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Como Minho suponía, el aparcamiento de la librería de segunda mano estaba desierto. Nadie vio salir el coche negro que se dirigía a la autopista del noroeste. Su único alivio era que iba a ver a Jisung. «Seguro que está aterrorizado - pensó - Al menos estaremos juntos.»

Durante el trayecto hacia el oeste de Dallas, Tyree y el otro hombre bromearon haciendo chistes a su costa. Lee los ignoro, sólo pensaba en Jisung. La perspectiva de una muerte cercana nunca le había aterrorizado como a sus compañeros de patrulla en Iraq, por eso no dejaba de ser irónico que, ahora que lo había conocido a él, la vida fuera más preciosa. «Pero no creo que salga vivo de ésta. Si al menos consigo que él sobreviva, ya me daré por satisfecho..»

El almacén al que le condujeron no era ninguno de los que habían estado vigilando. «Aunque Olson los registré todos de arriba abajo, no servirá de nada», pensó. La parte delantera del edifico parecía desierta, pero cuando el compañero de Tyree fue a dejar el vehículo en la parte de atrás, vio que el aparcamiento estaba lleno de coches. «¿Un selecto grupo de postores para una mercancía aún más exclusiva? - Echó un vistazo a su reloj - Olson ni siquiera habrá llegado al bar todavía.»

El hombre aparcó y los tres salieron del coche. Entraron en el almacén por una puerta lateral, marcando una clave de acceso en una cerradura digital. El edificio era enorme, pero sus dos guías se lo conocían al dedillo. Mientras avanzaban por los pasillos mal iluminados, Minho podía oír gritos procedentes de algún lugar recóndito de aquel almacén.

- Excelente - murmuró Tyree - no quería perderme la fiesta. - Aquí pasa algo... - dijo el otro y no es sólo la subasta.

Llegaron a un gran espacio abierto, situado en el corazón del edificio. Había tanto movimiento y tanta excitación en aquella sala que Minho tardó unos instantes en darse cuenta de todo. Su inspección ocular del lugar se vio interrumpida por una voz familiar.

-¡Tyree! Veo que me has traído a mi empleado traidor.

Wang se acercó a los tres hombres cruzando la sala a grandes zancadas.

- Hola, Jackson - Minho empleó un tono suave.

- ¡Lee! Me alegra que hayas podido venir. Estábamos esperándote.

Conocía los cambios de humor del dueño del Club 69, y aunque pareciera alegre, e incluso cordial, Minho detectaba la rabia que ocultaba aquel tono desenfadado. - Ven, ven, deja que te enseñe todo esto. -Wang le cogió del brazo y se lo llevó hasta la barra - Dani, mi amigo toma whisky de malta escocés. Dentro de un ratito le espera una muerte lenta y muy dolorosa, así que lo menos que podemos hacer por él es servirle su última copa.

Minho aceptó la copa con ganas. Bebió un buen trago y con un gesto le dio las gracias al camarero, un hombre al que no había visto nunca.

- Gracias.

- De nada, amigo - contestó el hombre. Sus ojos oscuros reflejaban angustia.

«Quizá no todos estén contentos de trabajar aquí», pensó el policía.

Jackson seguía sujetándole por el brazo. Ahora le abría camino a través de los hombres de la sala.

– Ésta es la mercancía de esta noche – le dijo.

Minho se sorprendió. Esperaba otro tipo de subasta, quizá más «exclusiva», y no aquellas muchachas, maltratadas y exhaustas, atadas como perros. Casi todas eran adolescentes. Sintió que el odio le invadía; el odio y algo más: el miedo. «¡Mierda! ¿Dónde está Jisung?», maldijo en silencio.

A pesar de las emociones que se acumulaban en su interior, intentó mantener un tono de voz suave mientras seguía escudriñando la sala.

- Jackson, ¿qué has organizado aquí? ¿Un club privado para pervertidos? Tengo que admitir que me has decepcionado. Esperaba algo más de ti.

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