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Jisung no tenía ni idea de cuánto tiempo llevaban los dos allí tumbados sin moverse. Se sentía como si le hubieran exprimido hasta la última gota de energía. Aunque antes tenía hambre, ahora sólo podía pensar en dormir. Se adentró en un dulce sopor y finalmente se quedó dormido. Despertó cuando Minho salió de su cuerpo, sin saber cuánto rato había pasado.

- Joder, Jisung, ¿querías matarme o qué?

- Casi no podías ni hablar... - se burló Han.

- Sung, no podría haber dicho ni mi nombre se incorporó para sentarse a su lado, sobre la cama - pero ¿qué me has hecho?

- Yo no te he hecho nada, todo lo has hecho tú...

- ¡Sí, claro! Si cuando me apretaste la polla, casi me explota el corazón. Menos mal que tengo buenos genes - se apartó los cabellos de la cara-  porque de no ser así, ahora mismo tendrías que estar pensando qué hacer con mi cadáver.

- Entonces parece que no lo he hecho mal, ¿no?

Lee se inclinó hacia él para darle un beso.

- Bonito, nadie me lo había hecho tan bien - y levantó la cabeza para echarle un vistazo al reloj – Mierda. Si quiero llevarte a desayunar, tenemos que irnos ya. ¿Nos duchamos juntos? - propuso lamiéndole el hombro.

- ¡Aléjate de mí, animal! ¿Es que quieres acabar conmigo? – exclamó Jisung.

- ¿Te he hecho daño? ¿Te ha dolido? – dijo él, poniéndose serio de golpe.

- Estoy de maravilla, pero no quiero forzar la máquina. Ve a ducharte mientras yo descanso un poquito más.

Jisung esperó a que Minho se metiera en la ducha para levantarse de la cama muy despacio, adolorido. «No quiero que me vea caminando como un viejito.» No lamentaba ni las agujetas ni el dolor; se los había ganado a pulso, además, seguro que a la mañana siguiente ya se le habrían pasado. Tras lograr incorporarse, se envolvió en el albornoz, y se acurrucó en un sillón del salón a esperar que Lee acabara de vestirse. Aunque no estaba dispuesto a admitirlo, una parte de sí mismo se alegraba de que Wang hubiera llamado a Minho para trabajar esa mañana. Necesitaba un rato para estar a solas.

En sólo tres días, Lee Minho le había puesto su mundo del revés. Nunca había conocido a un hombre como él; tan hombre y tan sensible a la vez. A simple vista parecía un hombre bueno cualquiera, pero era muy observador. Sus reflexiones de la noche anterior sobre la muerte de su madre habían dado en el blanco. «Está bien, se preocupa por ti», decía una vocecita dentro de su cabeza. Han la ignoró. La esperanza era un lujo reservado para su vida profesional, no para la sentimental.

Intentó obviar sus sentimientos revueltos y centrarse en pensar. La noticia de que Minho era policía la había descolocado. Por un lado, explicaba un montón de cosas que hasta entonces lo tenían desconcertado: por qué no había mal rollo entre Chris y él, por qué no lo había delatado ante Wang y por qué lo seguía ayudando; pero, por otro lado, el hecho de que jugara en el bando de los «buenos» complicaba las cosas. Si pensaba que Jisung no iba a mover un dedo sin avisarle antes, iba listo. «Quiero trabajar con él - pensó – pero no voy a permitirle que me diga cómo tengo que hacer mi trabajo.»

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A las once cincuenta y siete, Minho entraba en el despacho de Wang. Samuel y Devon estaban sentados en sillas junto a la pared. «Mejor no me siento», pensó. Permaneció de pie tras la silla que había frente a la mesa de Jackson, se inclinó hacia adelante, apoyándose en el respaldo.

- ¿Querías verme?

- Sí, he decidido que ya es hora de que tenga una charla con tu amiguito - dijo su jefe mirándole fijamente. Minho se esperaba algo así.

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