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Todo encajaba: el miedo de Jisung al abandono, su actitud competitiva frente a su padre, sus ansías por triunfar...

- Lo siento mucho - dijo él acariciándole la mejilla.

Ya no quedaba nada de la actitud desafiante de antes y tenía los ojos llorosos.

- Como, a mediodía, mi madre todavía no había bajado de su habitación, la criada fue a buscarla y la encontró muerta.

Minho atrapó una lágrima con el dedo.

- No llores, Sung. Siento haber sacado el tema. No quisiera hacerte daño por nada del mundo.

Jisung se frotó los ojos.

- No es culpa tuya. Es sólo que... - se sorbió la nariz - es sólo que intento no pensar mucho en ello... porque, cada vez que me acuerdo, pasa esto - las lágrimas volvieron a desbordarse de sus ojos.

Minho lo sentó sobre su regazo y lo meció entre sus brazos. Jisung se dejó llevar, recostándose sobre su pecho desnudo mientras él lo acunaba, apoyando su cabeza en la del rubio, En la habitación se había hecho el silencio, sólo se oía de vez en cuando algún sollozo aislado de Jisung. A Minho le sorprendía aquella manera tan silenciosa de llorar. «¿Lloraba así cuando era niño, para que nadie le oyera?», se pregunto. Jisung tosió, pero incluso su tos sonaba apagada. Cada vez que temblaba, él lo abrazaba con más fuerza.

El reloj de la mesilla de noche iba sumando minutos, uno tras otro, y poco a poco el cuerpo de Jisung se fue relajando en los brazos de Minho. «Se ha quedado dormido.» Moviéndose muy despacito, lo tumbó sobre la cama. El chico rubio murmuró algo y se agitó, intranquilo, Lee se quedó inmóvil, esperando a que se relajara. Cuando volvió a dormirse, se fue de puntillas al baño. Se preparó para ir la cama sin entretenerse demasiado, no quería dejarlo solo mucho rato. Dudó si dejar o no encendida la luz del baño, y como no quería que se despertara a medianoche sin saber dónde estaba, decidió no apagarla, aunque entornó la puerta. Se metió en la cama y abrazó el cuerpo de Jisung desde atrás.

- Duerme bien, Sung- susurró.

Y, al cabo de un par de minutos, se quedó profundamente dormido.

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Jisung se despertó con los ojos hinchados y mucho dolor de cabeza. Tuvo un momento de pánico. «¡Ésta no es mi cama! ¿Dónde estoy?» Un hombre desnudo estaba abrazándole; con una mano apoyada sobre su cadera y una pierna aprisionándole la pantorrilla... Pero no era un hombre cualquiera; el olor de Minho le tranquilizó.

Los recuerdos de la noche anterior invadieron su mente. El dolor de cabeza y la hinchazón de ojos eran consecuencia del llanto desesperado, «Lo último que recuerdo es que me acunó para que me durmiera. Dios mío, Han, no se puede ser más blando. Pero bueno, al menos no se ha ido a dormir al sofá.» El alba empezaba a iluminar el dormitorio. «Es sábado. Me pregunto qué hora debe de ser. - El ruido de una segadora le dio una pista - A menos que Minho tenga un vecino muy desconsiderado, deben de ser más de las ocho de la mañana.» Como era sábado, tuvo la tentación de seguir durmiendo, pero su vejiga reclamaba atención. Muy despacio para no despertar a Minho, se levantó de la cama. Él dormía tan plácidamente que ni se enteró.

En el baño, Jisung se miró al espejo: los ojos hinchados, la cara sucia y el pelo desaliñado... Definitivamente, no tenía muy buen aspecto. «¿Despertaré a Minho con el ruido de la ducha?», se preguntó. En el baño, que era bastante grande, y al que se podía entrar o bien desde la habitación de Minho o bien desde el pasillo, había una bañera y una ducha.

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Él abrió los ojos. Se preguntaba qué lo había despertado. Fuera, en la calle, se oían gritos de niños; dentro, los sonidos habituales de la casa: el tictac del reloj, el calentador y el runrún de la nevera. Miró a su izquierda. Jisung no estaba. «Se ha levantado. Quizá por eso me he despertado. Me estoy volviendo un viejo. Un año antes habría sido imposible que se levantara de la cama sin despertarme.» El despertador marcaba casi las nueve. Entonces lo oyó: el sonido que le había despertado era el zumbido intermitente de su móvil. Se sentó en la cama y buscó sus pantalones. Estaban en un rincón, sobre una silla. Se levantó y cogió los pantalones para sacar el móvil del bolsillo. Miró quién llamaba. «¡Mierda!» En la pantalla se leía «Jackson Wang». Contestó enseguida.

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