Parte 29

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Mew.

Me inclino para tomar las familiares curvas que llevan a la prisión. Estoy a punto de volverme loco. Lo único que se me ha ocurrido hacer para no arrastrarme ante Gulf es ir a ver a mi padre. Hace ya un par de días que no sé qué diablos estoy haciendo. Espero que él me dé un buen consejo, alguna sugerencia. Necesito toda la ayuda posible y solo hay una persona en el mundo, además de Gulf, que sabe toda la verdad.

Hace años que sé de memoria el horario de visitas. He visitado a mi padre como Mew y como Tharn. Jamás he ocultado a la alta sociedad de Atlanta de dónde procedo, aunque he tratado de formar parte de ella como Tharn. En ese papel siempre me he aproximado a la situación desde un punto de vista legal, como si fuera mi deber tratar de ayudar a mi padre con mis conocimientos y hechos. Desde el lado de la Ley.

Como Mew, jamás he hecho más que ocuparme de lo único que mi padre me dejó, el Dual, un negocio adquirido con dinero sucio procedente de gente sucia, que convertí en un respetable local de moda. Eso era algo que un chico sin estudios podía hacer sin problemas. Lo que esperaría de mí cualquier persona que me conociera.

Sí, interpreté ese papel a fondo. Pero en alguna parte del camino, me convertí en otra persona. En alguien diferente. Una especie de híbrido.

No me gustaba que Mew fuera solo un perdedor. Al menos que no fuera solo el perdedor. Me gusta ser admirado, que me miren con respeto. Que consideren que mi opinión vale algo. Me gusta que la gente sepa que soy inteligente sin tener que demostrárselo. No me gusta fallar. Me gusta ser el ganador que era mi hermano.

Sin embargo, no soy mi hermano. En realidad soy también un ganador. Sí, su muerte hizo que mi vida tomara otra dirección, pero fui yo quien logró todos sus éxitos. Y soy el único que lo sabe. Salvo mi padre... Y Gulf.

Los guardias me abren el portón y cubro el impreso para entrar, en el que indico mi nombre y el número del prisionero al que quiero ver. Una vez que termino, me llevan a una estancia que ya me resulta familiar, dividida por la mitad por una mesa alargada y una pared de vidrio. Otras particiones perpendiculares al cristal forman diminutos cubículos diseñados para crear una ilusión de privacidad, algo que aquí dentro no existe.

Sé que todo lo que digo al teléfono negro está siendo grabado y archivado en algún sitio. Por suerte, mi padre es inocente y, hablemos de lo que hablemos, lo hacemos de una manera tan vaga que nadie sospecha sobre qué conversamos. Y lo mismo ocurre hoy, cuando los guardias lo acompañan hasta el otro lado del cristal y me saluda sonriente.

—¿Quién me está visitando hoy, Mew o Tharn? Con esa ropa no logro diferenciarte.

Bajo la mirada a las prendas que me puse de manera precipitada. Los vaqueros negros y la camiseta de rugby a rayas podrían llevarlos tanto Mew como Tharn. O quizá no lo haría ninguno de los dos. De hecho, ni siquiera recuerdo haber comprado la camiseta.

—¿Importa? —pregunto con tono seco.

Vuelve a sonreír antes de observar mi rostro, como siempre que vengo a visitarle. Como si buscara señales de que hubiera cambiado con la edad, con la angustia. Cuando veo desaparecer su sonrisa, sé que se ha dado cuenta de que no estoy bien. Se sienta un poco más derecho que de costumbre y clava los ojos en mí. Alerta, en guardia...

—¿Qué te pasa? ¿Qué ha ocurrido?

—He conocido a un chico.

Veo que frunce el ceño, lo que cambia la expresión de su cara, una cara que la mayoría de la gente considera una versión más madura de la mía. Pero al instante curva los labios en una amplia sonrisa.

—Bien, ya era hora, ¡joder! —Se reclina en el respaldo y golpea la mesa con la palma de la mano. Es evidente que se alegra por mí, él y mamá siempre fueron conscientes de mi bisexualidad. Bueno, al menos se alegrará hasta que le confiese el resto; eso podría hacer que cambiara de idea.

Gulf's DecisionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora