PARTE XXII.

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Que nadie lo sepa. Aemond depende de tu discreción.

Arrax estaba ansioso cuando entró en su cueva. Unas cuevas más lejos estaba Vhagar. Su ojos ambarinos se posaron en Luke entre las penumbras de Pozo Dragón. La dragona abrió sus fauces, alumbrando el espacio con el fulgor de su aliento.

Lykirī– alzó la mano en dirección a Vhagar. La dragan e echó para atrás. Arrax rodeó a su jinete con el cuerpo para protegerlo.

El rugido de los dragones retumbó en el suelo. Debía darse prisa si no quería que Syrax se despertara y alertara a los guardias. Montó a Arrax y el dragón serpenteó hasta la salida, donde los guardias ni siquiera tuvieron tiempo de gritar para detenerlos. Se elevaron tanto que se perdieron entre las nubes.

Como si fuera un reflejo de su jinete, el corazón de Arrax bombeaba frenético. Tal era su adrenalina e inquietud que le tomó la mitad de tiempo volver a Marcaderiva. Cuando avistó la isla, Arrax comenzó a rugir. No había ni aterrizado del todo cuando Luke saltó de la montura. Algunos soldados se acercaron a él, temerosos del dragón, intentaron encadenarlo pero Arrax era más rápido y volvió a elevarse.

Luke entró al castillo siendo recibido por su abuela. Rhaenys despidió a su séquito y lo acompañó hasta la habitación de Aemond.

–Tus enemigos te han seguido– dijo ella antes de abrirle la puerta.– ¿Qué harás al respecto?

Él entró y Rhaenys cerró la puerta.

La chimenea crepitaba con el fuego a punto de consumirse, alargando las sombras naturales de la habitación. El lecho estaba cubierto con pesadas cortinas oscuras. Tragó saliva. No le gustaba cuando Aemond estaba en modo oscuridad, cuando se alejaba de cualquier fuente de luz e incluso de él. Sólo lo había visto así una vez hacía muchísimo tiempo, cuando el huevo que reclamó no eclosionó después de dos lunas.

Pretendiendo ser valiente para su padre, Aemond se internó en las cuevas de Rocadragón, cuando el Rey Viserys y su familia fueron de visita. Syrax había puesto una nidada y era probable que hubiese uno destinado al príncipe. Y así fue. Era un huevo de gran tamaño, probablemente el primero de la nidada de Syrax, color crema con vetas anaranjadas.

Viserys recibió a su hijo con una sonrisa de oreja a oreja. Todos miraron al príncipe con el huevo entre sus manos. Fue la primera vez que Luke se sintió atraído, y un tanto intimidado, por la valentía de su tío, pues incluso los más diestros hombres tenían cuidado de acercarse a un nido. De inmediato, Viserys ordenó que se le proporcionara un transportador con trozos de carbón al rojo vivo. El resto de los niños rodeó a Aemond con miradas de asombro. Aegon hizo un comentario burlesco, a lo que Jace le codeó viendo a Aemond cabizbajo. Esa fue la primera vez que Luke le gruñó al mayor de sus tíos para después abrirse espacio junto a Aemond.

Su tío enroscó sus dedos en la diminuta mano de Lucerys mientras contemplaba su huevo. Las escamas del cascarón parecían danzar como llamas en los ojos violetas del mayor. A Luke poco le importaba el huevo, o que su tío se hubiese enfrentado a un posible ataque de dragón, o que los adultos mandasen llamar a los guardias encargados de custodiar las cavernas donde los dragones habitaban porque alguien debía responsabilizarse por el descuido de dejar pasar a un niño. Poco o nada importaba. La sonrisa de Aemond iluminaba su rostro como nunca antes y era un espectáculo tan bonito que Luke no pudo ver nada más. Su tío estaba feliz y era todo, lo único, lo más importante.

Pero los días pasaban lenta y tortuosamente. Poco a poco, la sonrisa del mayor se desvanecía y miraba cada vez menos al huevo, éste parecía apagado. Incluso había intentado devolverlo al nido, pero Syrax lo rechazó.

Arrax era un dragón pequeño por ese entonces, apenas capaz de lanzar una débil llama, sin embargo Luke ordenaba al dragón que escupiera fuego sobre el huevo pues nada era más ardiente que el fuego de dragón, pensando que de esa manera podría abrirse. Los dragones necesitaban mucho más calor que cualquier otra criatura. A la segunda luna, Aemond tomó el huevo y lo lanzó contra la pared, asustando a Luke. El huevo ni siquiera se fracturó. Las vetas anaranjadas, que antes refulgían, estaban ahora apagadas, como si la vida en el interior se hubiese extinto.

CABELLOS DE PLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora