Parte 27

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Esta es la situación más extraña y surrealista de mi vida. Ir en busca de un hombre al que conozco como Mew y, de repente, encontrarme con Tharn.

El pelo despeinado sigue siendo de Mew, también la ropa sport y algunos de los gestos. Pero las palabras, la inteligencia, el éxito... El futuro abogado es Tharn. Y me resulta sorprendente. Pero no tanto como para admitirlo en voz alta.

—¿Estás diciendo que ibas a involucrarme en un asunto potencialmente peligroso sin avisarme? —susurro, intentando mantener la calma —. ¿Sin un simple aviso? —Estoy furioso, no puedo evitarlo. La ira me atraviesa como un relámpago y no puedo permanecer sentado. Si lo hago, explotaría—. ¿Sin dejarme elegir?

Por lo menos, Mew tiene la consideración de parecer avergonzado. Arrepentido.

—Estoy seguro de que eso es lo que parece, pero te prometo que jamás te pondría en peligro. Solo quiero que revises los números, que me des tu opinión. Pensaba decirte que pertenecían a otro negocio que tenía intención de adquirir. Sé que puedo confiar en ti; que me informarías si encontrabas cualquier detalle extraño o ilegal. Pero si los llevo a una asesoría, podrían verse obligados a averiguar el nombre de la empresa para devolvérselos. O alguna locura similar.

Si bien eso hace que la situación parezca menos horrible, todavía estoy molesto y enfadado. Sin embargo, en el fondo, sé que lo que más me molesta es que pensara mentirme. Por extraño que parezca, me siento capaz de lidiar con el resto; es posible que llegara a necesitar un poco de alcohol, ansiolíticos o tiempo para pensar, pero al final me las ingeniaría. Pero esto, esta mentira... Siempre he odiado a los mentirosos y que me engañaran por encima de todo lo demás. Para mí siempre ha sido el único pecado imperdonable. ¿Será Mew la primera excepción? ¿O esto acabará con cualquier sentimiento que haya entre nosotros?

—Gulf, por favor, quiero que entiendas que jamás... Nunca...

Alzo una mano para interrumpirlo.

—Basta. Por favor, no digas nada. Creo que ya he oído suficiente por hoy. Quizá sea incluso suficiente para el resto de mi vida. No lo sabré hasta que pueda pensar en ello.

Parece derrotado. No está preocupado como si temiera que pudiera decírselo a alguien, solo derrotado. Como si hubiera dejado pasar una oportunidad importante. Sofoco la sensación de culpa por estar impidiendo que se justifique. No puedo sentir ternura hacia él en este momento, necesito ser práctico y racional. Frío, sin emociones.

Finjo rebuscar algo en los bolsillos de mi pantalón porque no me atrevo a mirarle a los ojos. Si lo hiciera me desmoronaría, lo sé.

—Gracias por haber llevado a arreglar mi coche y por aparcarlo delante de casa. Te pagaré lo que te debo. —Me aproximo a la puerta lentamente, correr solo me haría parecer un cobarde, aunque es lo que me gustaría hacer.

Correr, huir muy lejos de allí.

Él no dice nada. No le miro hasta que tengo agarrada la manilla y está a mi lado. Entonces me detengo; sé que debería decirle algo, pero no se me ocurre nada.

Abro la puerta y salgo. No miro atrás, pero siento sus ojos en la espalda hasta que doblo la esquina.



Nunca he sido de esos estudiantes que faltan a clase. Una hora de vez en cuando, un día quizá, pero nada más. Hasta ahora. 

La mañana del martes no trae consigo la paz que esperaba. De hecho, por segunda noche consecutiva no he sido capaz de dormir demasiado. Si a eso añadimos mis preocupantes pensamientos, me siento casi enfermo. Se me revuelve literalmente el estómago cuando veo las flores que me dejó Tharn.

—Mew —me corrijo en voz alta por enésima vez. Como la mayor parte de la tarde y de la noche, vuelvo a revivir la humillación de lo que ocurrió con Tharn cuando pensé que era Mew.

Lo que le dije, cómo actué, lo que hicimos. O más bien, lo que casi hicimos. La manera en que me torturé durante días sin saber quién había entrado en mi dormitorio aquella noche. Me divido entre la ira y la mortificación, ganando la furia. «¿Cómo ha podido hacerme esto? ¿Cómo ha hecho esto a todos?».

Me dirijo a la cocina a hacer café. Cuando paso junto al teléfono, veo que la luz de la pantalla parpadea. Anoche le quité el volumen y lo dejé en la sala porque no quería sentir la tentación de responder. El nombre que aparece es el de Mew.

«¿Volverá a utilizar el número de Tharn para llamarme?», me pregunto con tanta amargura que casi puedo saborearla en mi boca.

Ignoro la llamada igual que la docena que aparecen como perdidas y sigo hacia la cocina. Mientras bebo el café en la salita, intento pensar en otras cosas, pero todas me llevan de regreso a la más importante en este momento de mi vida: Mew. ¿Cuándo se volvió tan importante? ¿Cuándo me vi involucrado tan profundamente con él? ¿Cómo es posible que me haya enamorado de él sin saberlo?

Respuesta: no lo sé. Sabía que me sentía muy atraído por él. Me mentí a mí mismo para que cuando cada uno siguiéramos nuestro camino, el impacto fuera menos brutal, pero sabía que iba a acabar así. Es la historia de mi vida.

Otra oleada de ira y amargura. Después llega el anhelo... y la soledad. Y otra vez la cólera. Contra Mew por haber hecho que me enamore de él, por atraparme con su red como una araña. «¡Su red de mentiras!».

Por lo menos no lloro, y eso es de agradecer. Las lágrimas son agobiantes mientras que la cólera es como el combustible de un cohete. Quizá no lloro porque la pelota está en mi tejado. Porque sé que lo único que tengo que hacer es responder a una de sus llamadas, a alguno de los muchos mensajes que me ha dejado, y estaré con él otra vez. Al menos por un tiempo. En una red diferente de mentiras. En una relación sin futuro. 

Gulf's DecisionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora