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Mirai bajaba por las calles cercanas a su hogar, acercándose cada vez más a las paredes que la habían visto crecer a ella y a sus hermanos en una situación poco común de abandono de sus padres.

Y con una adición extra: el vecino de la otra manzana, el del peinado de tazón gracioso, que no hablaba nunca.

Arata, el cuarto nieto de su abuela por cuestiones de corazón.

A veces, las noches le hacían eso a Mirai: le dejaban sola con sus pensamientos y, aunque le daban cierto nivel de miedo, no estaba menos segura de que podría quitarse el cinturón, atarlo y usarlo de arma. Por otro lado, ella recordaba cosas sobre su vida, sobre sus hermanos y sobre... sus planes a futuro.

En secundaria no tenía ninguno, estaba perdida por completo. No tenía nada que hacer, y cuando su abuela fue diagnosticada con el cáncer que le seguía consumiendo lentamente, estaba cada vez más consciente de que su misión en la vida ahora no era ninguna más que devolver el favor.

Cuidar de su abuela con dinero y con amor.

Cuando terminaban las temporadas de exámenes iba a contarle todo a su abuela, esa vieja chismosa, había pensado un par de veces. A veces sentía que era muy agresivo pero.

Ella había tenido que ser agresiva, suponía Mirai. No tenía por qué adoptar el trabajo de cuidar trillizos que no eran sus hijos, todo porque el irresponsable de su hijo no había hecho nada bien.

Salvo a ellos tres, eso pensaba su abuela.

La vieja chismosa. Porque Miyabi le contaba todos los chismes del colegio cuando iban los tres juntos, y Miharu había ido con una sonrisa de pena cuando le había llevado a su abuela un "¡a que no sabes quién ha sido expulsado del colegio!".

Mirai no hubiese elegido que las cosas fuesen de otra forma, porque dudaba que otra persona le hubiese dado un motivo para vivir.

No es que quisiera morir, pero tampoco tenía mucho que perder.

Eso pensaba antes de que su abuela enfermara y que ahora, cargando un cajón de plantas y semillas... y una puta llave nueva porque el inútil de Miharu era incapaz de usar bien una herramienta o buscar un tutorial por internet y la había roto.

¿Cómo demonios rompes una de esas?

Es como romper al chico atlético del salón que...

Mirai observó ese pensamiento. Y se dio cuenta de que era porque había visto a un hombre tirado en el suelo, un vagabundo quizás. Una persona sin hogar.

Qué feo, vivir así...

---¿Será eso, en realidad, vivir? No lo creo--- se dijo, murmurando.

Oyó una tos pesada detrás de su cuerpo. Mirai se dió la vuelta, encontrándose con el mismo tipo en el suelo, y se dió cuenta de que estaba armado.

"Ay, qué bonita espada... Se ve cara, en realidad...".

"Alto".

"Alto...".

"Ésto no puede ser".

Dejó el cajón en el suelo por un segundo, y de rodillas observó la cara del muchacho que respiraba pesadamente con la ayuda de vaya a saber qué Dios.

---Teru. Teru, mírame un segundo--- le espetó, chasqueando los dedos en frente de su rostro--- Teru, reacciona un momento que necesito saber... No, te voy a llevar a un hospital, arriba, hombre.

---No llores--- escuchó en el tono ronco y rasposo de la voz del chico.

Tosió una vez más.

---Tú no hables, yo voy a llorar si quiero llorar--- espetó ella, que no recordaba cuándo había comenzado a lagrimear de la desesperación.

Flowers Of Grateful | Minamoto TeruDonde viven las historias. Descúbrelo ahora