PARTE XXI.

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A Jace le sorprendía el nivel de discreción con el que se manejaban los hombres del norte a pesar de ser una ciudad desconocida. Atrás quedaron las vestimentas negras y presas con las que habían llegado. Un par de ellos lucían las capas doradas y las armaduras pulidas de la guardia de Desembarco. Otros vestían ropa común, haciéndose pasar por el pueblo llano.

Nadie les prestaba atención mientras se movían por las calles. Los guardias se detenían en tabernas y hacían preguntas directas, los infiltrados del pueblo creaban disputas, pedían tarros de cerveza de la que no bebían mientras los hombres despotricaban teorías y rumores.

No es que estuviera siendo paciente, la ansiedad le carcomía desde dentro con cualquier noticia posible. Pero Cregan estaba tan dispuesto a encadenarlo a un postigo, como a encontrar al culpable. Ni siquiera lo dejó ir en busca de su dragón. Qué bueno. De haberse podido escabullir probablemente habría incendiado toda la capital si con eso cobraba la vida de aquel que se atrevió a dañar a su omega.

Pensar en Aegon distraía su sed de venganza aunque no de la mejor manera. Quería regresar a su lado. Quería sostenerlo entre sus brazos hasta que sus ojos se abrieran de nuevo, porque debían hacerlo. Aegon no podía dejarlo así cuando recién empezaban su vida juntos. Los ojos se le llenaron de lágrimas de solo pensar en el omega, tendido en su cama, debatiéndose entre lavada y la muerte. Dioses, ni siquiera le interesaba si perdía al bebé, solo quería que Aegon estuviera bien.

Su hijo. El corazón le dio un vuelco. Su pequeño hijo sin forma todavía. Los maestres le dijeron que estaba estable y que era muy pronto para saber si estaba fuera de peligro, pero el hecho de que aquel que se atrevió a dañarlo, sin pensar en la vida que crecía en su interior, seguía suelto, hacían hervir su sangre.

Las horas pasaban hasta convertirse en días. Sin señales del asesino ni de que Aegon despertara.

Los hombres de Cregan no dejaban de buscar y aunque habían extendido la búsqueda unos cuantos poblados lejos de la capital nadie parecía saber absolutamente nada del ataque al Príncipe Consorte.

Jace pasaba su tiempo en la habitación, solo permitía que los miembros más allegados a su familia lo visitasen, lo cual se redujo a sus respectivas madres, Luke y Cregan. Aegon se removía en sueños preso de las pesadillas y con cada movimiento, la esperanza de verlo despertar crecía para luego desvanecerse cuando se quedaba quieto de nuevo, Jace tomaba sus manos entre las suyas, esperando aliviar un poco su sufrimiento, que de alguna manera sintiera que estaba ahí, esperando por él.

Cregan y Luke insistían en que saliera al menos para despejarse un poco, prometiendo que Alicent lo cuidaría, a lo que se negaba rotundamente. Jace los había despachado una tarde luego de que lo hicieran enojar. No tenían malas intenciones pero el separarse de Aegon el día de su boda les había costado un ataque.

Veía en los ojos de su hermano la culpa compartida. Se sentía culpable por hacer que su hermano abandonara su lado junto a su omega justo en el día de su boda lo que hacía que Jace se sintiera aún más culpable or ello y por hacer sentir mal a Luke. Todo eso era culpa suya, de nadie más. De no haberlo dejado, habría notado si algún desconocido se acercaba.  Quizá habría notado el mal olor del veneno.

¿A quién quería engañar? Jacaerys no era el alfa que todos creían que era. Demostró ser incompetente al no proteger a su pareja, al ser recluido por su amigo y su hermano en la habitación para que no quedara como el Príncipe Loco que redujo Desembarco a cenizas. Jamas se perdonaría por ello.

Echó un vistazo al cuerpo de Aegon, tendido en la cama. Estaba pálido aunque se veía un pocomenos enfermo que semanas atrás cuando los maestres decidieron que no habría más que hacer que esperar a que despertara. Un milagro, escuchó susurrar, necesitarían un milagro para que el príncipe Aegon recobrara el sentido y que en el proceso no perdiera al bebé. Jace le quitó la sábana que lo cubría lentamente. Su lechosa piel estaba desnuda a petición suya, quería comprobar cualquier cambio sin la necesidad de desvestirlo cada dos por tres.

CABELLOS DE PLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora