PARTE IV.

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Los oscuros pasillos por los que regresaron eran desconocidos para Aegon y se preguntó cómo pudo ser capaz de encontrar una salida en su anterior estado. Otra pregunta se formaba en su cabeza conforme avanzaban, Aemond guiaba el camino de vuelta.

–¿Cómo es que conoces el camino?– inquirió de pronto. Aemond se detuvo un instante, acorralado por la pregunta.

–El castillo es muy viejo y tiene muchos pasadizos.– respondió, apresurando el paso.

Aegon le dio alcance porque no era la respuesta del todo. Había dado con él no mucho tiempo después, el conocimiento de dichos túneles le habría dado ventaja así que...

–¿Pero cómo supiste dónde estaba?

–Te cortaré la lengua si cuentas esto– amenazó. En segundos tenía a su hermano frente a frente, ligeramente más alto y entre las penumbras resultaba terriblemente amenazador.

El aroma de los omegas en familia tenía cierto parecido, como las notas de un perfume finamente elaborado, al menos hasta que eran marcados, entonces, su aroma se tornaba más personal y perceptible sólo por el alfa dueño de la marca. El de sus hermanos era cítrico. Aegon no reconocía ese olor en sí mismo. Aemond olía a leña de los limoneros, ahumado y agrio, muy propio de él.

–Lucerys y yo solemos ir a la costa. Al mocoso le gusta hablar sobre corales, conchas y criaturas marinas de cuentos de ancianos.– confesó entre dientes. Era como ver a un tigre hablar con su presa.

–Pareces poner mucha atención a lo que el mocoso te dice, aún si no lo quieres.

Su hermano levantó una ceja, el gesto no pasó desapercibido, y se acercó hasta su oído.

–Un alfa digno intenta marcarte de formas que van más allá de lo físico, hermano. Será mejor que recuerdes mis palabras.

Se dio la vuelta y siguió caminando, no esperó respuesta de Aegon, aunque ciertamente no tenía una.

Tuvo todo el camino para pensar en las palabras de su hermano. Aun no se sentía del todo recuperado por la conmoción de ser cortejado. Dos partes opuestas dentro de él luchaban por sobreponerse a la otra y sus pensamientos eran poco coherentes y atropellados. Se sentía halagado de ser considerado un omega digno de cortejar, sobretodo tratándose de su sobrino y realmente quería sentirse de esa forma pero no debía adelantarse a los hechos. No dejaba de ser un omega defectuoso. Era esa la razón y el origen de sus miedo. Ser un omega era ya un acto de sumisión involuntaria hacia cualquier alfa que viera una ventaja en ello, si era defectuoso, sabía que sus posibilidades eran pocas.

¿O es que acaso eran más de las que pensaba y por eso su madre no se molestó en mencionar a Jacaerys? La idea de que su madre disfrutara de su sufrimiento o si incluso era algún tipo de represalia contra su rebeldía le resultaba atroz. Sabía que no era el hijo que ella esperaba por muchísimas más razones de las que podía vislumbrar pero no la creía capaz de venderlo con cualquier alfa con tal de llevarle la contraria a Rhaenyra.

Detuvo sus pasos tan abruptamente que Aemond se le adelantó varios metros hasta que se percató de su ausencia.

Era eso. Todos esos años, todas esas lecciones de pureza, de cumplimiento del deber, los malos tratos no eran para hacer a sus hijos infelices, sino para conseguir la mayor ventaja contra Rhaenyra. Los rumores, aunque no tan inciertos, sobre la bastardía de los hijos de su hermana y la presunción de los hijos Targaryen del rey, los hijos que Alicent dio a luz so pena de dar herederos eran solo la forma en la que su madre se vengaba de todas las insolencias de la princesa.

Miró a su hermano, con el rostro marcado de por vida a consecuencia de las palabras de su madre, sembradas con algo más dañino que el fuego valyrio, odio. Un sentimiento que en su momento Aegon había adoptado y repetido como si fuese propio cuando la realidad era totalmente lejana.

CABELLOS DE PLATADonde viven las historias. Descúbrelo ahora