Parte 15

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Tal vez solo sea culpa del estrés que suponen tantos cambios en mi vida. No lo sé, pero comienzo a tener la impresión de que mi vida va directa hacia el desastre. Todo gira en torno a dos chicos. Dos hombres que, por razones completamente diferentes, me estremecen por dentro.

Los deseo a los dos y no puedo tener a ninguno.

Sin embargo, no soy capaz de dejar de pensar en ellos. Deseo a Mew con una intensidad casi enfermiza, aunque a un nivel físico; es guapo y encantador, lo que lo hace todavía más peligroso. A Tharn lo anhelo con la misma fuerza; la diferencia estriba en que es el tipo de hombre que necesito en mi vida.

Hoy he tenido tres clases y no he retenido ni una sola palabra. Es una suerte que gran cantidad de materia sean solo chorradas, como estadísticas, sociología o habilidades motrices, que es como la versión universitaria de la clase de gimnasia.

Cuando regreso a casa estoy cansadísimo; más psíquica que físicamente, pero el resultado es el mismo. En la soledad del apartamento, que disfrutaré durante dos semanas (algo que descubrí sin querer y no porque Marissa me lo dijera), decido acostarme en el sofá para echar una siesta.

Me despierto a las cuatro y media de la tarde sin sentirme mejor. Sigo agotado y con el estómago revuelto. Cojo el móvil y llamo a Up, pero salta el contestador diciendo que está con su madre eligiendo cosas para la boda. La otra amiga íntima que tengo es Samy, una de las camareras con las que trabajé en Tad's durante años. Por suerte, ella sí está en casa. Después de hablar sobre banalidades durante varios minutos, va al grano; al más puro estilo ella.

—Ya está bien, cuéntamelo. A ti te pasa algo.

—No, no me pasa nada.

—No sabes mentir y te odio por haberlo intentado.

Suelto una risita.

—No, no me odias.

—Vale, no te odio —reconoce tras hacer una pausa—. Pero lo haré si no me cuentas qué es lo que te hace estar así.

—Supongo que echo de menos mi casa, mis amigos... —Suspiro—. No sé. La vida me resulta muy... complicada.

—Ajá. Así que tienes problemas de penes.

—¡Ay, Dios! ¡Samy! No tengo problemas de penes. Para ti todo se reduce al sexo.

—¿Y no es así?

Me río.

—No. No lo es.

—Entonces, ¿lo que te pasa no tiene que ver con un hombre?

Hago una pausa.

—Bueno, sí. Es posible que el origen de algunos de mis problemas tenga pene. En realidad, dos.

—¡Madre del amor hermoso! ¿Estás saliendo con un tipo con dos pollas?

—¡No, Samy! Evidentemente son dos hombres distintos.

—Ah... —suelta con evidente decepción—. ¡Maldición! Eso habría sido muy interesante.

—¿Qué quieres decir?

—No sé... tendrías una para tu agujero y otro para mam....

—Estás muy mal de la cabeza, ¿lo sabías?

—Sí, ya lo tengo asumido.

Vuelvo a reírme.

—Por lo menos lo admites.

—¡Lo admito y lo asumo! Soy demasiado mayor para fingir ser lo que no soy. Es demasiado trabajo, igual que fingir orgasmos. Si no vas a darlo todo, no te molestes en intentarlo. Estoy segura de que solo me quedan unos años de orgasmos en condiciones y pienso exprimir hasta la última gota de placer. Y estoy hablando de exprimirlos bien.

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