Enmiendo

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—Estoy algo sorda, querida. Acércate para que hablemos.

Así conversamos un largo rato. Aunque sentí el dolor en mi pecho y el rostro de Adam cuando su madre nombraba, como si estuviesen vivos, a Sebastian y a su padre.

Sin pensarlo, sentí la necesidad de poner mi mano, con fuerza, sobre la rodilla de Adam para demostrarle que estaba ahí para él y cuando él me miró y me sonrió, supe que la calidez entre nosotros la sentíamos ambos y que nos reconfortábamos entre los dos. Que las pocas barreras que habían quedado, que esos fierros sueltos se rompían.

Conversamos durante un rato más. Era doloroso cuando Amanda hablaba sobre su "día a día" relatando cosas que solo podían ser ciertas en su realidad pero me aseguré de apretar la mano de Adam para reconfortarlo en esos momentos y él también reafirmó mi agarre dándome generando misma calidez en mí.

Nos fuimos sin nunca soltar nuestras manos y, cuando por fin él dejó la mía para subirse al auto, sentí el frío que me invadía y la falta de su tacto.

Sentía frio y necesitaba desesperadamente la calidez de su cuerpo. Aquella visita me había dejado algo afectada aunque me había gustado poder acompañarlo. Si yo estaba así...No podía imaginar cómo sería para él.

El viaje fue algo silencioso y yo quería decirle algo pero me sentía inmadura y estupida porque no sabía el qué.

Finalmente fue él el primero en hablar:

—Gracias por acompañarme. Significa mucho para mí.

—Gracias a ti por dejarme hacerlo—dije y llevé mi mano hasta la suya, que reposaba sobre la palanca de cambios y comencé a acariciarla.

La luz del auto era muy tenue pero pude sentir en un sonido casi imperceptible suyo, una especie de satisfacción, de comfort. Pero solo a través del calor de su piel yo podía sentir más. Una vibra que lo envolvía deseosa, una tensión sexual, pero ninguno de los dos se atrevía a dar el primer paso.

Llegamos y cenamos conversando sobre temas banales pero yo notaba en él cierta tristeza y no era de las que se guardaban lo que pensaban.

—Ey, ¿quieres que hagamos algo que te distraiga?

—¿Quieres salir a caminar?

—Vamos. Pero toma un abrigo, está frío—me dijo y yo subí a buscar un sobretodo marrón a mi habitación.

—Vaya que hacía frío—dije mientras nos internábamos en la negrura de su patio.

Lo observé caminar con las manos en los bolsillos de su abrigo. Había algo que no estaba bien además de lo de su madre; eso me lo había confesado, ahora había algo de lo que no me estaba hablando, algo que ocultaba.

—Sí, mucho...—dijo solamente.

—¿Qué te ocurre?—le pregunté enarcando una ceja.

Él ahogó una risita que salió expulsada sutilmente por la nariz.

—Sí que eres perceptiva.

—Bien, y ¿entonces que te sucede?

—Nada, no importa.

—¡Vamos!

—Temo cagarla, ¿sí? Todo está bien como estamos.

—¿Porque soy explosiva?—reí.

—Sí, tal vez por eso. Pero ahora más bien temo ser un desubicado. O desear cosas que no corresponden aún.

—Entonces creo que te entiendo.

—¿Ah, sí?—se detuvo a mirarme.

Porque lo que más deseo es comerte la boca. Unir nuestros cuerpos y que me vuelvas solo tuya.

Yo tomé su mano y caminando a su alrededor con aire despreocupado dije:

—Sip.

Él me observó contonearme delante suyo mordiéndose el labio y eso calentó mi zona baja de una manera inesperada.

Yo volví a contonearme en zigzag a sus lados hasta detenerme frente a él y tomarlo de los hombros.

—Solo dime si quieres esto—le dije—Porque yo muero por volver a hacerlo.

Apenas pude terminar la frase. Mis palabras quedaron tragadas por su boca en un beso furioso, desesperado, muy pero muy caliente. Uno que ocultaba las ansias por todo lo que había ocurrido, las ganas retrasadas, ese deseo que era incansable, que venía de nuestros pechos sin fondo. De nuestras mentes eternas.

Él me apretó contra su cuerpo y mis manos rodearon su espalda hasta escalar por su cuello hasta su pecho. Las de él, en sentido contrario, bajaron por mi cintura hasta tomar mi trasero.

No dejábamos de besarnos; nuestras bocas de danzar la una con la otra en una batalla en la que parecían dos espadas, arremetiendo una sobre la otra.

—Cuánto quería hacer esto—solté en un suspiro cuando separamos nuestras bocas para tomar aire.

—¿Sí? Pues yo no quería solo hacerlo. Quería hacértelo. A ti.

Todo en mi se encendió como nunca lo había hecho. En vez de oxígeno, por mis pulmones circulaba deseo acumulado. En vez de sangre, por mis venas circulaba fuego.

—No me hagas seguir esperando—le rogué haciendo un puchero.

—¿Qué dijiste?—levantó una ceja divertido.

—No me hagas rogar, maldito Boston.

—Supongo que debo darte lo que quieres, Les.—Mi apodo salió con su último aliento. Fogoso y a la vez helado, causó miles de sensaciones en mí.

—¿Dónde?—pregunté mirando a todos lados porque no hacía falta preguntar el qué.

—Podemos ir hasta la habitación—rió.

—Pero no puedo esperar—de repente yo parecía una niña de tres años haciendo un berrinche porque estaba cansada y no podía esperar a llegar a su cama, pero yo no estaba cansada. Estaba más despierta que nunca. Todos mis sentidos lo estaban. Mi sexo tambien. Deseoso, húmedo y con ganas de contacto.

—¿Quieres hacerlo aquí?

No aguardé a contestar. Lo tumbé al suelo y comencé a sacarme capas de ropa.

Podía sentir el frío en la piel pero el calor en mi cuerpo era tal que no llegaba a penetrarme.

Él, de rodillas, era mucho más alto e imponente que yo y lo observé de reojo quitarse sus prendas mientras yo me sacaba las mías.

El frío cada vez era mejor y yo no quería que la llama entre nosotros se apagase, dudaba que pudiera hacerlo pero por las dudas uní mi cuerpo con el suyo para así cortar el paso del frío. Para que su tacto caliente llegara hasta mi.

Él comenzó a besar mi pecho, el espacio entre mis senos. Lamió y mordió con cuidado de no lastimarme. Se sentía tan bien, me sentía tan plena...Cómo toda la necesidad en mi, ese deseo fogoso en incesante al fin encontraban donde colocarse, donde descargarse y ya no bullían con furia en mi interior.

Vendida al CEODonde viven las historias. Descúbrelo ahora