Parte 16

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Mew.

No puedo mantener las manos alejadas de Gulf cuando salimos del club. Tengo que tocarlo, rozarlo...

En el momento en que camina delante de mí, pongo los dedos en la base de su espalda. Noto que se pone tenso al sentir el contacto. No es porque le desagrade, sino una contracción involuntaria. Como si mi roce provocara en él un escalofrío; como si sintiera lo mismo que yo. Y apostaría lo que fuera a que es así. Es química. Atracción. Anticipación.

Ha elegido.

No tiene que decírmelo, ni siquiera lo ha aceptado para sus adentros, pero es evidente que ha elegido. Lo percibo.

Lo acompaño hasta el coche. He aparcado la moto justo delante y él la ve cuando nos acercamos, deteniéndose en seco.

—¿Has venido en esto? —me pregunta, mirándome con las pupilas dilatadas.

—Sí —respondo—. Pero no te sorprende, ¿verdad? —añado con una sonrisa afectada—. ¿No es lo que hacen los chicos malos? ¿Conducir motos y romper corazones?

—Es cierto. —Esboza una tenue sonrisa. Lo veo girarse y abrir la puerta del coche para accionar la palanca del capó.

No debería haberle dicho eso. 

Cojo los cables con las pinzas que he traído y los conecto a la batería de la moto.

—¿Tendrá potencia suficiente como para encender el coche?

—Debería tenerla. Vamos a probar.

Lo observo cuando se sienta detrás del volante para girar la llave de contacto. El motor no se inmuta; no se enciende y suena una especie de clic. Menea la cabeza y sale del vehículo.

—No, no funciona.

—¿Eso piensas? —me río.

Él ladea la cabeza y me mira con picardía. «¡Joder! ¡Es adorable!».

—¿Has escuchado ese clic? Significa que la razón por la que no enciende no es la batería, sino el alternador.

Se desploma contra la puerta del coche.

—¡Oh, Dios mío! Eso es muy caro, ¿verdad? —me pregunta en voz muy baja.

—No es barato, no. Pero tengo un amigo... —le aseguro imitando la voz de un gánster.

Él alza la cabeza y sonríe de oreja a oreja.

—Esas amistades sospechosas... ¿verdad? ¿No iras a conseguirme unos zapatos de cemento?

—No lo descartes —replico, impasible.

Veo que frunce el ceño. No sabe si estoy de broma o no.

—Coge tus cosas. Te llevaré a casa. Le diré a mi amigo que mañana venga a por tu coche y ya veremos lo que ocurre de verdad. —Parece indeciso y da toquecitos con los dedos en el marco de la puerta—. No le pasará nada por estar aquí esta noche. Nadie se fijará en él.

Resopla y, cuando lo miro, parece avergonzado de haberlo hecho.

—Si le ocurriera, casi me sentiría aliviado.

—Oye, que conozco a un tipo... — susurro.

Lo escucho soltar una carcajada y me encanta el sonido. Hace que desee hacerle cosquillas. En la cama... mientras está desnudo... tumbado sobre mi cuerpo. 

Sin decir nada, cierra el coche con llave y se acerca a mi moto.

—¿Y ahora qué hago? —pregunta encogiéndose de hombros.

—¿Nunca has montado en moto?

—No.

—Pero, ¿qué clase de novio de chico malo eres tú? —pregunto con fingido pesar.

—Es evidente que uno muy malo.

Me subo a la moto y cojo el único casco.

—No, lo que pasa es que no has conocido a ningún chico realmente malo... hasta ahora.

Veo que se sonroja. Quiero volver a besarlo... y lo haré, aunque no será ahora.

—Ponte esto y móntate detrás de mí —le indico al tiempo que le ofrezco el casco.

Él se lo pone obedientemente y pasa una pierna por encima del asiento hasta sentarse a mi espalda. Observo sus largas piernas a ambos lados de mis caderas y lo miro a la cara. Sus ojos brillan detrás de la visera transparente mientras se acomoda contra mí.

—Rodéame la cintura con los brazos y agárrate con fuerza.

No deja de mirarme a los ojos mientras se acerca. Noto sus manos sobre el estómago, su pecho contra mi espalda y mi erección presiona contra la bragueta de los vaqueros.

Me giro hacia delante y enciendo el motor. Dejo que se caliente para recobrar la compostura. Me resulta casi imposible dejar de pensar en él sentado frente a mí, sin los pantalones, rodeándome con las piernas. Le daría el mejor viaje de su vida.

Acelero con un gruñido y recojo la pata de cabra. Cuando meto la marcha, salimos disparados calle abajo. Me encanta el subidón de adrenalina que me proporciona ir en moto. Siempre me pasa. Intento con todas mis fuerzas no pensar en que Gulf está pegado a mi espalda, pero no lo consigo. Solo lo lograría después de pasarme una semana encerrado en un dormitorio con él.

¡Menuda semana sería!

No tardamos en llegar a su casa. Es una dulce tortura. Por una parte me gustaría que el trayecto fuera más largo, pero por otro me alegro de que no sea así. Cuanto más tiempo me rodea con los brazos y se aprieta contra mi espalda, más difícil me resulta controlarme. En especial ahora que sé que me desea. Que está más cerca de rendirse.

Cuando me detengo junto a la acera, vacila un segundo antes de bajarse. Se detiene junto a mí para darme el casco que se acaba de quitar. Yo lo sujeto bajo el brazo, apoyándolo en la pierna y espero a que sea él el que hable. Parece que tiene algo que decir.

—¿Cómo has sabido dónde vivo?

No parece preocupado, solo intrigado.

—Por la ficha del club, ¿recuerdas?

—Ah... —murmura. No era eso lo que iba a decir, y creo que sé lo que es —. Bueno... er... ¿quieres pasar?

—Es mejor que me vaya, pero gracias.

Disimula bien la decepción, pero me doy cuenta de todas maneras.

—Vale. Bueno, pues nada... Muchas gracias. Te agradezco que vinieras a ayudarme. Y también que me hayas traído a casa, por supuesto.

—No tiene importancia.

—Bien, ¿hablamos mañana?

—Sí, ya te llamaré —le digo.

Él asiente con la cabeza lentamente, como esperando algo.

—Vale, buenas noches.

Me encanta observarlo, notar su incertidumbre y su vacilación. Sus vanos intentos de negar lo que los dos sabemos que siente. Jugar con él va a ser muy divertido. Un juego caliente, dulce, sexy y delicioso.

Estiro el brazo y le aparto un mechón de la frente.

—Que tengas dulces sueños, Gulf.

Me apresuro a ocultar mi sonrisa poniéndome el casco. Esperaré a que esté dispuesto a suplicarme. 

Gulf's DecisionDonde viven las historias. Descúbrelo ahora