Parte 2

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Gulf.

No puedo evitar quedarme mirando boquiabierto al dueño del club. Lucho contra el deseo de meterme debajo de una mesa. Jamás me he sentido más avergonzado en mi vida.

Escucho que las chicas rodean a Zee como gallinas cluecas, pero apenas soy consciente de ello. Cada pedazo de mi intelecto está concentrado en el hombre que tengo enfrente. De pronto me siento irritado.

—¿Por qué me has dejado hacer esto? ¿Por qué no has dicho nada?

Él sonríe. ¡Sonríe! ¡Maldito sea! Me pierdo por un segundo en aquella sonrisa increíble, pero al instante la humillación eclipsa por completo el encandilamiento.

—¿Por qué iba a hacerlo, si que tú me desnudaras resultaba muy divertido?

—Mmm... Porque, para empezar, resulta muy poco profesional.

—¿Por qué lo dices? Han pedido un pase privado con un boy, ¿Qué más da quién sea?

—No se trata de eso. Me has engañado a propósito.

Él se ríe entre dientes... de mí. ¡Maldito sea!

—No recuerdo que me pidieran que enviara un boy que no mintiera, sino uno complaciente.

Aprieto los labios. Este hombre es desesperante. Lo miro mientras cruza los brazos como si tal cosa; como si no estuviera frente a mí sin camiseta. El movimiento hace que me fije en sus pectorales, perfectamente musculados, y en el tatuaje que cubre uno de ellos. No soy capaz de ver qué representaba, pero se extiende también por el hombro izquierdo como unos dedos largos y afilados. Él se aclara la voz, haciendo que le mire a la cara. Su sonrisa es todavía más amplia y yo frunzo el ceño con más intensidad. No puedo pensar con claridad si lo tengo delante medio desnudo. Resulta demasiado desconcertante.

—¿No crees que deberías vestirte?

—Lo haría si me devolvieras la camiseta.

Bajo la mirada y clavo los ojos en el puño que apresa la prenda negra. Se la lanzo con irritación y veo cómo la atrapa en el aire. «¡Joder!». Lo más extraño de todo es que, a pesar de lo enfurecido que estoy, no sé la razón de ello. Solo que es eso lo que siento.

—Eres alguien lleno de fuego... Quizá debería haberte quitado yo la camiseta a ti en vez de tú a mí —me comenta mientras se la pone.

—¿Cuál habría sido la diferencia?

«Además de que hubiera resultado diez veces más humillante». Me mira sonriente. Una sonrisa sexy y arrogante que se extiende por toda su cara, y por la que no quiero verme afectado, aunque no lo puedo evitar.

—La diferencia sería que ahora no estarías enfadado.

Se me seca la boca cuando me imagino la escena que describe: «me quita la camiseta, sus manos sobre mi piel, su cuerpo pegado al mío, sus labios tan cerca que casi puedo saborearlos...». Es suficiente para que se me pase el enfado. Clavo los ojos en él, boquiabierto —otra vez— y le observo mientras se vuelve a meter la camiseta por la cinturilla. 

Al acabar, da un paso hacia mí. Me quedo inmóvil, viendo como su amplia sonrisa se convierte en una curva seductora que hace que mis rodillas se vuelvan de gelatina. Me siento perplejo y excitado a la vez cuando se inclina para hablarme al oído.

—Sería mejor que cerraras los labios antes de que me sienta tentado a besarlos y darte algo que realmente te excite y te sorprenda.

Me quedo sin respiración. Escandalizado; pero no es por su declaración, sino porque en realidad quiero que lo haga. Siento mariposas en el estómago solo de pensar en ello. Él se incorpora y me mira. No sé muy bien el porqué, pero aprieto los labios. ¡Maldito sea! ¡Se ha dado cuenta! Noto cierta decepción en su expresión, algo que me complace mucho.

Gulf's DecisionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora