PARTE XXIV.

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Las cobijas picaban. Se sentía como si millones de hormigas caminaran sobre su piel, produciéndole comezón por todas partes. Pero la incordiad que siente consigo mismo va mucho más allá de sentir que no cabe en su propia piel.

Necesitaba moverse. Necesitaba salir de ahí.

Jace estaba ocupado con la reunión en el Consejo y probablemente, lidiando con su madre y con Rhaenyra. Joffrey también había sido requerido en el el salón como copero por lo que se encontraba solo en el perfecto escenario para perderse en su cabeza, dando rienda suelta a sus pensamientos.

Su alfa le pidió permanecer en cama, sobretodo después de que el maestre Orwylle le dijera que no debía exponerse a situaciones que le generaran tensión pues el peligro aún no había pasado.

Siete meses corrían desde que supo que estaba embarazado. Dos de esos meses la pasó dormido.

Ahora que estaba despierto y recuperando las fuerzas y el apetito, ganas le sobraban por moverse.

Aumentando con violencia al enterarse que Otto Hightower era el autor intelectual de los ataques hacia él y su hermano. Cuando Jace se lo dijo, planeaba dejarle a cargo la búsqueda, el juicio y la sentencia de aquel ser inhumano. De verdad que sí, pero cada que cerraba veía los ojos verdes de su abuelo, clavados en él, ansiando ponerle las manos encima, a su bebé.

Cuando dormía, la misma pesadilla aparecía. Siempre Otto, con la corona de Aegon El Conquistador entre las manos bañadas en sangre. Algunas noches, su abuelo le ponía la corona y lo obligaba a sentarse en el trono, hundía las manos huesudas y viejas en la piel desnuda de sus hombros. El filo de las miles de espadas se clavaba en su piel hasta perforarla y hacerlo sangrar. Lo apretaba tanto contra aquella monstruosa silla que las espadas atravesaban su cuerpo, su vientre, donde habitaba su hijo. Le pedía a gritos que se detuviera, que dejara a su hijo vivir, pero el hombre repetía una y otra vez las mismas palabras.

La sangre bastarda no gobernará Poniente.

Otras noches, cuando los días se volvían largos y tediosos pero la falta de movimiento y la imposibilidad de gastar energía le provocaban insomnio, sentía en su habitación, la de Jace, una presencia que no dejaba de mirarlo y cuando los párpados amenazaban con cerrarse a causa del sueño, aquella sombra se acercaba y se cernía sobre su lecho, sobre Jace. Una sombra con manos oscuras que rodeaban el cuello del alfa y a pesar de los gritos y el movimiento de Aegon, no lo dejaba en paz.

Todas aquellas pesadillas a causa del hombre que prodigaba amor y lealtad a su familia.

Estaba harto. Harto de esconderse y dejar que otros decidieran lo que era mejor para él y su vida. Cansado y fastidiado de ser el omega que no había querido ser desde un principio, dependiente del alfa que se casara con él. Y no es que reprochara a Jace sus cuidados y preocupaciones, sino que, cuando se puso depile y se miró en el espejo, la imagen no le gustó.

Sus brazos y piernas eran mucho más delgados que antes a pesar de la ingesta de comida por partida doble, su prominente vientre luciendo bajo la camisola de tela de algodón. Era un espectro fantasmagórico. se pasó las manos por el cabello, notando con algo de incredulidad y temor lo largo que estaba ahora. Hacía casi un año que dejó de cortarlo, cuando el cortejo de Jacaerys empezó, para demostrar que sería un omega digno del príncipe. Que valía tanto como cualquier omega y no debido a su cabello o pureza de su sangre, sino porque quería ser Aegon, el chico sin apellido que se estaba enamorando de su sobrino y el sentimiento era recíproco.

Verlo de nuevo tan largo produjeron en él sentimientos encontrados. Las ventanas abiertas de par en par dejaban entrar una corriente gélida que le erizó la piel cuando se deshizo del camisón. Estaba en mejor estado que otras veces, cuando el hundimiento de su piel en sus huesos eran producidos por la falta de apetito y los castigos de Alicent por manchar su reputación. En cambio, aunque se veía delgado, no era por una cuestión enfermiza, sino que le gustaba pensar que era porque estaba nutriendo la vida en su interior y su hijo era demandante con la comida, haciéndolo engullir cantidades enormes sólo para quedarse él con los beneficios.

CABELLOS DE PLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora