—Ahhh, el aroma me recuerda a mi casa en la infancia—dijo él cuando el perfume de las zanahorias y las especias inundaba el ambiente. Un filete se cocía en el sartén.—A cuando regresaba de jugar en la plaza y mamá ya tenía lista la cena. A eso siempre olía mi casa, a especias picantes. Canela y clavo de olor.
—Mi casa siempre olía a velas y sahumerios perfumados. Mi madre es fanática—le conté. Yo nunca había sido muy fan y la verdad era que descansar de esos aromas me estaba gustando.
—Sí, lo noté al entrar—recordó él, riendo.
El recuerdo de cómo Adam se había aparecido de sorpresa en mi casa luego de la escuela no me resultaba tan placentero.
Cenamos en las banquetas de la cocina y, aunque apenas podía verlo gracias a la poca luz, su rostro estaba muy claro en mi mente.
Durante toda la tarde, mientras le había estado contando acerca de la novela, lo había observado. Aún cuando la luz se fundía en su espalda y bajo sus hombros y su rostro se llenaba de sombras, yo lo había mirado de una forma nueva. Más atenta. Más abierta.
Ahora que conocía más cosas sobre él, ya no...lo rechazaba. Ahora le creía y eso me había vuelto más empática y receptiva.
—¿Sabes qué le falta a esta cena bajo las luces de emergencia?—dijo llevándose un trozo de filete a la boca.
—¿Qué?—pregunté arrastrando un trozo de patata hervida por el jugo de la carne antes de comerlo.
—Buena música.
—Puedes ponerla desde el teléfono.
—Sí, pero...Prefiero mi tocadiscos.
—No hay luz—le recordé.
—Está cargado.
—Qué moderno, vaya. Bien, pon música.
—Está en la biblioteca.
Después de comer y entre risas en parte por una de sus anécdotas y en otra parte por mi contestación que ya no era enfadada sino bromeando, llegamos a la biblioteca.
Él encendió la música.
—Esto me da ganas de bailar—dijo.
—Quiero salir—dije y él abrió la puerta ventana de la biblioteca.
Fuera el clima era fresco y el cielo azul estaba iluminado por cientos de estrellas.
Aspiré el aire puro de los árboles a nuestro alrededor y poco después vi que él me tendía la mano.
—¿Me concedería una pieza, milady?
Así, de pronto, nos encontrábamos bailando a la luz de las estrellas y conversando sobre nuestras vidas.
—¿Sabes? Tengo la impresión de conocerte hace mucho tiempo.
—Es que estoy todo el día encerrada aquí junto a ti.
Él tragó grueso.
—Pues...Fuera de eso. Siento como si nos conociéramos desde...No lo sé, pero...Contigo me siento tan cómodo—Yo ya me estaba agobiando. Sentí cómo el calor me subía a las mejillas.
—Pues es eso—Me apresuré a decir.
—¿El qué?
—Una impresión. Imaginas una versión de mí que no es la verdadera...—Mis ojos intentaban escapar de su penetrante mirada aunque mis dedos repiquetearan en su pecho, mientras seguíamos bailando. Agarrados.
—Me parece,Leslie, que detrás de esa chica que se muestra tan fuerte hay alguien con miedo.
Enarqué una ceja.
—¿Miedo a qué?—Pregunté fingiendo un aire resuelto que no era el que tenía.
—¿A...mostrarte?¿A aceptar, a querer?
—Ay, por favor, Adam—Dije antes de cambiar de tema pero aquellas palabras quedaron rondando por mi mente, rebotando, durante toda la noche.
Cuando desperté, la luz había vuelto y fue un alivio ya que el café no era lo mismo sin esa máquina extravagante que había en la cocina. Lo sé, me estaba mal acostumbrando mucho a esa nueva mansión, pero...si iba a quedarme era mejor que amoldara. Y vaya que lo estaba haciendo bien. Estar con Adam ya tampoco era tan pesado. Tan insoportable. Él ya no me parecía odioso o soberbio.
—Ya voy, dame cinco minutos más—le pedí mientras miraba entre cientos de libros eligiendo cuál comprar.
—¿Cinco como los cinco que eran hace una hora? —preguntó él riendo—Descuida, mira tranquila—dijo y revolvió mi cabello.
Ese gesto despertó una descarga eléctrica que bajó por mi columna hasta mi trasero y me hizo estremecer.
Seguí mirando libros para ignorarlo.
Terminamos comprando tres y fue en el auto, de regreso a casa, cuando dije:
—Ahora no sé cuál leer primero.
—Eso es un asunto que ya deberás resolver sola. Tienes tiempo.
—Sí, pero quiero empezar ya. ¿No me ayudarás?
—Mm, lee este—me señaló uno.
—Pero también está este otro...
Él rió.
Todas las tardes y en la cena, yo le contaba sobre los libros que estaba leyendo y al final terminábamos conversando sobre cosas que nada tenían que ver con el tema de conversación inicial pero nos divertíamos. Comencé a sentir afecto, cariño si así puede decirse, por él.
Una mañana en la que el hombre que tanto lo molestaba en el trabajo–Adam también me contaba acerca de sus ocupaciones y lo que hacía en el día—lo dejó plantado en una reunión, él llegó cuando yo estaba acabando mi desayuno.
—¿Qué vas a hacer ahora? —me preguntó.
Yo vestía una musculosa negra de lycra y una pollera de igual material y color. Conjunto que había pedido por Internet desde su casa.
—Salir a correr—Era una costumbre que había tomado todas las mañanas después de desayunar y que me ayudaba a refrescar la vista antes de enfrascarme en un libro. Allí era cuando pensaba además de contemplar la hermosa naturaleza que rodeaba la casa y aspirar aire fresco.
—¿Me esperas y te acompaño?
Asentí y fui a la cocina por un café con leche más mientras que él venía.
Cuando apareció, sentí cómo el aliento quedaba retenido en mi garganta.
Vestía una camiseta bordó que resaltaba el ancho de sus hombros además de su marcado torso y, debajo, unas bermudas negras bien ajustadas que le marcaban...Que acentuaban su...Me costó quitar la mirada de aquel espectáculo que nada dejaba de imaginación sobre tamaños y me limpié con una servilleta la boca antes de salir primero que él.
Volví a estremecerme al sentir sus pasos a mis espaldas y agradecí que estuviera detrás de mí porque sentía cierto calor en las mejillas que me parecía tan absurdo como vergonzoso.
Comenzamos a trotar pero mis más grandes esfuerzos apenas conseguían mantenerme a su ritmo que se veía tan relajado.
—¿Así que entrenas? —dije y acabé de quedarme sin aire.
—Me gusta jugar al tenis. Tengo una cancha, un poco más adelante.
Yo rodé los ojos. El lugar era tan grande que aún corriendo bastante distancia yo nunca había llegado a divisar la puta cancha de tenis.
—Nunca la ví—Se me escapaba el aliento.
—Podemos jugar, cuando quieras.
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Vendida al CEO
רומנטיקהPUEDE COMPRAR SU CUERPO, PERO...¿SU CORAZÓN? Leslie Brown no está de acuerdo con la opinión de su familia. Para ella, el empresario Adam Boston es un arrogante, un malcriado caprichoso y un patán. Ella no puede demostrar todas sus teorías excepto un...