algo. Con solo probarlo un par de veces, con haber probado su sexo, yo solo quería más y más. Y es que me hacía sentir tan bien...Me había sentir mejor conmigo misma, con mi cuerpo. Me veía más bella y femenina a su lado.

No quería separarme de él. Mi mirada estaba atrapada en ese cuerpo tan torneado. En aquel cabello tan rubio y en esos ojos del celeste grisáceo del cielo más claro.

Fue chupándosela, arqueando mi boca en torno a su miembro, entrando y saliendo como si se tratara de degustar el más rico caramelo, descubrí algo que me quitó una gran sonrisa.

Él me había dicho que tenía un tatuaje oculto. Allí estaba. En su entrepierna. ¿Cómo no lo había notado antes?

Le sonreí.

Era una bella rosa, con un pétalo cayendo.

—¿Eureka?—me preguntó él, reclinado sobre sus antebrazos.

—Eureka—dije antes de escalar por su cuerpo para tomarlo del rostro y besarlo más y más.

Nuestros besos pasaban por todos los estados: fogosos, ardientes, desesperados y luego dulces, suaves, húmedos y calmos.

—Quiero quedarme contigo—zapateé haciéndole puchero.

—No, señorita. Ya faltaste dos días a clase.

Era verdad.

—Uno más ¿Qué importa? Ya soy mayor.

—Tú debes terminar tus estudios y yo debo trabajar.

—Pero podría acompañarte.

—Debes estudiar, ey—me dio un empujón cariñoso pero yo tomé su mano y la usé de impulso para besarlo.

Fuimos a la escuela y yo no podía dejar de observarlo mientras él maneja.

—¿Qué?—preguntó riendo con aquella voz tan sensual—¿Qué tengo?

—Eres hermoso—se me escapó y me sonrojé pero ¿qué más daba? Era la condenada verdad.

Los días los pasábamos separados; él trabajando duro y yo estudiando duro. Pero luego llegaba la tarde y él me recogía de la escuela. Teníamos sexo antes de almorzar; a veces en mi habitación a veces ni llegábamos a eso y era en el auto, en el medio de su bosque.

Después comíamos, a veces volvíamos a tener sexo y luego, entré besos, hacíamos alguna actividad como jugar al tenis o ir a algún lado. A veces, por la noche, a cenar, al cine o al teatro.

Pero mis momentos favoritos–además del sexo, por supuesto y cuando conversábamos ya que todo lo que él me contaba era interesante–eran cuando estábamos calmos, con la compañía del otro en la biblioteca. Cada uno leyendo. Yo acostada sobre él. Su axila en mi nuca, su brazo rodeándome mientras con su mano acariciaba en círculos mi cabello y besaba, cada pocos minutos, mi coronilla.

Cuando me susurraba y su aliento caliente y mentolado me acariciaba el cuello y hacía que todos los vellos se me crisparan. Cuando sus manos, aparentemente distraídas, bajaban y bajaban y bajaban sin corresponder con su mirada, al parecer muy enfocada en lo que leía.

Era ahí cuando yo lo miraba incrédula y saltaba a besarlo, obligándolo a quitar la mirada del libro en el que dudaba que verdaderamente se estuviese concentrando.

Me sentía completamente plena, llena de todo lo que quería y sabía que podría tranquilamente vivir toda mi vida así, que nunca me cansaría. Pero Adam se me escurría de las manos y el dolor no tardaría en llegar de nuevo.

NARRA ADAM

¿Cómo podía esa chica estar tan destinada a mi? Estaba seguro. Cada momento a su lado era especial, único. Con ella podía ser yo. Nuestras almas y nuestros cuerpos encajaban a la perfección, pero...Yo lo sentía así y ella...Ella ya lo había dicho otras veces: la tenía atrapada allí, no tenía otro remedio.

Yo sentía, no. Sabía que lo suyo era resignación, que no estaba realmente enamorada como yo lo estaba, que no me quería verdaderamente.

Y yo ya había tomado mi decisión: no la haría sufrir, no la haría perder su tiempo; ella no lo merecía. Por mucho que me doliera, ella tenía derecha a forjar su vida y vivir todos nuestros momentos, esos momentos, con otro. Que le pertenecieran a ella y a él y ya no más a mi. ¿De qué servía tener algo que era fingido?

Aquellas semanas las pasé como jamás en mi vida, pero me dije que serían una despedida antes de dejarla libre. Sus alas eran demasiado grandes y angeladas para aquella casa y ella merecía volar. Alto y lejos.

Una noche, mientras revivía, sin poder dormir, en mi mente el sexo qué habíamos tenido tan solo horas atrás: cómo yo la había tomado por ese cabello castaño tan sedoso.

Su mirada café inocente pero deseosa y atrevida, aquellos ojos grandes y profundos.

Aquella boca. Dios mío esa boca, esos labios y lo que podían hacer. Lo que hacían junto con los míos y lo que hacían en mi miembro. Mierda.

Ella era un ángel. Una flor. Una rosa. Pero no era mía, yo la había tomado por la fuerza, por el tallo, y ahora merecía las espinas.

La pantalla de mi celular se encendió y vi en ella un mensaje de Noel:

—Hola, Am. ¿Puedes dormir? Recuerdo que en la universidad no podías...Estoy preocupada con unos problemas del trabajo. No son muy divertidos, pero...si estás libre y quieres, te cuento.

Noel.

Recordé cuando Leslie había dicho que era evidente que yo le gustaba. Aunque yo había fingido no saberlo, mis amigos siempre me habían dicho lo mismo en la universidad. El problema era que ella a mí nunca me había gustado.

Era hermosa, eso sin dudas. Era brillante, además. Pero había algo...cierta chispa vital, esa que encontraba tan inmensa y enérgica en Leslie, esa que me animaba a hacer todo con ella, que a Noel le faltaba.

Pero, pensándolo de forma racional, ella sí gustaba de mí. Si yo gustase de ella...Sería correspondido y Justo. Además, ambos teníamos la misma edad. Yo era muy grande para Leslie.

¿Debía acceder y conformarme?

De todas formas ella solo me había enviado un mensaje. Tomando mi celular y mirando a Les con añoranza, tecleé:

—Hola, Noel. Sí, adivinaste. Aquí estoy.

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora