Parte 9

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Mientras espero a que Gulf salga de su dormitorio, no puedo evitar sentirme un poco avergonzado. No debería desear con tantas ganas pasar la tarde con él. Pero es lo que ocurre y no voy a negarlo.

—¿Tharn? —escucho que me llama Gulf y me giro hacia su dormitorio.

Veo la puerta desde la salita. Se ha abierto lo justo como para que lo oiga pero no lo vea.

—¿Qué?

—Prométeme que si piensas que voy a avergonzarte con cómo estoy vestido, irás sin mí. No me enfadaré. Te lo juro.

—Gulf, no importa qué...

—Prométemelo o no saldré.

«¡Mira que es terco! Nunca lo hubiera supuesto. Pero lo cierto es que creo que me gusta». 

Suelto una risa.

—De acuerdo. Te prometo que si pienso que vas a avergonzarme, iré sin ti.

Se cierra la puerta y transcurre un buen rato antes de que se abra por completo. Lo que veo me hace contener el aliento. Marissa es algo más alta que su primo y también un poco más delgada, pero Gulf tiene curvas; muchas curvas. Y cada una de ellas es exhibida a la perfección por lo que se ha puesto. También sé que no debería estarlo comparando pero, definitivamente, aunque Gulf sea un chico, no tiene nada que envidiarle a una mujer como Marissa, o ninguna otra. Es atractivo a su manera, de una forma delicada que no roza lo femenino.

El saco está confeccionado en una de esas telas tan finas, de color rojo sangre. Veo la ondulación que hace el tejido con el aire que desplaza la puerta al cerrarse, hasta que se escucha un golpe amortiguado contra el marco. Gulf se detiene y me permite hacerme una idea del conjunto antes de comenzar a caminar hacia mí.

Aprieto los dientes con fuerza para no quedarme boquiabierto mientras lo observo. El tejido, etéreo, se pega a su cuerpo cuando avanza, dibujando sus formas a la perfección. Con tanta perfección que podría estar desnudo.

«¡Santa madre de Dios, ojalá lo estuviera!».

Aparto ese pensamiento sabiendo que no puedo permitir que esa noche acabe así.

«¡Usa la cabeza, Tharn! ¡La que tienes sobre los hombros!».

Él se desliza hasta detenerse frente a mí, todo elegante y delicioso. Quiero tocarlo, acariciarlo, con tanta intensidad que tengo que cerrar los puños para reprimirme.

—Estás muy guapo. —Mi voz suena forzada.

Él pone una expresión de desilusión.

—Es demasiado apretado, ¿verdad? Me he puesto unos pantalones demasiado ajustados que me quedan bien del largo, pero el resto no tiene remedio. —Me doy cuenta de que está realmente preocupado, lo que provoca mi sonrisa, aunque no sonrío. Eso es lo último que se debe hacer ante una persona alterada—. Marissa me lo ha prestado, pero es evidente que de quien es, es mucho más delgado que yo —explica mientras mueve una mano en el aire—. Y no tengo ninguna cosa que...

Estiro el brazo y capturo los dedos que revolotean ante mí al tiempo que aprieto el pulgar de la otra mano contra sus labios.

—Shhh... —Se calla al instante. Si, habría podido conseguir que dejara de hablar de otra manera que no implicara tocarlo, pero esto es más prudente que besarlo, que es lo que realmente quiero hacer.

«¡Oh, Dios mío! ¡Qué ganas tengo de besarlo!».

Tardo unos segundos en concentrarme en algo que no sean los exuberantes labios algo entreabiertos. Sería muy fácil deslizar la punta del dedo entre ellos, sentir el calor, la humedad de su lengua. Me sorprende e irrita sentir cómo la bragueta del pantalón del esmoquin contiene mi erección.

Tengo que tener mucho cuidado con este chico. No recuerdo la última vez que una persona puso tan al límite mi contención. Bueno, si soy sincero conmigo mismo, sí puedo. Fue Bobby Fields, vestido con un ceñido esmoquin cuando regresábamos a casa después del baile de fin de curso. Me acuerdo de haber pensado que si se sentaba en mi regazo y contoneaba el culo una vez más yo explotaría como el volcán del monte Santa Helena. No lo hice, por supuesto, pero estuve muy cerca. Y la tentación que supone Gulf —una contradicción curvilínea y cautivadora que habla y camina— supera a la que suponía Bobby Fields por goleada, lo que es un dato muy elocuente dado que ahora tengo veinticinco años y no catorce.

Me aclaro la voz.

—Por favor no digas nada más. Estás precioso. Nadie podría lucir ese conjunto de la manera en que lo haces tú ni en sus sueños más salvajes. Seré la envidia de cada uno de las personas presentes. —Sonrío para reforzar mis palabras. Aunque no deja de fruncir el ceño por completo, sé que se siente mejor porque me agarra la muñeca y separa mi mano. Es evidente que está conteniendo una sonrisa.

—¿De verdad?

—De verdad.

—¿De verdad de verdad?

—De verdad de verdad. Solo deberás recordar que esta noche eres mío.

Me sorprende cuánto me gusta decir eso. Pensarlo. Lo veo sonreír de oreja a oreja antes de soltarme la muñeca.

—Señor, sí señor —se burla. Me encanta que sea tan juguetón. Es un agradable contraste con Marissa, que siempre es tan... Bueno, que no lo es.

—Bien, a eso me refería —comento aprobadoramente—. Un chico que sabe que su sitio está debajo de mí. ¡Oh, lo siento! Eso no ha sonado demasiado bien —bromeo.

Él se ríe.

—¡No estoy debajo de ningún hombre! Estoy arriba—me replica con seriedad antes de que sus labios formen un mohín travieso—. Al menos que me haya invitado a cenar y a tomar una copa.

—¡Oh! ¿Lo dices en serio? Hay un McDonald's al otro lado de la calle.

Le ofrezco el brazo y apoya los dedos en mi codo. Aunque sé que es absolutamente ridículo, que me estoy comportando como un crío, tenso el bíceps esperando que lo note.

—¿Es esto todo lo que se necesita para que tú... er... te pongas firme? — me pregunta de manera sugerente al tiempo que me recorre con la mirada.

—Soy un abogado joven y prometedor que trabaja de pasante en uno de los bufetes de abogados más influyentes de Atlanta. McDonald's no es una opción. —Me detengo ante la puerta de salida y la abro antes de hacerle un gesto con la mano para que salga primero—. Aunque si vuelves a mirarme como acabas de hacerlo...

Noto que se le encienden las mejillas hasta adquirir un delicado tono rosado y baja la vista con timidez. Me dan ganas de desgarrarle el saco con los dientes.

—¿Qué está insinuando, mi coronel?

—¿Coronel? ¿Después de tanto esfuerzo solo llego a «coronel»?

—No sé... ¿Has ganado suficientes galones para llegar a general?

Caminamos despacio hasta el coche.

—Depende de cómo pienses que se ganan los galones. —Los hoyuelos que aparecen de improviso en sus mejillas me indican que está tratando de contener una sonrisa.

—Oh, supongo que como los suelen ganar el resto de los hombres —replica, en un logrado intento de parecer indiferente.

—Cariño, si ese es el baremo, soy un general de cuatro estrellas.

No puede contener una risa. Noto que no esperaba que le respondiera eso, pero me alegro de haberlo hecho. Escucharlo reír es como disfrutar de la mejor sinfonía. Me siento un poco desilusionado cuando llegamos al coche. Lo cierto es que podría seguir caminando, hablando y bromeando con él durante el resto de la noche. 

Gulf's DecisionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora