PARTE XX.

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Entre el revuelo de la corte, los gritos de los príncipes y el pánico general, Cregan Stark perdió de vista a su hijo.

El niño, que momentos antes estaba sentado a su lado disfrutando de la comida, echó a correr de bajo de la mesa, escondiéndose entre los manteles. Rickon era propenso a los sustos incendiados por lo más mínimo pero si alguien había atacado al príncipe Aegon, su corazón no podía mantenerse tranquilo.

En medio de la multitud, se dividía entre seguir a Jacaerys o ir en busca de su hijo. Nadie sabía qué sucedía, si se trataba de un ataque personal o alguien en verdad planeaba destruir a toda la familia. Observó a su alrededor en busca de pistas, algo por lo que pudiera empezar.

La copa de Aegon estaba tirada en los blancos manteles, derramando el vino de cerezas que momentos atrás tomaba alegremente. ¿Quién le había servido? Ninguno de los sirvientes estaba cerca y las fuentes de comida seguían intactas.

Rhaenyra comenzó a vaciar las copas, una a una, ella misma. Tenía el rostro pálido y contraído en una mueca de verdadero terror. Su intrincado y detallado peinado comenzaba a deshacerse, las trenzas blancas de desarmaban y mechones se le pegaban a la frente a causa del sudor. Laenor Velaryon había desaparecido en su búsqueda por los maestres, detrás de sus hijos. La Reina Viuda, con el mismo rostro impávido reuniendo al resto de sus hijos.

Fue entonces que pudo encontrar a Rickon, colgado del vestido de la  princesa Helaena. Aunque la mujer temblaba y tenía los ojos desorbitados no dudó en tomar al niño en brazos y hacerlo esconder su rostro entre su cuello y hombro.  Rickon se aferró a ella y los ojos de Helaena se encontraron con los suyos.

Que los dioses lo perdonaran por sentirse bendecido en medio de todo ese caos. Los ojos violetas de Helaena Targaryen despertaron en él un sentimiento que creía inexistente. Sintió sus piernas flaquear al tiempo que su corazón se detenía para después bombear locamente. ¿Era así como debía sentirse el vínculo con su destinada? Helaena desvió la mirada cuando Baela Targaryen llegó a su lado para tomarla del brazo y alejarla del peligro.

Cregan temió por ver su vínculo obstruido, sin embargo, cuando posó su mirada en Baela, la alfa primogénita de Daemon, el vínculo se hizo más fuerte. Como si se duplicara en fueza y vigor. Baela frunció el ceño. Estaba pasmada, al igual que Helaena. Ambas se miraron antes de mirarlo a él. Ninguno de los tres entendía lo que estaba pasando y el momento se rompió cuando Rickon estiró la mano hacia su padre. Debía llegar hasta ellos, ponerlos a salvo y después ayudar a su amigo.

Desenvainó su espada y empujó a todo aquel que se cruzó en su camino. Algunos sirvientes huían de él con solo verlo y los cortesanos se apretujaban para poder retirarse presas del pánico. Con todo ese jaloneo sería imposible encontrar un culpable.

En su camino, Cregan aspiró el aroma de los presentes encontrando nada más que miedo. Quienquiera que fuera el autor del crimen sabía cómo y dónde escabullirse. Pero no pudo haber actuado por cuenta propia, alguien debió ayudarlo. Con una sola persona que pudiera facilitarle la cercanía a Aegon, también tenía el poder para actuar en contra de cualquiera. Toda la familia estaba en peligro.

–¡Guardias!

Un pequeño grupo de capas doradas se reunieron en torno a él, con espadas y escudos listos para acatar ordenes.

–Lleven a Sus Majestades a sus aposentos. La reina es su prioridad.

Sin embargo, Harwin Strong, Comandante de la Guardia Real ya estaba en eso. Tomó a Rhaenyra en brazos e hizo que media docena de guardias los rodearan. Ella se giró antes de dar un paso y enseguida, Alicent estaba junto a ella, llevando a rastras a los pequeños príncipes.

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