Charla

10.4K 497 7
                                    

Así fue como llegó la noche. No había hecho nada más en el día. Había intentado leer un poco en mi habitación pero los recuerdos de nuestra discusión y del intento de robo me quitaban la atención.

Ni siquiera me había cambiado cuando bajé a cenar. Él me había preparado salmón con chauchas gratinadas. Estaba exquisito.

—¿Y bien?—pregunté luego de darle un trago al vino que había servido aunque tenía una lata de Coca Cola al lado que era lo que prefería.

—Bueno, yo...

—Dijiste que sería rápido—El despecho resonaba en mi, era un animal dolido rugiendo para protegerse y además quería irme a mi cuarto, estaba agotada y sólo un poco, quería escuchar qué era lo que tenía por decir.

—Es verdad. Yo...Ay—dijo frotándose las sienes—Lo que dije...Fue una estupidez, pero fue cruel e insensato y no pretendo que lo olvides, pero sí arreglar lo que dañé en ti. Tú me generas tanto bienestar...

—¿Porque soy una puta barata? ¿Te gustan mis servicios?—lo interrumpí.

—No, Leslie, por Dios. Tu compañía. Es única, eres muy especial. A eso me refería y...No sé qué puedo hacer. Soy consciente del pedazo de error gigante que cometí pero pensé que...pensé qué hay algo que aún yo no te conté. Algo que quiero que sepas para que veas que lo que pienso de ti es algo completamente distinto. Actué como un idiota porque no estoy acostumbrado a verte en un entorno con más gente. Siempre estás solo conmigo, pero...

—Al grano,Adam.

Una parte de mí quería creerle. Hundirme en sus palabras, decirle que todo estaba bien y volver a abrazarlo pero otro pedazo aún sangraba.

—Yo...Mi madre está internada en un psiquiátrico. No se lo cuento a mucha gente. Te lo digo a ti porque te quiero y siento que eres especial, tanto que me gustaría que la conocieras.

Vaya. Wow. Su madre. Él siempre me hablaba de ella en su juventud, de ella antes del accidente de su hermano y se notaba lo mucho que la amaba. Sabía que esto que me decía era real, era verdadero.

—Solo si quieres ¿Qué dices? No debes responderme ahora—se apresuró a aclararme pero fue en ese cuidado, en ese acercamiento y en esa confesión que confirmé lo que una parte de mí me decía hacía ya rato: Adam no lo había hecho a propósito. Si, era posesivo pero ambos éramos caprichosos y eso...mierda, me excitaba. Necesitaba a alguien que me quisiera, alguien en quien confiar y Adam era ese alguien. Lo hacía por decisión propia porque no se podía vivir en contra del mundo, habitar solo.

Éramos seres sociales por una razón, no solo lo decía él libro de Ciencias Sociales de la escuela sino la experiencia. Necesitaba caminar junto a alguien. Necesitaba seguir teniendo aquellas tardes en la biblioteca, aquellas caminatas y aquellas charlas.

Aquellos paseos ahora también junto a Atilio. Pero sobre todo, fuera en la circunstancia que fuera, lo necesitaba a él. Lo necesitaba a Adam. Yo también me había encariñado, lo había vuelto parte de mi. En un trocito de mi corazón se había grabado su nombre.

—Sí.

Su mirada estaba baja pero noté cómo algo cambió en su rostro. Cómo se sorprendió y temiendo alegrarse por si no era cierto o había oído mal, fue levantando lentamente la mirada, de costado.

—¿Sí?—Su voz salió ronca.

—Sí. Quiero—repetí.

—De verdad gracias.

Había un brillo en aquellos ojos azules como el océano bajo el sol que me reconfortó. Quería acercarme a él y suplicarle que me agradeciera con acciones físicas pero aún quedaba algo herido. Sí, lo había enmendado bastante pero aún estaba ahí. Así que bajé la mirada y al no saber qué más hacer, dije:

—Creo que...ya me voy a dormir—me levanté algo incómoda.

—Sí, claro. Que descanses—me dijo él y yo casi tropiezo torpemente con la punta de la mesa—¿Estás bien?—se adelantó en su lugar.

—Sí, sí...Adiós.—Al pasar a su lado, pude sentir su estremecedora fragancia. Lo imponente de su presencia, como si tuviera un aura arrolladora rodeándolo a donde quiera que iba o también si estaba sentado a la mesa comiendo.

Me acosté en la cama y di mil vueltas pero no me podía dormir. Sí, estar mejor entre nosotros bastaba pero no era suficiente. Me sentía sola y por primera vez en mucho tiempo extrañaba, aunque no sabía bien qué. O bueno, sí.

No era a mi familia, por supuesto. Era a Adam, pero de la forma en la que habíamos convivido las últimas semanas; esperaba poder regresar a lo mismo.

Subí a Atilio a mi cama y lo acaricié y lo acaricié sin conseguir conciliar el sueño.

Finalmente y como me pareció que él quería orinar, decidí sacarlo un rato afuera.

Iba centrada en el suelo ya que con la poca luz no podía ver bien el césped cuando lo encontré ahí. Sentado en el banco de madera en medio del silencio de la noche solo interrumpido por el canto de los grillos. Con las piernas abiertas y flexionadas y los codos apoyados sobre estas. Su mentón sobre la palma de la mano.

—¿Qué haces aquí?—me salió preguntarle y él, que al parecer se encontraba en algún tipo de trance, reaccionó asustado.

—Yo...Tomaba aire, supongo. No podía dormir.

—Ah...

—Les...De verdad siento lo que te dije hoy.

—Ya está, ya te disculpaste.—Esperaba realmente poder sentirlo, pero creía que si. Que notaba su disculpa y en mi interior había sido aceptada. Que no era solo una fachada. Yo en verdad quería estar bien con él y creía, por más que llevara algo de tiempo, que así sería.

Para no sonar tan fría, y porque necesitaba el calor y el refugio de su presencia, me senté a su lado. No tan cerca, pero tampoco tan lejos.

Nos quedamos en silencio mirando a la nada.

—¿Sabes? No quiero ir a la escuela mañana después del cuasi-robo.

—Bueno, supongo que por un día te la puedes saltar.

—No te estaba preguntando, no eres mi padre. Era solo...pensar en voz alta. Además ya tengo dieciocho.

—Por supuesto, por supuesto.

—¿Qué piensas?—le pregunté al ver que no dejaba de mirarme.

—No quiero meter la pata...—dijo mirando a otro lado.

—A menos de que vuelvas con lo de puta, ya está olvidado—Fue un impulso, no lo tenía planeado pero a veces mi corazón, mi cabeza y mi cuerpo hacían cosas distintas y supongo que de veras necesitaba aquel contacto físico porque posé una mano en su rodilla.

Debo decir que me controlé mucho porque una vez que lo toqué, mi mano tenía intención de acariciar su cuello, su mejilla áspera por la pequeña barba de unos días. Su piel cálida y bronceada que siempre olía tan bien, aún cuando estaba sudoroso de correr o jugar al tenis.

—Jamás volvería a decirte algo así porque no lo pienso en absoluto y porque me merecería el infierno por causar una lágrima en ese rostro.

—Está bien, ¿entonces? ¿qué ibas a decir?—Mi voz aún hacía parecer que estaba enfadada pero ya dije que cada parte de mi cuerpo funcionaba de una manera propia y diferente.

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora