PARTE II.

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El salón se llenó de murmullos en intensidades diferentes, pero Aegon no registró nada más que las palabras de su sobrino, repicando como las campanadas del Septo en su cabeza.

¿Era posible aquella unión? ¿Su padre y hermana estaban de acuerdo? Miró a su alrededor, estaba rodeado de alfas y omegas, betas en su mayoría, todos dispuestos a tenerlo o ser él, un príncipe omega, pidiendo ser cortejado. ¿Cuántos omegas habrán tenido esa oportunidad? El reclamo de omegas, o en todo caso, los pactos que los incluían más no beneficiaban, estaba tan normalizado que nadie objetaba cuando un buen matrimonio se presentaba, a fin de cuentas ese era el papel de los omegas, servir como incubadoras.

La reina abrió los ojos con expresión contrariada, manteniendo a sus dos hijos detrás de ella como si en vez de una buena propuesta alguien quisiera robárselos. Miró a Aegon, de pie junto a su padre, esperando que rechazara al joven Velaryon.

Quizá debía rechazarlo. Jacaerys era su familia, su sobrino y por mucho que todos quisieran obviar su situación, un bastardo. Sin embargo, seguía siendo el niño dulce que se maravillaba con las proezas de su tío mayor y que ahora lo miraba con expectación, esperando una respuesta.

Su gesto solemne, con las manos cruzadas en su espalda, la frente en alto y la espalda erguida poco hacían para distraerlo de sus mejillas rosadas y el movimiento errático de su pecho al respirar con nerviosismo. Quería decir que sí. Que estaba dispuesto a ser un buen omega porque era él, el único alfa al que podría entregarse, aun si no tenia experiencia o era muy joven, aún si se hablaba de su bastardía, nada de eso le importaba.

Antes de que pudiera dice palabra alguna, Alicent, en una escena que le recordó a cuando eran niños sin casta aún, encaró a Rhaenyra, sujetándola de las manos con furia en todo su cuerpo. Su objetivo era en realidad el príncipe pero su madre no permitiría que se volviera a atentar contra alguno de sus hijos.

–Un ojo y ahora un hijo, Rhaenyra, no puedes tomar todo lo que es mío y pretender volver a salirte con la tuya, todos estos años, todos tus errores y decisiones... No, es mi hijo y un príncipe Targaryen, no será desposado ni cortejado por un bastardo.

–¡Alicent! Basta, he dado mi autorización, y si Aegon lo desea serán comprometidos al final del año, sólo si él lo quiere. Mi hijo y mi nieto unirán y reforzarán nuestra casa, la unión de los Targaryen traerá prosperidad al reino y tú no vas a impedirlo, es la orden de tu rey.

El silencio se hizo presente ante las palabras del príncipe Jacaerys, quien valientemente, salió detrás de la protección de su madre y tomó a su vez, con gentileza, las manos de la reina entre las suyas.

–Majestad, quiero cortejar a Aegon si él me lo permite y jamás, tiene mi palabra y mi juramento por los antiguos y nuevos dioses, que no le haré daño.

Aegon no pudo más que observar el desarrollo de una conversación que no lograba procesar del todo. Se sintió abrumado por la calidad de miradas sobre él, porque solo lograban ver a un omega que había deshonrado a su casa, que no era digno de su casta.

Sus hermanos se mantuvieron aislados del conflicto entre sus padres y hermana. Ellos eran el verdadero orgullo Targaryen, con Rhaenyra como alfa y heredera al trono, se esperaba que sus hermanos, al ser omegas, trajeran uniones con grandes casas para fortalecer el poder de la suya. Aemond, aún con ojo mutilado conservaba la belleza de la antigua Valyria, sólo era un toque mas fiero, era un omega fuerte, hermoso, poderoso, jinete del dragón más grande aún vivo y su largo cabello platinado era muestra de pureza y salud que se esperaba de su casta. Helaena, aunque siempre parecía estar en otro mundo, le daba un aire de misticismo  casi angelical, tenía una belleza etérea, acentuada por sus largos cabellos que caían por su espalda en pronunciados bucles por debajo de las caderas,

Todos aún sin reclamo, sin marca, sin matrimonio. Aegon era el mayor, su deber era desposarse primero para abrir el camino a sus hermanos como muestra de pureza, no obstante, ahí estaba. De pie junto al rey sin saber qué decir o hacer, con su corto cabello y su aroma a vino, inapropiado para un Targaryen.

Corrió. Las escaleras del trono fueron una mancha borrosa en movimiento, como si todo a su alrededor fuera lo que se moviera en lugar de él. Corrió entre los pasillos, las habitaciones, cruzó pasadizos que nadie usaba o conocía sin saber qué dirección llevaba.

¿Cómo conseguirían sus hermanos casarse si él no lo hacía primero? ¿Cómo sería capaz de desposar a cualquier alfa? ¿Qué podía ofrecer él, si Jaecerys en realidad quería comprometerse? Si los maestres ya habían dado su veredicto, un omega tardío y probablemente infértil, sin aquello que lo distinguía, un omega con un aroma defectuoso. Indigno.

Una parte de él se arrepentía de haber cortado su cabello con la intención de nunca casarse, de no ser solo una moneda de cambio sin beneficios ni oportunidades, pensando en los alfas mayores que se aprovecharían de su edad y posición, que tomarían lo que quisieran y lo dejarían vacío. Un dragón ,decían.

Sólo un huevo de dragón vacío.





Es el cap más corto hasta ahorita jaja <3 nos leemos pronto, voten y comenten, me hace feliz leerlos :)

CABELLOS DE PLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora